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dijous, 21 de maig del 2020

acontentar la gent


«Al començament d'El joc seriós, una novel·la de Hjalmar Söderberg, Arvid, el protagonista, ha començat a treballar com a periodista i al cap de poc s'estrena com a crític musical amb una ressenya sobre un concert. Però té escrúpols de publicar-la, perquè ell mateix troba que és massa feridora i sarcàstica. El seu superior al diari, en canvi, s'hi mostra entusiasmat i li diu que no li sàpiga greu, perquè «a la gent no li agrada gaire llegir com s'elogia els altres. A més, aquells a qui van destinats els elogis mai no en tenen prou, i els altres sempre en senten enveja. Però si un crític deixa un actor o una cantant com un drap brut, aleshores només es disgustarà una persona, i tots els altres contents. En conseqüència: no tinguis cap recança a criticar! Hem d'intentar repartir una mica de felicitat i alegrar l'existència de la gent!» .

Enric Iborra. La literatura recordada. 101 contrapunts de lectures. Viena, 2018. P. 58.

dissabte, 15 de març del 2014

crítiques negatives

Gentilesa (involuntària) d'en Carles Miró.

The New York Times tiene una sección dominical en la que dos escritores responden a una misma pregunta, relativa siempre al mundo de los libros. Semanas atrás la pregunta fue una de las que más frecuentemente suelen oírse en las trastiendas de los suplementos culturales: ¿Son realmente necesarias las reseñas negativas?
En esta ocasión fueron las novelistas Francine Prose y Zoë Heller las llamadas a dar su opinión. Ambas parecen coincidir en que, si no necesarias, las reseñas negativas al menos sí son justificables.
[...] Se trata, por lo que se ve, de un viejo debate, agudizado en la actualidad por el dramatismo que emite el trasfondo de una industria en apuros como es la del libro. Abonadas, al parecer, a la crítica impresionista, ni Prose ni Heller plantean la cuestión desde la perspectiva de la crítica entendida como un servicio a los lectores-consumidores, necesitados de orientación frente a una oferta que los desborda ampliamente y confundido por las campañas promocionales y las veleidades del periodismo cultural. No se plantean tampoco, o apenas, la dimensión política que tiene siempre el discurso literario, por virtud de la cual los libros -todos los libros, lo pretendan o no- sirven para poner en juego ideas y valores, concepciones del mundo, del hombre y de la sociedad, y no sólo entretenimiento, palabras bonitas y emanaciones de la vida interior. 
Por lo demás, el debate sobre las reseñas positivas o negativas suele plantearse en un marco que presupone que las secciones y suplementos de libros tienen por objeto incentivar la lectura. De ahí se deriva casi automáticamente la idea -nunca explícita- de que están al servicio de la industria editorial y que deben contribuir a la difusión de sus productos. Pero aun desde este punto de vista, erróneamente servil (pues ignora que sólo una franja muy específica de lectores se sirve del reseñismo), las malas críticas, al dar testimonio de los contrastes, de los apasionamientos, de la visceralidad, incluso, que los libros son capaces de provocar, contribuyen mucho mejor que los ripios de la publicidad y de la crítica siempre amable a llamar la atención y atraer el interés de los ciudadanos. 

Ignacio Echevarría. «Críticas negativas». El Cultural.   | 07/03/2014 | 




divendres, 20 de desembre del 2013

la crítica higiènica


Antes de incursionar en la novela Clarín llegó a ser conocido como el crítico feroz que no hacía concesiones a nadie. Asiduo colaborador de la prensa literaria, gran parte de sus artículos se agruparon en el volumen que tituló Solos de Clarín, editado por primera vez en 1881; La literatura en 1881—a medias con Armando Palacio Valdés— (1882); Sermón perdido (1885); Nueva campaña (1887); Mezclilla (1889); Ensayos y revistas (1892); y Palique (1894). En 1901 se publicó un libro póstumo: Siglo pasado.
Clarín supo compaginar dos aspectos en su crítica literaria: por un lado la sátira en su línea quevedesca y por otro lado, la crítica expositiva y rigurosa, que no necesitaba apoyarse en la erudición libresca, de la que tanto desconfiaba y sobre la que ironizaba, como puede verse en el texto «La mosca sabia», del que hemos elegido un fragmento para esta selección. Ni siquiera Valera se libró de sus demoledores frases, a propósito de Doña Luz, donde lo acusa de no haber sabido, como narrador y autor, tomar distancia de los personajes y permitirles que hablaran por sí mismos.
Era la suya una «crítica higiénica», término inventado por él, ejercida, muchas veces, sobre ciertos críticos de su tiempo que la asumían sin estar formados para tal función. Su labor fue reconocida por personajes de la talla de Menéndez Pelayo que manifestó un gran respeto por él. Su forma de luchar contra la improvisación sería aplicando a la literatura y al arte el libre examen, es decir, liberar de los dogmas al pensamiento, y establecer la relación entre literatura y sociedad, a la manera de la crítica alemana de su época.
Clarín fue el seudónimo definitivo, después de Zoilito, Maestroso, Solfeo o Clarinete. Se trataba de emular acaso las palabras del Clarín calderoniano que en la tercera jornada de la obra dice: «Pues para mí este silencio / no conforma con el nombre / Clarín, y callar no puedo». De la agudeza y de la honda percepción no sólo de los asuntos literarios, sino del ambiente de su tiempo queremos dejar constancia en esta selección de textos tomados de Solos de Clarín que aquí presentamos.




Sergio León Gómez. Solo de Clarín. La crítica y los críticos. A: Rinconete. Centro Virtual Cervantes. 25|abril|2001



dijous, 18 de juliol del 2013

competència lectora



EL SISTEMA SOCIAL Y CULTURAL, representado por ciertos críticos que legitiman qué es la literatura y qué lo literario en los medios de comunicación, tendría que ser más valiente, o más honrado, y denunciar la mercantilización de la literatura que conlleva un modo de leer establecido de forma férrea por el Mercado, en connivencia con ciertas editoriales y con ciertos autores, algunos de postín, a los que se presenta emparentados con la estirpe de Cervantes.
No es la política editorial la encargada de elevar ese nivel formativo literario del lector, por ejemplo, publicando obras que sólo leen cuatro. Porque eso ya se está haciendo. Acaba de reeditarse, por ejemplo, La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, en Alianza, y que reelerán dos personas, el que ha vigilado las erratas y su traductor.
La culpa no es de los editores, ni de los escritores.
La culpa es del sistema educativo que no forma a nuestros lectores en una competencia lectora que facilita el acceso, sin embolias mentales, a cualquier tipo de obra, de hoy, de ayer y de siempre.
Sin formación literaria no es posible la existencia de buenos lectores [...] Lo que, ciertamente, no exime de responsabilidad a la crítica actual por haber alimentado un modelo de literatura y un modelo de lector, nada literaria y nada buen lector, respectivamente.
La crítica tendría que delimitar sin miedo alguno dónde se encuentra lo literario y qué novelas lo alcanzan, y qué libros son meramente mecanismos placenteros narrativos. Sin menoscabo de considerar tan legítimo los primeros como los segundos. No todos los lectores están llamados a ser Roland Barthes.
La mayoría de los libros que se leen se comprenden, pero no se interpretan. Y no se interpretan, no sólo porque el libro no presente niveles complejos literarios para realizar dicho proceso lector, sino porque el lector tampoco dispone de aquellas herramientas o estrategias que se lo posibiliten.
Si se aspira a un modelo de lector literario, intertextual, capaz de valorar y enjuiciar el poder cognitivo, metafórico y original de una obra, no se pueden poner como modelos de máxima realización literaria las obras de Brown, de Larsson, de Maruja Torres o de Pérez Reverte.
La crítica literaria debería ser exponente de un modo de leer distinto. Y tampoco lo es. Inmersa en una inconsciencia, analizable siguiendo su pésima plasmación lingüística, es difícil que se decida a poner los puntos sobre las íes y reconozca públicamente que lo literario es hoy día un terreno vedado a muchas obras que ella presenta como tales. Mientras tanto, hasta bien podríamos pasar sin crítica literaria. No notaríamos su ausencia. O, ¿quizás, sí? Seguro, pero para bien.
Víctor Moreno. Cómo hacer lectores competentes. Guía práctica: reflexiones y propuestas. Pamiela, 2011.

divendres, 14 de desembre del 2012

ressenyar traduccions


UNAS CUANTAS IDEAS PARA QUIENES RESEÑAN TRADUCCIONES LITERARIAS
Una traducción debería reseñarse como cualquier otro libro, pero deberían ustedes tener presente que toda traducción está escrita dos veces: primero, por el autor; después, por el traductor. La obra en traducción representa una confluencia de sensibilidades, la fusión de dos fuerzas creadoras.
Por ello, consideramos crucial que, a la hora de la valorar un libro, la crítica reconozca los logros del traductor con algo más que un comentario al paso, del estilo «traducido con acierto». Como sabemos que discutir y evaluar traducciones es tarea difícil, quisiéramos sugerir unos cuantos puntos que la crítica, a nuestro juicio, debería tener en cuenta en el momento de reseñarlas.
• Incluyan siempre el nombre del traductor, tanto en la primera mención del libro como en el apartado bibliográfico.
• Si la traducción destaca por su elegancia, su viveza, o por la audaz elección de su vocabulario, no dejen de decirlo. Si rechina o cojea, también merece señalarse, sobre todo si el crítico puede respaldar sus conclusiones con ejemplos.
•  Si el traductor incluye una nota donde describe el enfoque de su traducción, puede ser útil resumir los criterios mencionados en ella, así como indicar si el traductor ha cumplido sus objetivos.
• Cuando existan traducciones anteriores de la obra, compárense pasajes paralelos para resaltar las aportaciones de la nueva versión.
• Si se encomia la obra del autor original por razón de sus particulares cualidades literarias, al lector le será útil saber si dichas cualidades se perciben en la traducción.
• Lo más importante que debe preguntarse el crítico es lo siguiente: ¿contribuye la obra traducida a la vitalidad literaria de la lengua receptora, a su habla, arte y sensibilidad? En otras palabras, independientemente de si la obra es en poesía o en prosa, ¿supone la traducción una ampliación de las fronteras de la práctica literaria en la lengua meta, introduce nuevas técnicas narrativas, formas poéticas o modos de narrar una historia?
He aquí dos ejemplos de reseñas que, desde nuestro punto de vista, logran integrar con éxito el examen de la traducción con la valoración del libro reseñado: la crítica de Michael Dirda de El tambor de hojalata de Günter Grass, traducido del alemán al inglés por Breon Mitchell (aquí), y la reseña de James Wood de Guerra y paz, de Lev Tolstói, traducida del ruso al inglés por Richard Pevear y Larissa Volokhonsky (aquí).
Los reseñistas desempeñan un papel importante como guías para que los lectores aprecien las obras literarias. La doble autoría de las traducciones representa tanto un desafío para los críticos que las evalúan como una dimensión añadida para el disfrute del lector. La escritura del traductor –lo mismo que la interpretación de un actor o un músico– merece ser reconocida en atención a su esencial mérito artístico.
Firman:

Llegit a Malapartiana, de davidoffberlin.

dimarts, 15 de maig del 2012

el cas franzen


Edith Wharton ha sido siempre un tema espinoso para la crítica literaria estadounidense. Difícil aceptar, particularmente en una dama de su tiempo, la presencia de un ánimo creativo tan caústico y tan penetrante, tan pesimista y entregado a un naturalismo sin ambages. Esas y otras características la convirtieron, ya en vida, en una anomalía entre sus contemporáneos. A pesar de ello, incluso los observadores más adversos a contender con su talento debieron, más tarde que temprano, aceptar su presencia dentro del canon literario estadounidense.

Muchos lo hicieron a regañadientes, aderezando sus opiniones con dosis de menosprecio generalmente dirigido a su personalidad e historia, cuando no a su obra. Se la calificaba como una autora de menor importancia, discípula de Henry James y, por tanto, empeñada en emularlo servilmente. Así se ignoraba convenientemente que, más allá de una gran y en ocasiones un tanto azarosa amistad, su estilo, tramas y personajes eran totalmente distintos de los de James. El que Wharton hubiese pertenecido a la élite social neoyorkina potenciaba argumentos sobre una presunta superficialidad, prejuicios también originados por su independencia como mujer y escritora: Wharton no solo llegó a poseer el cuarto propio preconizado más tarde por Virginia Woolf, sino mansiones en los Estados Unidos y en Francia.

Se podría pensar que tales preconceptos son cosa del pasado. Hace poco, sin embargo, un sorprendente episodio ha probado su persistencia. Con ocasión del centésimo quincuagésimo aniversario del nacimiento de Wharton, la editorial Penguin Books preparó para el 2012 una edición de tres de sus novelas de escenario neoyorquino, La casa de la alegría, Las costumbres del país y La edad de la inocencia. Intitulada en su conjunto Three Novels of New York, la publicación fue concebida como una “edición de lujo”, “inspirada de la alta costura”. Este último detalle se cimentó con la presencia de Richard Gray –famoso ilustrador de modas– como creador de la portada del libro.

Lo irónico de presentar obras de Wharton en una edición de tal carácter se vio agravado por la decisión de contratar a Jonathan Franzen como autor de la introducción. La idea de que su fama garantizaría atención mediática al proyecto probablemente lo hizo prevalecer por sobre más aptos candidatos. El resultado de ese cálculo ha sido espectacularmente negativo: el texto de Franzen puede considerarse uno de los estudios más absurdos e insultantes jamás escritos sobre Wharton. Así lo han comprobado los lectores de The New Yorker, en cuya edición de 13 y 20 de febrero del 2012, se publicó bajo el título "A Rooting Interest" (Un enraizado interés).

A juicio de Franzen, Wharton contrapone en sus tres novelas el atractivo físico de sus protagonistas a lo craso de sus intereses y actividades. Crea así un dilema en el que el lector, consciente de que debería repudiarlas por su conducta, no deja de simpatizar con ellas por su belleza. A juicio de Franzen, ese dilema era personalísimo para Wharton, sofocada por el hecho de saberse al mismo tiempo poco querida en razón de su fortuna y privilegios, y poco agraciada físicamente.

Franzen presenta ese último detalle, esencial a su controvertible tesis, con remarcable insistencia. Según él, Wharton “no era bonita”, y “podría muy bien ser más congenial para nosotros hoy si, además de sus otros privilegios, hubiese lucido como Grace Kelly o Jackeline Kennedy”. ¿Habría el reputado novelista analizado desde una óptica semejante las novelas de Charles Dickens, con ocasión de su reciente bicentenario? ¿Habría considerado apropiado desear que el rostro de Henry James hubiese sido similar a los de John F. Kennedy o Alain Delon? La respuesta es obvia y devela a Franzen como digno sucesor de los prejuiciosos críticos que en su día atacaron a Wharton.


María Helena Barrera-Agarwal. "El rostro de Edith Wharton". Hermano Cerdo: literatura y artes marciales. 26 febrer 2012.


Més informació sobre el cas:

· A Rooting Interest. Edith Wharton and the problem of sympathy, Jonathan Franzen. (Un fragment de l'article publicat a The New Yorker).

· ¿Hay más mujeres feas que hombres guapos en la historia de la literatura? ¿Eso importa?, a pijamaSURF.

·Jonathan Franzen's female 'problem', Alexander Nazaryan. Daily News, 27 febrer 2012.


dimecres, 30 de novembre del 2011

autoritat crítica


"El premio Brooker se estableció en 1969 para identificar y premiar a la "mejor novela del año". En la actualidad está considerado como el premio literario más importante de este tipo en Inglaterra. Su criterio es reconocido universalmente por ser sólido, imparcial y con autoridad. Casi apostólico. Se sitúa junto a otros premios de "certificación de alta calidad": el Costa, el Pulitzer, el Goncourt, el Orange, el premio de poesía T.S. Eliot, el Queen's Gold Medal para poesía, el premio internacional Man Booker, el premio Nobel (los tres últimos están más bien dirigidos a la trayectoria profesional que a las obras individuales). ¿Cómo acepta el lector, de forma tan obediente, las decisiones emitidas por estas autoridades?

Los siguientes novelistas ganaron el premio Booker (desde 2002, el premio Man Booker) en la primera década del siglo XXI: L.M. Coetzee, Anne Enright, Yann Martel, DBC Pierre, John Banville, Margaret Atwood. Ian McEwan ha sido finalista, repetidamente, durante años; ganó en 1998, con su novela Amsterdam. Apenas hay concurso en el que no se proteste porque McEwan no ha ganado, sea cual sea su nueva obra.

El 8 de diciembre de 2009, el periódico The Guardian publicó uno de sus apartados de "Comentarios libres", invitando a los blogeros a designar el peor libro de la década. Era una pregunta peligrosa, y los periodistas que la propusieron estaban convencidos de que las respuestas recaerían en autores como Paulo Coelho/Katie Price/Dean Koontz/Jackie Collins y en el resto de supuestos autores depravados de la misma especie.

Si esto era lo que esperaba, el equipo encargado de los "Comentarios libres" se había equivocado por completo. Ignoraban totalmente los libros de la década que los lectores tenían en mente. Los 892 encuestados escogieron como peores libros a los "ganadores más valorados de los premios Booker".

No hubo puñetazos. Unos 200 encuestados fueron a por Ian McEwan (apenas salió una voz en su defensa). Otros apaleados fueron la mayoría de los ganadores del Booker y muchos de los finalistas de la década. Todos esos libros habían recibido comentarios excelentes de críticos, en las revistas de mayor autoridad (nada menos que del equipo de distinguidos críticos literarios del propio The Guardian)."

John Sutherland. 50 cosas que hay que saber sobre literatura. Ariel, 2011. P. 86.




divendres, 28 d’octubre del 2011

sempre que estic a punt de publicar un llibre


"Siempre que estoy a punto de publicar un libro me siento impaciente por saber qué clase de libro es. Por supuesto, no lo averiguaré hasta que los críticos no hayan sacado sus reseñas. Pero sí sé de antemano cuál será el veredicto del público porque tengo un método infalible y sencillo para descubrirlo. Es el siguiente -por si les interesa saberlo-:
Siempre leo el manuscrito en privado a un grupo de amigos formado por:
·Un hombre y una mujer sin sentido del humor.
·Un hombre y una mujer con un sentido del humor normal.
·Un hombre y una mujer con un sentido del humor extraordinario.
·Alguien con agudo sentido práctico.
·Alguien sentimental.
·Alguien que necesita que haya moraleja y un propósito.
·Alguien con un talento natural para encontrar fallos y errores.
·Un entusiasta, alguien que disfruta con -casi- cualquier cosa.
·Alguien que se guía por los demás y que aplaude o condena conforme lo haga la mayoría.
·Media docena de chicas y chicos inteligentes, sin clasificar.
·Alguien que disfruta con la jerga y con un tono ligero, informal y familiar.
·Alguien que detesta eso mismo.
·Alguien de mentalidad ecuánime y judicial.
·Un hombre que siempre se duerme.
Estas personas representan de forma fehaciente al público en general. Su veredicto predice con acierto el veredicto del público. No hay entre ellos ninguno cuya opinión no me resulte valiosa, pero el hombre del que más me fío -aquel a quien observo con la mayor preocupación-, el que más influye en mi decisión sobre si publicar el libro o quemarlo, es el hombre que siempre se duerme. Si a los quince minutos se ha dormido, quemo el libro; si se mantiene despierto durante tres cuartos de hora, publico -y publico con la mayor seguridad y confianza. Porque la intención de mis obras es entretener; y sentando a este hombre cómodamente en un sofá y cronometrándole, puedo predecir con muy poco margen de error el grado de éxito que voy a alcanzar. Su veredicto ya me ha hecho quemar varios libros: cinco para ser exactos.

Sí, como he dicho antes, siempre sé de antemano cuál será el veredicto del público, pero nunca cuál será el del crítico profesional hasta que tengo noticias de él. Parece que estoy haciendo distinciones, que separo al crítico profesional del resto de la familia humana, que estoy sugiriendo que no pertenece al público en general sino que conforma una clase distinta. Pero no es esa mi idea de él. Es, de hecho, parte del público general, representa a una parte del mismo y lo hace con legitimidad; pero es su parte más pequeña, la más fina -la parte superior, el puñado de los escogidos y críticos. La guinda del pastel, por así decirlo. O para cambiar el símil, es el Brillat-Savarin, el Delmonico del banquete. Los quinientos comensales creen saber si es un banquete bueno o malo, pero no lo saben con absoluta certeza hasta que Delmonico aporta sus pruebas de experto. Entonces es cuando lo saben. Esto es, lo saben hasta que se levanta Brillat-Savarin y se carga el veredicto de Delmonico. Después de esto, en general ya no saben lo que saben.

Pues bien, en mi pequeño tribunal particular no tengo a ningún representante de la capa superior, del grupo selecto, de la minoría crítica del mundo; por consiguiente, aunque soy capaz de saber de antemano si mi libro le parecerá bueno o malo al público en general, nunca sé si de verdad es bueno o malo hasta que alguno de los críticos profesionales, de los expertos, ha hablado.

Así que, como he dicho, siempre espero, preocupado, sus noticias. Y por fin los expertos han pronunciado su opinión sobre mi último libro. Como es natural, ustedes supondrán que con ello me he quedado más tranquilo. Pues no: se equivocan. Estoy tan preocupado como antes. ¿Les sorprende? ¿Creen que divago? Esperen a leer las pruebas y podrán comprobar, ustedes mismos, que su naturaleza es inquietante. Seré justo: no usaré ninguna cita que no sea auténtica, ni alteraré ni corregiré el texto en absoluto."


Mark Twain. Who is Mark Twain?, Harper Collins, 2009. Traducció de Mercedes García Lenberg.
LLegit a Trama y Texturas, núm. 9, octubre 2009.