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Cuando un libro es malo y te resulta del todo insoportable, no estás libre de perderlo en algún lugar sin retorno. Hay abismos así. Y una desgracia puede padecerla cualquiera. Aunque salimos adelante. Esto nos conduce a un debate muy interesante: ¿qué se hace cuando cae en tus manos el libro equivocado, que nunca debió escribirse, pero que tú —que tampoco eres perfecto— cometiste el error de comprar? Primero hay que dirimir si continúas con la lectura hasta el final, pese a que desde las páginas iniciales escuchas ruidos raros, o si la abandonas sin más y te vas al bar, para reponerte. Todas las opciones son legítimas. Entiendo también al que afronta el esfuerzo titánico y llega a la última página. A veces hay que cultivar el sufrimiento, ya que puede llegar a ser una fuente de placer.
Cuando cierras el libro no se acaba, digamos, la rabia. Debes seguir afrontando decisiones difíciles. ¿Guardas el libro? ¿Lo pierdes? ¿Lo tiras a la basura? ¿Se lo regalas a tu cuñado? ¿Dejas que tu perra haga el trabajo sucio, como Joe Pesci en Uno de los nuestros? El debate hierve. Recuerdo que Umbral, apenas detectaba que el libro que tenía entre manos se derretía como un helado, de malo que era, se deshacía de él en la piscina. El fondo estaba infestado de cadáveres. Era un hermoso espectáculo. Tengo un amigo poeta, pobre como una rata, que ante la falta de piscina, incluso de bañera, proporcionaba a los libros malos destinos menos épicos. Una novela de un afamado autor murciano sostiene la persiana rota del salón. Puesto que mi amigo es pobre de solemnidad, el sofá se sostiene gracias a que una de sus patas es la Metafísica de Aristóteles, cuyas dimensiones de la edición carísima de Gredos —naturalmente robada— lo hacen perfecto para que el sofá esté recto. Ahora bien, si hay que referirse a un bello modo de matar libros, aunque sean buenos, yo me quedo con la clase que siempre demostró Carvalho en las novelas de Montalbán, al usar las grandes obras para encender la chimenea. Ahí es nada, un sueño de juventud nihilista, como cuando te imaginabas en el futuro prendiendo los Lucky Strike con billetes de veinte dólares.
No hay que hacer sino lo fácil, lo que a veces implica no hacer nada.
Juan Tallón. «Instrucciones para tratar con un libro». A: Mientras haya bares. Círculo de tiza, 2016. P. 257-259.
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