La ambigüedad no sería sin duda el tercero de los amigos más íntimos de Roth, pero es una sombra que siempre le ha acompañado. Él no ha querido ser ambiguo y ha reaccionado con aspereza a las críticas en ese sentido. Ha explicado que Portnoy, Tarnopol, Kepesh y Zuckerman son personajes que se sostienen por sí solos y no simples máscaras detrás de las que se oculta el autor. Se ha quejado de que cuando escribía ficción le echaban en cara que era autobiografía y cuando escribía autobiografía le acusaban de inventar. «¡Qué lo tomen como les dé la gana!», decía al final con un aire desdeñoso que le ha valido el sambenito de arrogante. Así ocurría antes, desde luego, en su época de plenitud. Ahora se toma esas cosas con el estoicismo de la edad venerable. Sabe bien que, en su caso, tanto la crítica como el público siempre estarán divididos. Unos creen que dentro de veinte años no le leerá nadie (él sonreiría con un sarcasmo teñido de leve tristeza –la ambigüedad, una vez más- ante esa afirmación y diría: ¡dentro de veinte años nadie leerá a nadie!), otros replican que la inclusión de su obra en
The Library of America, primer autor vivo que recibe ese honor, ya le ha conferido la inmortalidad, al margen de lo que se decida en Estocolmo; unos se rendirán por completo a su maestría y le colmarán de premios, otros se jactarán, como si eso constituyera algún mérito, de que han tirado a una papelera del metro una novela suya porque la escena que estaban leyendo era demasiado repugnante. En cualquier caso, la ambigüedad cesa cuando contemplamos el mundo que ha creado en más de una treintena de libros. No admitir que Roth es un genio y un gigante literario del siglo XX, es ver la literatura con las anteojeras de los prejuicios.
L'article (senceret) de Jordi Fibla està inclòs en la guia de lectura.
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