dimecres, 11 de maig del 2011

john huston & carson mccullers (i 3)



Carson McCullers. Iluminación y fulgor nocturno. Seix-Barral, 2001.









Tennesse Williams me visita cada vez que está en la ciudad de Nueva York. Con enorme placer puedo decir que en John Huston, el director de Reflejos en un ojo dorado, encontré a un amigo de verdad.
Cuando Ray Stark, el productor de Reflejos en un ojo dorado, llamó a Huston para que la dirigiera, John dijo: “habría dos maneras de hacer esta película; una: una película de arte y ensayo con poco presupuesto; dos: una película con los mejores talentos actuales. No me interesa hacer cine de arte y ensayo con poquísimo dinero, y creo que a la señora McCullers tampoco. Sólo puedo dirigirla con los mejores actores.” Ray Stark estuvo de acuerdo y se redactaron los contratos. John sabía lo que decía cuando habló de los mejores talentos actuales: Marlon Brando, Julie Harris, Elizabeth Taylor, Brian Keith y Zorro David [un peluquer de la alta societat novayorquesa en el paper d’Anacleto]. Entonces John vino a verme y de inmediato advertí su seriedad, su encanto y su sentido del humor. Le di carte blanche y nunca tuve la menor duda. Todo lo controlaba él y yo estaba contenta.
Cuanto más hablaba de su concepción de Reflejos, más segura estaba yo de que era el hombre indicado. No sólo era el director; él, Gladys Hill y Chapman Mortimer habían escrito un guión excelente ateniéndose fielmente a la novela.
Además, cuando nos vimos por primera vez, John me dijo: “¿Por qué no vienes a visitarme a Irlanda?”
Como yo hacía tres años que estaba en la cama, me pareció algo irrealizable, pero dije: “¿Hablas en serio?”
“Tan en serio como soy capaz de hablar yo. Tú sabes que los aviones existen.”
De manera que, en Navidad, John nos envió, a Ida y a mí, billetes de ida y vuelta a Irlanda en primera clase por Irish Airlines.
Antes de que el médico me autorizara a viajar a Irlanda, me ordenó ir a algún sitio durante un fin de semana para comprobar que yo podia aguantar el viaje. Ida y yo decidimos ir al Plaza. Fue todo un espectáculo. Hubo que llamar una ambulancia de la asistencia pública y prevenirles para que tuvieran lista una camilla especial para mi viaje. Al principio creyeron que el montacargas del Plaza podía ser un problema, pero plegaron la camilla y finalmente me subieron en una cama de hospital especialmente encargada para la ocasión.
Vi a viejos amigos, arreglé cuestiones profesionales, di entrevistas y la comida del Plaza estuvo a la altura de su reputación. Yo examino con detenimiento los menús, como otros estudian obras de arte. En fin, pasé la prueba del Plaza y el médico me dio permiso para ir a Irlanda.
John vive en Galway. Ama la caza y es el amo del coto local. Así fue como descubrió su casa, un día que salió a cazar zorros. (Los granjeros consideran que los zorros son una plaga y los envenenan, pues son muy destructivos.) John vio esa hermosa mansión, que era el esqueleto de una casa de campo. La compró y comenzó a edificar y transformar aquellas cuatro paredes en una finca magnífica. Hay muchísimo ganado en los campos. Los caballos de John son magníficos y él no se pierde ninguna carrera. Apostamos juntos ; la semana pasada me llamó para contarme que nuestro caballo, Busted, había llegado el primero y que habíamos ganado cincuenta libras.
Hubo un desfile incesante de visitantes y John es un “Gran Señor”. Si no hay una criada a la vista, abre él mismo la puerta para recibir a sus invitados. Llegamos el mes de abril de 1967, en plena temporada de ostras, y comimos ostras del canal de Irlanda, que queda a apenas sesenta kilómetros de distancia. La señora Craigh nos sirvió platos magníficos. El pan que ella hace es el más delicioso que haya probado nunca.
Como la pierna se me estaba saliendo un poco, tuve que quedarme en cama todo el tiempo, pero la gente venía constantemente a verme a mi habitación. Había otro invitado en la casa. Hacía un poco de frío y, a falta de un cuarto bien calefaccionado, la chimenea de mi dormitorio estaba encendida permanentemente.
Por la noche, todos venían a beber coñac y tomar el café conmigo. La conversación giraba en torno a la cacería de zorros, el arte, la política y, por supuesto, Reflejos en un ojo dorado.
Me hicieron entrevistas para muchos periódicos y el Irish Times sacó una foto de John dándome un enorme abrazo al estilo irlandés.
En mi dormitorio había una hermosa cabeza hecha por Epstein. Por la ventana se veía al rebaño pastando. A veces, las ovejitas, demasiado frágiles como para sostenerse sobre sus patitas, pasaban delante de la ventana con sus madres que las vigilaban.
Las paredes de la casa de John tienen unas molduras bellísimas. Quise conseguir algunas para el dormitorio de mi casa, pero la gente del lugar me informó de que las molduras así trabajadas eran una artesanía que ya había desaparecido.
Mi cama, de madera finamente tallada, la había traído John de México. En mi habitación había, además, una pantalla japonesa muy bonita que trajo del Japón.
Cuando me operen y pueda volver a visitar a John, y pueda ir en mi silla de ruedas de una habitación a otra como hacen todos, me sentiré feliz. En la finca de John hay muchísimos criados. El propio John es muy fuerte. Ida siempre empuja mi silla y, cuando ya no tenga esta pierna, no tendrá que andar con tanto cuidado para no lastimarme.

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