Visité Moscú por primera vez en 1975. Llegué de (la hoy inexistente) Yugoslavia a la Unión Soviética (hoy inexistente) con una beca de dos semestres. [...] Los primeros dos o tres meses, de los diez que duraba el año académico, los pasé en la Biblioteca Lenin (el nombre actual es Biblioteca Estatal Rusa). El acceso era una tortura, porque primero había que aguardar en una larga cola para depositar las cosas en el guardarropa; luego en una larga fila, para que el usuario pasara el control de policía de la biblioteca (recuerdo el volcado diario del contenido del bolso en la mesa) y accediera a las salas de trabajo; y por último había que esperar un buen rato para que los libros solicitados llegaran hasta el usuario por medio de un mecanismo similar a unos raíles y un tren (espero no haberlo soñado y que algo semejante haya existido relmente). Tal vez también este procedimiento cansino fuera el motivo por el que mucha gente dormía en la biblioteca. Había dos o tres máquinas fotocopiadoras, delante de las cuales se formaban largas colas, porque solo estaba permitido fotocopiar veinte páginas al día. Y, para colmo, las copias se imprimían en un papel basto y grueso, casi cartón. Ciertamente, los que tenían dinero podían contratar a un «sustituto», alguien que se pusiera en la cola e hiciera las fotocopias en su lugar. Pero lo más espantoso era el cuarto de fumadores, en la buhardilla de la biblioteca. Se trataba de una habitación pequeña, asfixiante, con unas cuantas sillas y una mesa sobre la que descansaban unos grandes recipientes redondos de hojalata, cajas usadas de rollos cinematogáficos repletas de colillas, montones de ceniza ante los que se sentaban los mártires fumadores. Ni siquiera la cafetería ofrecía algo de la humanidad y la calidez esperadas porque también allí había una fila larga solo para entrar, y además la espera no merecía la pena: café malo, el proverbial buen té ruso y unas tristes salchichas que te asaltaban en todas partes: en los comedores universitarios, en las ollas de los vendedores callejeros y en los figones moscovitas baratos...
Dubravka Ugrešić. Zorro. Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Impedimenta, 2019. P. 30.
dijous, 12 de juny del 2025
la dubravka va a la biblioteca
diumenge, 25 de maig del 2025
ideal aturats
¿Alguna vez he querido lo mejor? Quizá no tuve jamás lo que hay que tener para querer lo mejor. Cultura y todo eso: el problema no es, o no se reduce a, que algunos de nosotros no estemos hechos para esas cosas. El problema es que, encima, las odiamos. Yo estoy intentándolo. Estoy leyendo bastante. Es la única diversión que todavía puedo permitirme. La lectura es barata, lo reconozco. He leído todas las novelas de intriga sobre temas erótico-financieros que hay en los estantes de Georgina. Paso por la biblioteca pública. La biblioteca pública es un sitio fantástico para los que estamos en paro. Es gratis y tiene calefacción. Te ofrece cobijo...
Martin Amis. Dinero. Carta de un suicida. Traducció d'Enrique Murillo. Anagrama, 1996. P. 390.
[Font: BibliotekariaRadikal @biblioradikal ]
dimarts, 25 de març del 2025
dilluns, 3 de febrer del 2025
democràcia cultural
Cero piedad con los libros malos. Y, ante la duda, seamos malos. Ése es mi lema, aunque esta forma de pensar está acabada, finiquitada, soy de la vieja escuela. Cuando alguien entra en mi biblioteca, ¿qué es lo primero que ve? A los mocosos de la sección de cómic. Al lado, la sección de música. Justo detrás, la sección de deuvedés. A esto nos lleva la democracia cultural. Ya no es una biblioteca donde reina el sordo silencio de las estanterías inteligentes, es un área de recreo donde uno viene a distraerse. En Cultura se dan bombo y, allá arriba, el director tan contento. Pero ¿qué se ha creído? Conozco sus argumentos, señor ministro: convertir la mediateca en un lugar de placer y de convivencia en el corazón mismo de la ciudad. Que la entrada a la biblioteca sea menos intimidatoria. Aliar placer y cultura para que la cultura sea un placer y blablablá. Pero todo es una farsa, un embuste, una manipulación. La cultura no es un placer. La cultura es un esfuerzo permanente del ser para escapar de su vil condición de primate subcivilizado. Pero mire, si solo sacan deuvedés, solo deuvedés. ¿Acaso desean aprender aunque sea un cachito de verdad sobre el mundo? No, solo vienen a divertirse, a distraerse, y esos zombis ni siquiera se quitan los auriculares. Me enseñan el carné de lector en el mostrador de préstamo como enseñarían la tarjeta de crédito a la cajera del supermercado.
[...] En realidad, señor ministro, usted los distrae porque les tiene miedo. Ruido, siempre ruido, nunca el silencio de un libro, nunca. Hay que reaccionar, hay que hacer algo, el ministro os tiene engañados, jovencitos, sabe muy bien que la revolución no se gesta en el ruido, sino en el silencio susurrante de las lecturas personales. Pero ya es demasiado tarde. Nuestras estanterías retroceden ante sus ofensivas. Pronto me trasladarán a otra planta inferior, a una bodega, y en la planta baja abrirán una cafetería. Y aquí, ¿por qué no una discoteca? Eso atraería al personal, señor ministro.
[...] Disculpe si me crispo, pero es duro ser la minoría. Me siento como la línea Maginot de la lectura pública. Me siento tan sola a veces. No se si me entiende. Lo dudo.
Sophie Divry. Signatura 400. Traducció de María Enguix Tercero. Blackie Books, 2011. P. 66-67.
diumenge, 10 de novembre del 2024
autobiografia
No obstante, la biblioteca está allí, como un testigo. Desde su mecedora, no alcanza a leer las leyendas de cada lomo, pero a la mayoría de los libros los reconoce por el color o el formato o la encuadernación o el logotipo o también (y en eso es un experto) por sus signos de senectud. No se levanta a confirmar sus presunciones. Más bien le gusta adivinar, y si no acierta, bah, no pasa nada. Es la única gimnasia que le queda. Como un testigo. Aparte de los diccionarios, hay libros que nunca ha abierto (no son muchos), aunque en su momento los compró con la sana intención de leerlos, pero no les había llegado el turno, siguen haciendo cola. A veces pensaba que quizá en las vacaciones, pero en las vacaciones lo llamaban para cursos de verano, aquí o allá, y de nuevo a preparar textos, clases, seminarios, además de las valijas. Así y todo, siempre le había robado alguna horita al sueño para leer sin esquemas previos. Al fin de cuentas, la biblioteca es su verdadera autobiografía. Aquí y allá asoman libros que han estado ligados a algún hecho o a algún sentimiento, decisivos o triviales, de su vida. Nunca se decidió a colocar sus miles de volúmenes por orden alfabético de autores, de manera que si lo aluden es desde el caos...
Mario Benedetti. «El invierno propio». A: Buzón de tiempo. Alfaguara, 1999.
dimarts, 3 de setembre del 2024
una carta
«Amb tots els respectes, senyora bibliotecària: s'ha acabat. No s'ho agafi com un assumpte personal, al contrari. La seva presència aquí m'ha endolcit força les visites: sempre tan servicial, tan silenciosa, sempre amb una recomanació a punt. Em sabrà greu no tornar a veure el seu somriure, li ho dic de debò. Però és que ja no aguanto més. No ho puc suportar. Tot plegat ha arribat a un nivell insostenible.
Jo, suposo que ja ho sap, sóc un home de gustos senzills. No bec, no fumo, no menjo gaire. No en tinc cap recança: sóc, també, un home solitari. No m'agrada la gent. Molts dels meus companys de feina, quan en surten, van directes al bar i hi passen la tarda; d'altres s'embalbeixen davant la caixa tonta. Jo, no. Jo fins ara venia aquí, i passava la tarda llegint, primer el diari, després algun llibre...Què li he d'explicar?
Són tants anys! Vaig agafar el costum poc després que la inauguressin. Una mica per curiositat, una mica per avorriment. Ara puc dir que les millors estones de la meva vida les he passat en una biblioteca. Qui m'ho havia de dir! El que primer em va atrapar van ser els periòdics. Entrava, n'agafava un, me'l llegia, el tornava al lloc, agafava el del costat...La dèria no va durar gaire, tot i que al llarg d'aquests anys no he deixat mai de donar-hi un cop d'ull; en el fons, però, sempre són el mateix. I no m'estranya: com poden trobar cada dia material per omplir cinquanta pàgines? No en passen tantes, de coses al món.
Així va arribar un dia que em vaig fixar en les revistes. Em cal felicitar-la: la infausta premsa rosa, que omple el quiosc del poble, té aquí una presència ben discreta, vora tot de publicacions sobre actualitat política, economia, música, costura, cine, motor, art, animals, història...Ah, la Història! Vostè ho sap molt bé: la Història és la meva debilitat. I potser ho vaig descobrir aquí. No pas a l'escola, que ben just si ens ensenyaven la llista dels reyes godos. I això rai, que a casa érem pobres i ni pensaments de fer carrera. Sort vaig tenir, doncs, que no se'm despertés el cuquet abans.
Se'n recorda? Vostè era molt jove. De primer no li deia res. Però va haver-hi un dia que em vaig decidir i vaig demanar-li si tenien llibres d'història. Quan, seguint les seves indicacions, vaig trobar-me davant d'aquell mur de llibres, no m'ho podia acabar. Em semblava impossible. Vaig agafar un llibret prim, el recordo molt bé: Apologia de la història, de Marc Bloch. L'he rellegit sovint. I vaig continuar furgant en aquella secció; cada llibre em duia a un altre llibre que també calia llegir, i aquest a deu llibres que calia llegir, com si, com més llegia, més coses hi hagués que encara no havia llegit.
Quins dies més joiosos! Se'n recorda? A la biblioteca només hi érem vostè i jo, i només se sentia el refrec de les pàgines que jo estava devorant. És veritat que hi apareixien nens que venien a fer els deures (és un dir), però només a temporades. En aquell moment em semblaven una murga, però he acabat enyorant el soroll que feien, que era només una lleu remor en comparació al que ha vingut després. A l'estiu era meravellós: no venia ningú.
El primer vaticini de la fi va ser la secció de discos. Ara ja fa anys que hi és, i de bell antuvi semblava innocent: una petita calaixera amb alguns compactes de música clàssica. Però em va estranyar que hi fos. I tanmateix no vaig adonar-me de com n'arribaven més, de com la secció anava creixent, de com hi havia gent que entrava i hi anava directa a agafar un disc; ni m'hi fixava. No me'n vaig adonar, del que passava, fins que no hi van posar devedés. Perquè de sobte va començar a venir més gent. Entraven, feien un volt, s'enduien una pel·lícula o dues per veure-les el cap de setmana, com si això fos un videoclub. D'agafar un llibre, ni pensaments. Això rai; però en venien tants que sempre trobaven algun conegut i feien petar la xerrada. Vatua l'olla! Ja podia demanar silenci, jo: allò semblava el mercat de Calaf.
El que m'ha fet decidir, però, ha estat l'anunci d'un club de lectura. Pel que tinc entès, vindran aquí i faran tertúlia sobre un llibre. Tertúlia! Que no n'hi ha prou? Què serà el següent? Servir begudes? A veure si m'entén: jo venia aquí a llegir, a estar sol, no a veure gent. No dic que sigui culpa seva, senyora bibliotecària, segur que a vostè li exigeixen aquest desori, i que no té més remei. Suposo que és la seva feina, i l'ha de conservar. Però jo, si volgués trobar gent, aniria al bar.
I no descarto anar-hi. Al pas que anem, allà no hi quedarà ningú!»
Joan Todó. «Una carta». A: Lladres. Labreu, 2016. P. 25-28.
________________________
P.S.: El conte va ser un encàrrec del Servei de Biblioteques del Departament de Cultura, en qualitat d'autor ‘De capçalera’ de la biblioteca d’Alcanar. En Todó el dedica a totes les bibliotecàries, i algun bibliotecari, a qui he anat marejant al llarg d'aquesta vida, sigui a La Sénia, a Tortosa, a Alcanar, a Amposta, a Tarragona, a Vila-seca o a Reus.
divendres, 12 de juliol del 2024
l'únic lector de la biblioteca
«Aleshores llegia dos-cents llibres l'any, si fa no fa. Al prestatge de l'escriptori, prop del capçal del llit, hi tenia sempre piles de llibres que anava llegint alternativament. Els agafava en préstec de la biblioteca B.P. Hasdeu, dellà el carrer, en un bloc vell que, quan el carrer es va eixamplar, van posar a sobre d'unes rodes per fer-lo recular uns deu metres. A l'esquerra de la biblioteca hi havia la botiga de queviures on feia la compra, amb les diferents seccions, que coneixia tan bé: la secció de conserves, la dels formatges i, en una altra ala, la de les llaminadures. A la dreta hi havia el verdulaire, amb els dependent que sempre et donaven garsa per perdiu. La biblioteca era minúscula. De fet, només tenia un petit vestíbul amb la taula del bibliotecari, l'únic home completament gris que hagi conegut mai (cabells grisos, ulls grisos, pell grisa), i una sola habitació amb les parets folrades de prestatges plens de llibres. Crec que era l'únic lector de la biblioteca. Com a mínim mai no vaig veure entrar-hi ningú més. De vegades m'imaginava, fins i tot, que la biblioteca i l'home solitari i callat que en tenia cura s'estaven allà només per a mi. Cada tants dies m'emportava a casa uns quants llibres que havia triat perquè m'atreia l'autor o el títol del llom. Al registre que hi havia a la taula del bibliotecari, on signava sempre, no s'hi havia apuntat cap altre usuari. Només hi havia la meva signatura, de dalt a baix de la pàgina...»
Mircea Cărtărescu. Solenoide. Traducció d'Antònia Escandell Tur. Periscopi, 2017.
dissabte, 29 de juny del 2024
el diccionari mèdic
«El volum més popular de la biblioteca pública era el diccionari mèdic. S'havia de demanar. El tenien en una vitrina tancada amb clau. Els usuaris es tossien dins la mà, intentant no fer cara d'estar preocupats per la seva salut. Com si els problemes que tenien no fossin prou evidents. Llagues plenes de líquid, xiuxiuejos amb veu ronca, cames inflades, la pell tota clapejada. Una dona que va estar venint tot l'hivern tenia alguna cosa al nas: un forat; se li estava consumint. Del nas, l'afecció li va passar a l'ull. L'altre ull —el que podies mirar— espurnejava i brillava ple de secrets confidencials. Al final va començar a portar un embenat. Allò era excessiu. No podies evitar preguntar-te què devia amagar la bena, si era encara pitjor. Lepra? La primera cosa que se'm va acudir. El nostre vocabulari del patiment és realment limitat. Potser era per això que aquelles persones volien educar-se.
Però pots comptar per a què els servia. Per fer saltar totes les alarmes, suscitar angoixes noves, pors més fondes. El diccionari mèdic tornava al taulell sense comentaris. La senyoreta Rose, la bibliotecària referencista, agafava aquell llibrot contaminat i ple de gèrmens i el tornava a guardar tancat amb clau. El guardava i, tot seguit —no podia evitar-ho, amable com era, amb aquella veu forta i aspra i els talons sorollosos—, trotava directament cap al lavabo i es fregava les mans amb sabó verd...»
Bette Howland. «Serveis públics». A: Mar en calma i viatge feliç. Traducció d'Alba Dedeu. La segona perifèria, 2024.
dissabte, 11 de maig del 2024
la paraula heretada
LA BIBLIOTECA Carnegie de Jackson se hallaba en la misma calle que nuestra casa, enfrente del Capitolio del estado. «Por el Capitolio»; eso marcaba el camino de la biblioteca. Era posible cruzarlo en bicicleta e incluso patinando, incluso sin permiso de la familia.
No he conocido ningún oriundo de Jackson que no temblase de miedo ante Mrs. Calloway, nuestra bibliotecaria. Manejaba el edificio y los fondos ella sola, desde el pupitre en el que se sentaba de espaldas a los libros, de cara a las escaleras, con su ojo de dragón clavado en una puerta de entrada en la que quién sabe qué clase de persona surgiría de entre el público. Los letreros clavados poblaban las estancias; todos advertían «SILENCIO» en grandes letras negras. Ella, por su parte, hablaba con voz autoritaria; cualquiera de los presentes debía de advertirla desde cualquier rincón de la biblioteca, por encima del zumbido del ventilador eléctrico. Era el único ventilador de toda la biblioteca y estaba, cómo no, sobre su mesa, enfocando su movimiento hacia su rostro reluciente.
[...] Mrs. Calloway había trazado sus propias reglas en lo que a los libros se refería. No resultaba posible devolver a la biblioteca un libro en el curso del mismo día en que te lo hubiesen prestado; le importaba un comino que lo hubieses leído renglón por renglón, y también le traía sin cuidado que necesitases otro nuevo con urgencia. Estaba permitido, eso sí, regresar a casa con dos volúmenes prestados a la vez; esta norma regía independientemente de que fueras un niño o un adulto, y se nos aplicaba con el mismo rigor a mi madre y a mí. Así que, de dos en dos, fui leyendo los libros de la biblioteca, dándome toda la prisa que pude en hacerlo [...]
Mi madre compartía sobremanera este sentimiento de insaciabilidad. Hoy la recuerdo como si consagrase todas sus horas a la lectura, incluso mientras realizaba otras tareas. La imagen que conservo de El origen de las especies es la de un tomo reposando en una de las baldas de la despensa, bajo una liviana capa de harina; era mi madre quien cocía el pan que se comía en casa: lo metía en el horno y se sentaba junto a la ventana de la cocina, con un ojo pendiente. Recuerdo que la vi embebida en The Man in Lower Ten mientras se me secaba el pelo lo suficiente como para quitarme el cargamento de rulos que me acababa de poner, aumentando el parecido con mi ídolo de aquellos años, Mary Pickford.
Una generación después, cuando mi hermano Walter cumplía su servicio militar en la Marina, la recuerdo leyendo el número recién llegado de Time mientras interpretaba el papel del Lobo en una representación de Caperucita Roja con los niños. Levantaba la vista en el momento oportuno, con el tiempo justo de responder -en falsete, claro está-: «Para comerte mejor, querida», y volvía acto seguido a su lectura de las noticias de guerra.
Eudora Welty. La palabra heredada. Mis inicios como escritora. Traducció de Miguel Martínez-Lage. Impedimenta, 2012. P. 61-64.
dissabte, 20 d’abril del 2024
la vida al carrer
«Vaig quedar-me a viure a l'estació de Sants. Podia fer-ho perquè sabia que no era una condemna, només havia de resistir uns dies, fins que la Trudi m'acollís. Així va ser com vaig descobrir que la vida al carrer també podia tenir rutina. Els matins i les tardes que no treballava recorria biblioteques. En valorava el silenci i la tranquil·litat. Llegia llibres, fullejava revistes, de tant en tant feia una capcinada en una butaca. Allà dins les hores eren dolces i toves com el pa. De bon matí els lavabos de les biblioteques solen estar nets i tranquils. Treia el necesser de la motxilla i em rentava la cara i les dents. Em tancava en un vàter. Em despullava i em passava una tovalloleta desodorant per les aixelles i una altra pel cony. M'escampava una mica de crema hidratant pel cos i si calia em rentava els cabells amb l'aigua d'una ampolla de litre i mig. La tassa del vàter em servia d'aigüera...»
Eva Baltasar. Ocàs i fascinació. Club editor, 2024. P. 62.
divendres, 2 de febrer del 2024
sense sostre
A pesar de estar buscándose el sustento, John siguió ejerciendo de guía conmigo, así que para cuando llegamos a nuestro destino me había puesto al corriente de un par de aspectos sobre la Biblioteca Pública de Portland. Según me dijo, era la biblioteca más antigua de Oregon y también un lugar en el que los vagabundos eran siempre bien recibidos. Me dijo que si no hablaba en voz muy alta o no me dormía en una de las sillas, los guardias de seguridad de la biblioteca no se meterían conmigo. Desde la perspectiva de John, eso los convertía en seres humanos más amables que los imbéciles que patrullaban por la estación de autobuses o por el centro comercial Galleria.
—Bueno, es una biblioteca bastante bonita —dijo John y cuando llegamos allí, minutos más tarde, comprobé que, como siempre, estaba en lo cierto. Era un edificio de estilo georgiano de tres plantas de altura, de arenisca, y ocupaba la manzana entera entre la Décima, la Undécima Avenida y la calle Yamhill. Estaba deseando entrar para librarme de la lluvia, pero antes de separarnos John me tomó el codo y me preguntó si sabría regresar solo al centro de acogida. Cuando le aseguré que sería capaz de hacerlo, me dijo que nos encontraríamos allí a las seis para cenar.
—Bueno —añadió—, llega un poco antes para registrarte y que te den una cama antes de cenar. En el centro de acogida te permiten dormir tres noches al mes. Bueno, pídeles también que te dejen tener un apartado de correos. Así los de la Seguridad Social podrán enviarte tu nueva tarjeta.
Le di las gracias por llevarme de un sitio a otro y le deseé suerte en su búsqueda de latas, después subí la ancha escalinata de la entrada y le eché un primer vistazo a la hermosa decoración de la biblioteca, un único espacio abierto con brillantes suelos de mármol y pulida madera de nogal. De repente, me sentí en territorio amigo. Mi madre me contagió su amor por los libros cuando era niño y durante mi infancia me llevaba una vez a la semana a la biblioteca pública, demostrando una fe en los libros bastante más consistente que la que evidenció en sus esporádicas apariciones en la iglesia los domingos. Pasear por entre las estanterías de una biblioteca siempre había sido mi manera preferida de pasar una tarde de lluvia. Lo cual me pareció muy curioso, dado que me encontraba en una ciudad, Portland, especialmente conocida por ser muy lluviosa.
Peter Kaldheim. El viento idiota. Traducció de Juan Trejo. Paneta, 2019. P. 246-247.
dissabte, 23 de desembre del 2023
llegir als llibres
—Ui! Som com tothom, aquí, quan se'ns coneix bé —va observar la senyora Dean, una mica desconcertada pel meu parlament.
—Disculpeu —li vaig respondre [Nota de la copista: Parla el senyor Lockwood]—, però vós mateixa sou, amable amiga, la prova fefaent que refuta aquesta informació. Fora de quatre localismes sense importància, no presenteu rastres de les maneres que generalment considero típiques de la vostra classe. Estic segur que heu pensat molt més del que pensa la majoria del servei. La manca d'oportunitats de malbaratar la vostra vida en foteses sense importància us ha dut a cultivar la capacitat de reflexió.
La senyora Dean va riure.
—És cert que em considero una persona equilibrada i de seny —va dir—, no ben bé per haver viscut a la muntanya, veient sempre unes mateixes cares i unes mateixes accions de cap a cap de l'any, sinó perquè he estat sotmesa a una disciplina estricta que m'ha ensenyat molt, i també perquè he llegit molt més del que us deveu imaginar, senyor Lockwood. No trobareu cap llibre d'aquesta biblioteca que no hagi fullejat i del qual no hagi extret alguna ensenyança, fora de la lleixa dels grecs i els llatins, i la dels francesos, i fins i tot aquests els sé distingir entre si. És tot el que es pot esperar d'una noia nascuda en la pobresa.
Emily Brontë. Cims borrascosos. Traducció de Ferran Ràfols Gesa. Viena, 2022. P. 82-83.
diumenge, 17 de desembre del 2023
a la biblioteca de seattle
La biblioteca del centro de la ciudad, ubicada en un rascacielos en el cruce de la calle Spring y la Cuarta Avenida, iba a convertirse en mi refugio preferido durante el tiempo que pasaría en Seattle; especialmente la cafetería que había en la terraza de la tercera planta, donde por un precio razonable podías tomarte una taza del famoso café de Seattle mientras disfrutabas de las vistas de Elliott Bay y de las islas esparcidas por el estrecho de Puget, a una brumosa distancia. Dudaba de que existiese en todo el país otra biblioteca pública que pudiese ofrecer semejantes vistas, y yo me intenté aprovechar de los escasos días en los que el sol lograba imponerse a la niebla y la lluvia; días que a la gente de Seattle parecían tomarle siempre por sorpresa. Una tarde en la que estaba en la terraza me fijé en dos bibliotecarios que hablaban del clima durante una pausa para tomar café. Cuando el primero se quejó de que hacía demasiado sol el segundo preguntó: «Te asusta que acabe con el moho?». Humor típico del noroeste del Pacífico.
Peter Kaldheim. El viento idiota. Traducció de Juan Trejo. Paneta, 2019. P.342-343.
![]() |
©Darren Bradley |
diumenge, 16 de juliol del 2023
al ladito de la t.i.a
José-Antonio Gómez-Hernández. Mortadelo y Filemón en la biblioteca. A: Diario de lectura de cómics 'Jiro Taniguchi'. 11|5|2009.
dimecres, 14 de juny del 2023
anna k. va a la biblioteca
«Anna K. puja les escales de la biblioteca tota encongida i aterrida pel pànic. Tot just toca a terra amb les puntes dels peus a cada una de les seves porugues passes. Empeny la porta de vidre de l'entrada i n'obre l'angle just perquè el seu cosset, quasi invisible, pugui arribar a passar sense ser vista. Sembla que entri en secret quan les seves passes són a punt de trencar-se, de tan primes. Entra fins al mostrador. Els seus ulls no arriben a l'alçada del taulell de fusta on ha de deixar el llibre. Quasi oculta, retorna el llibre, que li tremola als dits. Potser un d'Enid Blyton o de Roald Dahl. No gosa mirar cara a cara el rostre adust de la persona que té el poder de fer seu tot aquell mar de llibres que l'envolten i que ella, fins llavors, tant havia envejat. Fa mitja volta sense tocar a terra i, amb una temorosa prudència, camina fins als prestatges i contempla, quieta, el llom de tot aquell tresor que brilla davant seu. Avançarà unes passes i, amb el dit, resseguirà alguns llibres fins que es decidirà per algun. Refà el seu camí i enretira una de les cadires d'una de les taules. S'hi asseu sense que ningú no arribi ni a notar-ho. De tan subtil, sembla no ser-hi. Obre el llibre i no mira, en cap moment, al seu entorn. Obre el llibre i s'hi submergeix amb ganes de ser xuclada somni endins per desaparèixer del món. Quan comença a llegir sembla que tremoli per tot el que l'envolta. Els seus peus no arriben a tocar la superfície de moqueta que folra el terra que l'acull. Llegeix, amb un terror que sembla no tenir explicació, més endins de les pàgines del llibre i intenta desxifrar tot allò que es belluga dins seu i que no es capaç d'ordenar de cap manera.»
Martí Rosselló. Anna K. Quaderns crema, 2000. P. 67-68.
dimarts, 14 de febrer del 2023
marginàlia
Gentilesa de la Tina Vallès
«L'autora era una filòsofa en voga que, d'ençà que havia fet el salt mediàtic com a concurrent en tertúlies televisives, publicava dos o tres llibres l'any de no més de cent pàgines. En Mateu no n'havia comprat cap, però tan bon punt eren adquirits per la biblioteca municipal els demanava en préstec i els guixava de dalt a baix amb tot de subratllats, punts d'exclamació, interrogants, fletxes connectores i anotacions. No havia tingut mai bona grapa per a dibuixar, però ho hauria fet amb molt de gust, també. Entre les notes, hi havia glosses, postil·les, correccions, comentaris, associacions d'idees i reflexions, i fins i tot havia arribat a emetre dictàmens i insults a l'autora. La tècnica auxiliar de la biblioteca ja l'havia advertit diverses vegades sobre aquest costum, i en la darrera ocasió l'havia amenaçat amb la cancel·lació del carnet d'usuari. Però en Mateu havia insistit, com sovint feia, que la marginàlia era un art que una persona que treballava a una biblioteca devia saber admirar, valorar i protegir. Se sentia temptat pels espais virginals que envoltaven el text, ves per on. Llavors la tècnica auxiliar de biblioteca feia tot d'escarafalls que en Mateu traduïa com una manca de recursos argumentals més enllà de l'amenaça recurrent...»
Joan Jordi Miralles. Marginàlia. Malesherbes, 2021.
dissabte, 21 de gener del 2023
dissabte, 14 de gener del 2023
amor a primera vista
«Yo tenia diez años y dos niñeras: Snoopy y Gianni Rodari. Cada tarde al salir del colegio iba a la biblioteca. Allí era feliz: había silencio, butacas viejas, escaleras de madera crujiente, expositores con fósiles, merienda y posibilidad de infinitas lecturas.
[...] Mi primera libertad la ejercí delante de las estanterías de aquella biblioteca. El préstamo sí lo imagino vigilado, pero la lectura in situ quedaba fuera de todo control. Dios guió mi mano, la apartó de peligros como Paulo Coelho y apuntó hacia Gianni Rodari. El flechazo fue instantáneo y profundo.»
Marta D. Riezu. Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntaria. Anagrama, 2022.
dijous, 5 de gener del 2023
un conte de la grace paley
Gentilesa involuntària de la Tina Vallès
Vaig veure el meu exmarit al carrer. Jo seia a les escales de la nova biblioteca.
Hola, vida meva, vaig dir. Havíem estat casats durant vint-i-set anys, i em sentia justificada.
Ell va dir, ¿Què? ¿Quina vida? No pas la meva.
Vaig dir, D'acord. No discuteixo mai si hi ha una discrepància forta. Em vaig posar dreta i vaig entrar a la biblioteca a veure què els devia.
La bibliotecària va dir trenta-dos dòlars justos i fa divuit anys que els deu. No vaig negar res. Perquè no puc entendre com passa el temps tan de pressa. Havia tingut aquells llibres. Havia pensat en ells sovint. Tinc la biblioteca a tan sols dues cantonades.
El meu exmarit em va seguir fins al taulell on es tornen els llibres. Va interrompre la bibliotecària, la qual tenia més coses a dir. En gran mesura, va dir ells, si miro enrere, atribueixo la dissolució del nostre matrimoni al fet que no vas convidar mai els Bertram a sopar.
És possible, vaig dir. Però en realitat, si te'n recordes: per començar, el meu pare estava malalt aquell divendres, després van néixer els nens, després vaig tenir aquelles reunions els dimarts al vespre, després va començar la guerra. Aleshores va ser com si ja no els coneguéssim. Però tens raó. Hauria hagut de convidar-los a sopar.
Vaig donar a la bibliotecària un xec de trenta-dos dòlars.
De seguida va confiar en mi, va oblidar el meu passat i va deixar la meva fitxa neta, i això la majoria de les altres burocràcies municipals i/o estatals no ho fan.
Vaig agafar en préstec els dos llibres d'Edith Wharton que acabava de tornar perquè els havia llegit molt de temps enrere i ara són més actuals que mai. Eren La casa de l'alegria i Els nens, que parlen de com va canviar la vida als Estats Units i a Nova York en el curs de vint-i-set anys, ara en fa cinquanta.
Una cosa agradable que recordo és l'esmorzar, va dir el meu exmarit. Em va estranyar. Només preníem cafè. Però vaig recordar que hi havia un orifici al fons del rebost de la cuina que s'obria a l'apartament del costat. Allà menjaven sempre cansalada fumada curada al sucre. Infonia categoria al nostre esmorzar, tot i que nosaltres no quedàvem mai del tot satisfets.
Allò era quan érem pobres, vaig dir.
¿Vam ser mai rics?, va preguntar ell.
Oh, al cap del temps, a mesura que les nostres responsabilitats anaven a més, no vam patir pas misèria. Tu et vas ocupar correctament de les finances, li vaig recordar. Els nens anaven de campament quatre setmanes a l'any i duien ponxos decents i sacs de dormir i botes, com tota la resta. Quedaven molt bufons. No passàvem fred a casa a l'hivern, i teníem uns coixins vermells bonics i coses.
Jo volia un veler, va dir ell. Però tu no volies res.
No t'amarguis, vaig dir. No és mai massa tard.
No, va dir ell, amb molta amargor. Potser tindré un veler. De fet, tinc diners estalviats per a un dos pals de divuit peus. Aquest any em van bé les coses i puc esperar que encara millorin. Però pel que fa a tu, és massa tard. Continues no volent res.
Ell havia tingut l'hàbit durant els vint-i-set anys de matrimoni de fer comentaris mesquins que, com el filferro desembussador del lampista, s'obrien pas des de l'orella fins a la gola i fins a mig camí del cor. Després ell se n'anava i em deixava sota un pes asfixiant. El que vull dir és que vaig seure a les escales de la biblioteca i ell se'n va anar.
Vaig fullejar La casa de l'alegria, però vaig perdre l'interès. Em sentia greument acusada. Ara bé, és veritat, em quedo curta amb els anhels i les necessitats absolutes. Però sí que vull alguna cosa.
Vull, per exemple, ser una altra persona. Vull ser la dona que torna els llibres al cap de dues setmanes. Vull ser la ciutadana eficient que canvia el sistema escolar i s'adreça al Consell d'Avaluació i exposa els problemes d'aquella estimada institució de la ciutat.
Havia promès als nens acabar amb la guerra abans que es fessin grans.
Volia haver-me casat per sempre més amb la mateixa persona, el meu exmarit o el que tinc ara. Qualsevol dels dos té prou caràcter per a tota una vida, la qual, si ho mires bé, tampoc no és molt de temps. En una curta vida no podies aprofitar totes les qualitats de cap dels dos ni desentranyar el secret de les respectives motivacions.
Justament aquest matí he mirat el carrer una estona per la finestra i he vist que els petits sicòmors que la ciutat havia plantat mandrosament un parell d'anys abans del naixement dels nens havien arribat a la plenitud de la vida.
He decidit tornar aquests dos llibres a la biblioteca. I això demostra que si una persona o un fet em sacsegen o em fan sentir bé amb mi mateixa puc emprendre una acció apropiada, tot i que sóc més coneguda pels meus comentaris benèvols.
Grace Paley. «Desitjos». A: Tots els contes. Traducció d'Emili Olcina. Edicions de 1984, 2017.
dissabte, 29 de gener del 2022
la vivian va a la biblioteca
Vivíem al Bronx en un barri obrer d'immigrants on tot el que necessitàvem ho podíem trobar en una de les moltes botigues que hi havia en un sol carrer comercial: la carnisseria, la fleca, la botiga de queviures, el banc, l'adrogueria, el sabater. Un dia, quan era força petita, devia tenir set o vuit anys, de la mà de la meva mare vaig entrar a una botiga que no havia vist mai: era una sucursal de la Biblioteca Pública de Nova York. El local era allargat, el terra de fusta i les parets plenes de llibres que arribaven al sostre. Al mig del local hi havia un taulell on seia Eleanor Roosevelt (en aquella època, totes les bibliotecàries semblaven l'Eleanor Roosevelt): una dona alta amb bon pitram i una tofa de cabells grisos pentinats à la belle époque, ulleres sense muntura col·locades a dalt de tot d'un nas increïblement recte i una mirada plàcida d'interès. La meva mare es va acostar al taulell, va assenyalar-me el cap i va dir a l'Eleanor Roosevelt:
—Li agrada llegir.
La bibliotecària es va aixecar i va dir:
—Vine.
Va dur-me cap a l'entrada del local, on hi havia la secció de llibres infantils.
—Comença per aquí —va dir.
I així ho vaig fer.
Entre aquell dia i el final de secundària, vaig llegir-me tots els llibres que tenien. Si ara em pregunten si sé què vaig llegir en aquella biblioteca de barri, només recordo que vaig passar de les rondalles de Grimm a Donetes i Of time and the river. Quan vaig començar la carrera, vaig descobrir que m'havia passat tots aquells anys llegint literatura. Va ser en aquell moment, em sembla, que vaig començar a rellegir, perquè a partir de llavors va ser a aquells llibres que ja m'eren íntims que tornaria una vegada i una altra, no només pel plaer de la mateixa història que et transporta sinó també per entendre què m'estava passant i com sortir-me'n.
Vivian Gornick. Comptes pendents. Apunts d'una relectora crònica. Traducció de Martí Sales. L'Altra, 2021.