Si la primera edición de La Regenta data de 1884, resulta que la novela que según todos los expertos nacionales e internacionales nos introdujo de lleno en la modernidad literaria, al cabo de tanto casticismo, romanticismo, espiritualismo e historicismo, no existió realmente en este país hasta 1966, año de la edición de bolsillo de Alianza Editorial.
Hubo, sí, la reedición de 1901 (Fernando Fe) y luego, en 1947, una muy aparatosa, pretendidamente lujosa y costosa edición a doble columna y en papel biblia de Biblioteca Nueva, titulada Obras Selectas, acaso para maquillar tan impronunciable título durante la Dictadura. Lo cierto, sin embargo, es que las grandes fechas de la novela de Leopoldo Alas son dos y sólo dos: 1884 y 1966. Lo cual quiere decir que La Regenta no tuvo existencia popular en su país durante la friolera de ochenta y pico años.
[...] Ocurrieron dos cosas, por lo menos, y muy entrecruzadas.
Por un lado, el apoteósico despiste cultural, sección letras, acerca de lo que realmente significó e implicó en este país la primera aventura literaria que nos introdujo tardía pero brillantemente, y de un tirón, en la modernidad narrativa del siglo; es decir, que nos conectó con aquella revolución narrativa del realismo literario que desde los años treinta había cambiado radicalmente las vías de la literatura euroamericana y elevado la novela a categoría de arte mayor.
Después, o al mismo tiempo, ocurrió un montón de disparatados asuntos, tan extraliterarios como típicamente nacionales, relacionados con la novela y su autor, que impidieron durante tantos años la lectura normalizada, digámoslo así, de La Regenta. Pongamos un simple ejemplo que, por lo visto, todo el mundo finge haber olvidado y que sin la menor duda alteró radicalmente el curso de los acontecimientos puramente literarios. Me refiero al cruel y aún bastante impronunciable fusilamiento del hijo de Clarín en Oviedo, a los pocos días de la rebelión militar de Franco y por orden expresa de él. Y es que Leopoldo Alas junior, además de republicano, Rector de la Universidad de Oviedo, jurista internacionalmente respetado, era activista reconocido de la Institución Libre de Enseñanza, nuestra única utopía ilustrada en la que su progenitor tuvo no poca responsabilidad fundacional. Pero, como todo el mundo sabe, al menos en Oviedo, la orden del comandatín al pelotón de fusilamiento, por encima o por debajo de cargos o argucias procesales de la más pura raza fascista, estaba fundada en un terrible e inclasificable delito: era el hijo del padre de Vetusta.
Así, que conste, se escribió en este país la nada ejemplar historia de ochenta y pico años de silencio y olvido acerca de una historia rabiosamente novelera, la de Anita Ozores, que, ya digo, en un principio sólo pretendía alterar los castizos hábitos narrativos y lectores del país y conectarnos con la modernidad literaria del siglo, de la que de nuevo estábamos de espaldas. Pura y simple experimentación novelística, tal es el preciso término utilizado machaconamente por Alas en el instante de pensar y escribir La Regenta.
Pero aquel novedoso realismo literario, en contra de lo que imaginó el propio Clarín en su fiebre experimental para dotar a la novela española de otro punto de vista, resultó también un escándalo mayúsculo en la muy pacata España de la Restauración.
[...] Y es que el realismo literario no sólo implicaba, e implica, las ya célebres técnicas del autor omnisciente, la figura del narrador, el estilo invisible o humillado, el primado de la descripción, la psicología de los personajes, el contexto social y otras por entonces tan inéditas como revolucionarias maneras de novelar; también, al mismo tiempo, era una novela que implicaba el gran descubrimiento de la vida corriente y moliente, con antihéroes urbanos que no hablaban en oratoria forense o sagrada, vivían existencias muy reconocibles y además, para mayor transgresión, se trataba de personajes y ambientes que por vez primera pertenecían al mismo rango social y cultural que el lector. Por eso La Regenta, entre otras cosas, como toda buena novela realista, trataba de la hasta entonces impronunciable vida cotidiana. Y en provincias. Trataba del poder del clero, de la ridiculez ética y estética de aquella incipiente burguesía urbana, de las miserias naturalistas, de las nuevas tiranías de la vieja moral dominante, de la sexualidad femenina rebelde, del yo insumiso, de la ironía feroz del modo de vida provinciano, de la mirada liberal. El escándalo, claro, también estaba servido por el lado estrictamente literario. Aquellas escabrosidades argumentales, como entonces le reprochaban a Clarín, sólo eran el resultado matemático de la experimentación con el gran género inaugural del realismo literario.
El caso es que, por una u otra razón, este increíble silencio de ochenta y pico años pesó como una losa funeraria sobre La Regenta y alteró muy profundamente la normal trayectoria de lo que sólo, o nada menos, debería haber sido una tardía pero muy feliz conexión de la novela española con la inexcusable modernidad literaria de aquel fin de siglo.
Juan Cueto. Pròleg a: Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. Alianza, 1996.
Que fort, Mati! I què llegien els batxillers durant vuit llargues dècades? Ah... i com és que es va editar per primer cop a Barcelona? I si estaves constipat què llegies? No ho puc entendre. Són coses de la modernitat. Tremendu!
ResponEliminaEls batxillers llegien Fortunata y Jacinta (o Misericordia), Los pazos de Ulloa i coses d'eixes. Si agafaven el grip, pos El quadern gris (abans i tot de ser escrit! I en català, que el llegien, em consta).
EliminaI pel que fa a la primera edició deLa Regenta, no siguis impacient, Tremenda, que tenim dos mesos per anar parlant d'aquestes coses.