Las correcciones de Tolstoi sobre el manuscrito de Ana Karénina dan buen testimonio de su forma meticulosa de trabajar, porque su proceso de creación artístico iba unido a una profunda exigencia de perfección. En las notas al margen iba añadiendo escenas y personajes, buscando colorido y sentido estético, cambiando sin cesar el texto original, escrito con letra más grande.
«Al día siguiente -explicaba- se relee aquello y hay que tacharlo todo porque falta lo fundamental. No hay ninguna imaginación, ningún talento; falta ese algo sin lo que nuestra inteligencia no vale nada...La obra no cuadra más que cuando la imaginación y la inteligencia van unidas. En cuanto una de las dos domina exclusivamente, todo está perdido. No queda más remedio que abandonar lo que ya está hecho y comenzar de nuevo.»
Y hay que valorar que, en el caso de Tolstoi, los manuscritos eran bien voluminosos, porque tenía el aliento creativo, la tormentosa pasión emotiva, la precisión minuciosa, la fuerza mental y la ascética capacidad de trabajo que distinguen a los genios. Por eso, sus grandes obras, como Guerra y paz, fueron seguidas de períodos de inactividad -más de dos años hasta que comenzó Ana Karénina- en los que se dedicaba a mil actividades distintas. [...] Así, en enero de 1872, ocurrió una tragedia en una estación cercana a Iásnaia Poliana: una pobre mujer, enloquecida por los celos, se arrojó al paso del tren.
Se llamaba Ana, y las autoridades locales, con la fina sensibilidad que distingue a la burocracia, expusieron su cuerpo en el edificio de la estación; seguramente para ver si alguien la reconocía.
Tolstoi vio aquel cadáver («el cuerpo sin ropas y destrozado») y, en la vergüenza compartida, en el dolor y en la piedad de aquel momento dramático, se le ocurrió la historia de una muchacha llamada Ana, cuya vida terminaría de la misma forma. Se entregó apasionadamente a la nueva novela...
[...]Los originales de Ana Karénina parecían el testamento de un loco. Sofía copiaba cada mañana en limpio las correcciones, pero él las tachaba y las corregía de nuevo.
Mauricio Wiesenthal. El viejo León. Tolstoi, un retrato literario. Edhasa, 2010. P. 234-235.
No ve a tomb, però això de "los manuscritos eran bien voluminosos" m'ha fet pensar en un fragment de Los poseídos de l'Elif Batuman:
ResponEliminaCuando la Academia de las Ciencias de Rusia reúne las obras completas de un autor, no lo hace con la intención de que uno pueda meterlas en la maleta y salir corriendo. La edición «millenium» de Tolstói ocupa cien volúmenes y pesa lo mismo que una cría de ballena beluga. (Llevé mi báscula de baño a la biblioteca y pesé los volúmenes de diez en diez.) La de Dostoievski se compone de trenta volúmenes, la de Turgéniev de veintiocho y la de Pushkin de diecisiete. Incluso la de Lérmotov, poeta lírico fallecido en un duelo a los veintiséis años, consta de cuatro volúmenes. En Francia es diferente y las ediciones definitivas se imprimen en papel biblia. La Bibliothèque de la Pléiade consigue que toda la Comedia humana de Balzac quepa en doce volúmenes y el resto de sus escritos en otros dos que, junto con los anteriores, pesan un total de cinco kilos y medio.
Recordo haver-me inventat el il·legal terme bibliohalterofília; oportú en el cas de l'exigència muscular que reclama la literatura russa.
ResponEliminaSerà il·legal, però la mar d'oportú; així que accepto pop. I la cosa és que la Karènina em complica l'ergonomia lectora (manies, però jo sóc de llegir al llit o al sofà, decúbit supí, i, és clar, entre el pes, la presbícia i el massa viure, que em castiga, no aguanto ni un paràgraf) i aquí em tens, descansant el cos sobre l'extremitat inferoposterior del tronc, càsum la divina literatura russa. No me'n sé avenir.
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