Visité Moscú por primera vez en 1975. Llegué de (la hoy inexistente) Yugoslavia a la Unión Soviética (hoy inexistente) con una beca de dos semestres. [...] Los primeros dos o tres meses, de los diez que duraba el año académico, los pasé en la Biblioteca Lenin (el nombre actual es Biblioteca Estatal Rusa). El acceso era una tortura, porque primero había que aguardar en una larga cola para depositar las cosas en el guardarropa; luego en una larga fila, para que el usuario pasara el control de policía de la biblioteca (recuerdo el volcado diario del contenido del bolso en la mesa) y accediera a las salas de trabajo; y por último había que esperar un buen rato para que los libros solicitados llegaran hasta el usuario por medio de un mecanismo similar a unos raíles y un tren (espero no haberlo soñado y que algo semejante haya existido relmente). Tal vez también este procedimiento cansino fuera el motivo por el que mucha gente dormía en la biblioteca. Había dos o tres máquinas fotocopiadoras, delante de las cuales se formaban largas colas, porque solo estaba permitido fotocopiar veinte páginas al día. Y, para colmo, las copias se imprimían en un papel basto y grueso, casi cartón. Ciertamente, los que tenían dinero podían contratar a un «sustituto», alguien que se pusiera en la cola e hiciera las fotocopias en su lugar. Pero lo más espantoso era el cuarto de fumadores, en la buhardilla de la biblioteca. Se trataba de una habitación pequeña, asfixiante, con unas cuantas sillas y una mesa sobre la que descansaban unos grandes recipientes redondos de hojalata, cajas usadas de rollos cinematogáficos repletas de colillas, montones de ceniza ante los que se sentaban los mártires fumadores. Ni siquiera la cafetería ofrecía algo de la humanidad y la calidez esperadas porque también allí había una fila larga solo para entrar, y además la espera no merecía la pena: café malo, el proverbial buen té ruso y unas tristes salchichas que te asaltaban en todas partes: en los comedores universitarios, en las ollas de los vendedores callejeros y en los figones moscovitas baratos...
Dubravka Ugrešić. Zorro. Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Impedimenta, 2019. P. 30.
dijous, 12 de juny del 2025
la dubravka va a la biblioteca
Escrit per
matilde urbach
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biblioteques de paper,
Dubravka Ugrešić
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