ALBERTO OLMOSNo se lo digan a nadie, pero esta novela contiene 38 toneladas de gran literaturaEl Confidencial4|4|2022
El arte contemporáneo es ocurrente, ridículo y carísimo. Con toda lógica, nadie podrá verlo dentro de tres siglos, pues cada época tiene sus ocurrencias y ridiculeces y, al final, habrá que acabar en el museo del Prado otra vez, viendo fusilamientos y manzanas. El arte contemporáneo seguramente no es arte, sino otra cosa que va por debajo, como las notas al pie. El arte contemporáneo, en fin, da para mucho discurso, mucha escritura, y se hace con pan, caucho viejo, ropa prestada y prensada y lavadoras, también. Dice Félix de Azúa que ya no hay arte, que estamos en el pos-arte y que, por tanto, no debemos preocuparnos por nada. Este arte no-arte gusta sobre todo a los niños. Mi valoración de una obra conceptual se la he dejado ya a mis hijos: si a ellos les mola, es buena. Así, es bueno Anish Kapoor y es bueno Richard Serra. Damien Hirst, por ejemplo, no. ¿Envolver un edificio con tela? Guay. ¿Mierda de artista? Como que no.
Richard Serra es escultor, es decir, no ha hecho una escultura en su vida. Sus esculturas son trozos gigantescos de acero corten dispuestos sobre superficies estatales de modo que los niños se pierdan de vista y sean eventualmente aplastados. Es divertido. Por supuesto, Serra y sus amigos pueden decir cosas muy complicadas sobre una plancha de acero puesta de pie en medio de una plaza, por mucho que usted sólo vea una plancha de acero de pie en medio de una plaza. Algo del tiempo y el espacio intervenidos y algo de la piel del acero y algo más sobre que los bloques no se pueden mover ni un milímetro sin que se cometa un delito muy grave contra el arte y, oh, el artista.
Serra, en fin, hizo una obra para el museo Reina Sofía en 1986 y, una vez expuesta, fue retirada y guardada en un hangar de la glamurosa Arganda del Rey. Era ya 1990. La obra era tan excepcional y necesaria para el desarrollo espiritual de los españoles que los responsables del museo no se acordaron de ella hasta el año 2005, momento en que comprobaron que había desaparecido. Eran tres o cuatro bloques de acero con un peso total de 38 toneladas.
Extraviar algo tan pesado despierta sin duda nuestro interés. Pero si pensamos que se trata de una obra de arte, la cosa nos importa menos. También usted “pierde” el souvenir de Londres que le trae su hijo un verano, y realmente no sabe cómo ha sido. Pues los del Reina Sofía igual: no saben cómo ha sido perder una obra maestra de 38 toneladas de peso.
Novela
Juan Tallón tenía en la cabeza esta anécdota museística increíble y, por fin, pudo darle forma de novela. No era fácil. No sólo porque él lo diga en su propio libro y en las entrevistas que ha ido cumplimentando, sino porque resulta evidente. Como titular (“se pierde una obra de Richard Serra de 38 toneladas”), el suceso resulta impresionante; como novela, no sabe uno si da para más de veinte folios. Tallón ha escrito más de trescientas páginas sobre el asunto, algo sólo posible cuando el asunto, como es obvio, sirve en realidad como pista de despegue de muchas otras realidades.
'Obra maestra' (Anagrama) presenta más de setenta testimonios de personas relacionadas con la peripecia perdidosa de esta obra de Richard Serra. Es un libro muy bueno. Muy trabajado. Primero hay que documentarse exhaustivamente sobre el suceso; después hay que suplantar esas setenta voces y darles la vida por escrito que muestre su conciencia personal del mundo; después hay que sumarlas todas y ordenarlas y ver cómo dialogan entre sí y dan al cabo en una novela orgánica. Habla gente real (ministros, comisarios de arte, periodistas…) y supongo que también gente inventada; y se dicen cosas ciertas y, supongo también, cosas imaginarias. Técnicamente, es de una admirable virguería.
En la contraportada se nos habla de “thriller trepidante”, dado que la desaparición de una obra de arte, y encima de esas dimensiones, nos hace desear que alguien la encuentre, y además antes nuestros propios ojos, como pasa a veces con las series documentales de Netflix o HBO, donde se descubre al asesino en el último capítulo, cuando la policía se quedó en el primero. Sin embargo, no es el caso. Equal-Parallel/Guernica-Bengasi, que así se llamaba aquella obra de Serra, no aparece nunca, como es obvio porque, si no, lo sabríamos por los periódicos.
La novela de Tallón tiene, para empezar, algo de biografía de Richard Serra. Aprende uno mucho sobre este artista y sobre su dependencia inspiracional de Chillida y sobre otros artistas que hacen arte con conceptos. Asimismo, la historia del museo Reina Sofía no deja de tener su interés. También da cuenta la novela, con su perspectivismo y la comparecencia en ella de diversas figuras políticas de la época, del sindiós que es la administración española. Primero, porque pierdes una cosa carísima que encima era incluso difícil extraviar a posta. Segundo, porque, como museo, no pagas a la empresa que te la está guardando, motivo principal de que la empresa quiebre y, cuando deseas recuperar la obra, la obra no esté y nadie sepa qué ha pasado con ella. Y tercero, porque aquí todo el mundo es mediocre para alguien, lo cual puede querer significar que todos son mediocres, los directores del museo, los comisarios, los transportistas y los periodistas. En medio de la mediocridad y la dejadez, 38 toneladas de acero se volatilizan.
Por supuesto, la novela no tiene nada de ese “thriller trepidante” que señala la editorial en su contraportada, salvo si consideramos que una novela muy bien hecha es trepidante por sí misma: la trepidación del talento. De hecho, 'Obra maestra' tiene algo de 'Nocilla Resurrections', o sea, de toda la propuesta que hace quince años -exactamente cuando se descubrió la desaparición de la obra de Serra- hacía Agustín Fernández Mallo con su trilogía. Es una obra fragmentaria, rizomática, donde se mezcla arte contemporáneo, noticias, ciencia y pequeñas historias internacionales, no lineal, parecida a un collage, etcétera. La novela gira en torno al vacío dejado por una obra perdida, y eso es todo. Una fabulación radial, un coro de voces breves pero en cuya brevedad asoman vidas enteras. Amén de un país, este país nuestro, dispuesto a pagar en los año 80 cualquier precio por ser moderno, aunque no entendiera qué es eso.
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