Realmente liberado de sí mismo sólo veo al Robert Walser viajero una vez, en la ascensión en globo que hizo en su época de Berlín, desde Bitterfeld, cuyas luces artificiales comenzaban entonces a relucir, hasta una playa del Báltico. «Tres personas, el capitán, un señor y una chica joven, suben a la barquilla, sueltan las sogas de sujeción, y la extraña casa vuela lentamente hacia lo alto, como si todavía pensara antes en algo...La hermosa noche de luna parece tomar al ostentoso globo en sus brazos invisibles. Suave y silenciosamente vuela el redondo cuerpo...(hacia allí) y...sin que apenas...se note, es empujado hacia el norte por el leve viento.» Debajo se ven agujas de campanarios, callejuelas de aldeas, granjas, un tren que pasa silbando fantasmalmente, el curso espléndidamente coloreado e iluminado del Elba. «Planicies curiosamente blancas, como refregadas, alternan con jardines y pequeñas espesuras de arbustos. Se miran las comarcas de abajo, en las que el pie no se posa nunca, porque en algunas, incluso en la mayoría de las comarcas no hay nada que valga la pena buscar. ¡Qué grande y qué desconocida es para nosotros la Tierra!»
Robert Walser, creo yo, había nacido para este viaje silencioso por el aire. Siempre, en todos sus trabajos en prosa, quiere remontarse sobre la pesada vida terrestre, desaparecer suavemente y sin ruido hacia un reino más libre.
El suplemento cultural del viaje en globo sobre una Alemania dormida en la oscuridad es sólo un ejemplo, uno, por cierto, al que se une para mí un recuerdo de Nabokov de uno de sus libros infantiles más preciados. El negro de trapo y sus amigos, de los que forma parte también una especie de enano o liliputiense, corren numerosas aventuras en una novela gráfica por entregas, se van muy lejos de casa y llegan a caer en manos de caníbales. Y entonces hay una escena en la que «de infinitas tiras de seda amarilla construyen un globo, y otro más diminuto, para el pulgarcito».
«En la enorme altura -escribe Nabokov- que alcanzó el globo, los astronautas, para sentir menos el frío, se acurrucan muy juntos, mientras, apartado, el pequeño solitario, al que yo envidiaba a pesar de su horrible destino, se va alejando, solo, hacia un abismo de estrellas y nieve.»
W.G. Sebald. El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser. Traducció de Miguel Sáenz. 2a ed. Siruela, 2008, P. 70-73.
dimecres, 28 de novembre del 2012
el viatge en globus de robert walser
Escrit per
matilde urbach
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M'encanta acomiadar-me d'en Max fent-lo sortir d'aquí en globus.
ResponEliminaD'equivocar-se així
ResponEliminaFa mesos que l'undemà (la crònica de la trobada) ningú l'ha vist, perquè no atrapo la feina (des que en Robert no hi és -al club, vull dir- haig de repicar i anar a la processó i la veritat és que l'altre dia, i en veure'ls desfilar tan ordenadament, em vaig afegir, de dret, a una corrua d'alemanys que voltaven per Vic fins que vaig reparar que aquell mort no era el meu...en fi)...blablabla, però el cas és que avui em cal dir que m'he tornat a equivocar, ni que només sigui en un comentari.
Resulta que no tan sols l'havien llegit més dels que em pensava sinó que, per postres, els hi havia agradat.
Oh, no he acabat, però sóc al taulell i ara no puc. Tornaré. És una amenaça.
EliminaLa Maria i l'Esther m'han encarregat que faci saber als sospitosos habituals de les trobades que, metre apreti el fred, haurem de passar sense elles (una ve de El Brull i l'altra d'Aiguafreda enllà); ara bé, un cop el dies allarguin, cap a Vic falta gent. Bé, no cal dir que les trobarem a faltar.
EliminaEp, i amb el permís de la resta d'assistents, vull agrair a en Pep Ors la visita i la companyia.
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