dilluns, 20 d’octubre del 2014

l'historial clínic com a gènere literari (I)


«El historial clínico es pura literatura, con independencia de que tenga también sus virtudes científicas. Podríamos decir que todo gran historial clínico tiene algo de novela, del mismo modo que toda gran novela tiene algo de historial clínico. La muerte de Iván Ilich, como La metamorfosis, es un historial clínico. También El Quijote tiene mucho de historial clínico, lo mismo que Madame Bovary...Llegados a este punto, no se puede dejar de citar a Freud.
El año pasado se publicaron, por insistencia mía, algunos de los historiales clínicos de Freud, que editorialmente han funcionado muy bien, como si se tratara de un libro de cuentos, pues son relatos de una perfección asombrosa, con independencia de las virtudes científicas que tengan.
El misterio radica en saber cómo alguien que está contando un hecho real (la historia de un enfermo o enferma) consigue darle esa unidad característica del relato. Ustedes me podrían decir sí, de acuerdo, pero es que Freud es uno de los grandes escritores de todos los tiempos. Es cierto, Freud es un gran escritor que, con independencia de pasar a la historia de la ciencia, sin duda merecerá pasar también a la historia de la literatura.
Hablemos, pues, de otros autores que no tienen la altura de Freud para ver si podemos concluir que el historial clínico es también un género literario. Hay un escritor bastante popular, Oliver Sacks, neurólogo y autor, entre otros, del historial clínico en el que se basó la película Despertares. Oliver Sacks no es tan buen escritor como Freud pero es un hombre con una habilidad sorprendente para unir los materiales de los casos clínicos de tal modo que los convierte en auténticos relatos. El libro de relatos clínicos titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero es excelente y en Un antropólogo en Marte hay por lo menos tres o cuatro casos que son obras maestras de la literatura.
Recuerdo uno que habla de un ciego que perdió la vista a los tres o cuatro años; es un hombre que lleva una vida muy solitaria y a los cincuenta años decide casarse. Su prometida quiere hacer un último intento para comprobar si la ceguera de su futuro marido es reversible o no y deciden consultar a un médico. El médico examina al ciego y concluye que lo único que le pasa es que está sufriendo las consecuencias de un mal diagnóstico, ya que lo único que tiene son unas cataratas, de manera que, teóricamente, si le operan las cataratas no debería haber ningún impedimento para que volviera a ver. Esto produce una gran alegría en la família y deciden operarle. El hombre se opera y Sacks nos describe esa escena que hemos visto tantas veces en el cine: el ciego al que tras la intervención quirúrgica le van quitando un vendaje tras otro, con la impaciencia de la família que está delante de él, y cuando le quitan la última venda el ciego abre los ojos, ve el rostro de su mujer,  se arrodilla y da gracias a Dios.
Esta escena la describe Sacks al revés, porque efectivamente le van quitando los vendajes y al llegar al último, abre los ojos y al ver el rostro de su mujer se queda espantado. Y se queda espantado porque no sabe leer un rostro. Ha estado toda su vida leyendo la realidad en un registro y ahora le obligan a leerla en otro, de manera que cuando van al restaurante él ve una copa de cristal y le parece un objeto muy inquietante hasta que la toca, hasta que la lee con la yema de los dedos y la comprende.  Y este hombre que hasta ese instante llevaba una vida normal, a partir de ese momento es incapaz de cruzar una calle porque le da miedo todo ese tumulto de coches y de gente. Y no descansa hasta que se queda ciego otra vez, y entonces recibe la ceguera como un don. Se trata de un buen cuento donde todos los elementos que lo componen se necesitan entre sí y están colaborando a producir ese efecto final que es el del hombre feliz cuando se queda ciego de nuevo...»

Juan José Millàs. «Literatura y enfermedad». A: Con otra mirada. Una visión de la enfermedad desde la literatura y el humanismo. Taurus, 2001. P. 151- 166.




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