LEOPOLDO ALAS escogió para su Regenta la voz, las palabras de un narrador omnisciente. Alguien que ni forma parte del mundo que nos narra, ni pertenece tampoco al mundo de los hombres. Sus atributos, omnisciencia, ubicuidad y omnipotencia sobrepasan con mucho la natural contingencia humana —a la que está circunscrito Leopoldo Alas—, y la natural contingencia de un posible narrador-personaje verosímil.
[...] Pero la impersonalidad del narrador defendida por la escuela naturalista y también por Clarín, no es respetada completamente por el narrador de La Regenta. En algunas ocasiones, no muchas, asoma en la novela como «autor» y se dirige al lector directamente:
Cap. I: «Frígilis, personaje darwinista que encontraremos más adelante»
Cap. II: «Por este tiempo fue cuando se quiso excomulgar a don Pompeyo Guimarán, personaje que se encontrará más adelante»
Cap. VI: «...otra cosa que no pertenece a esta historia»
[...] El narrador de La Regenta se vale del estilo indirecto libre cuando quiere que su voz se confunda con la de cierto personaje, de tal modo que nos parezca que el narrador habla desde dentro de él. También he aludido ya a un determinado uso de las palabras en cursiva, cuando, siendo el narrador quien habla, quiere distinguir esas palabras, indicando que, más que a él, pertenecen a un determinado personaje de la novela, son las que éste utilizaría.
En cuanto a las relaciones temporales que establece el narrador con lo narrado, leemos al abrir La Regenta:
«La heroica ciudad dormía la siesta. El viento del sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte.»
El narrador utiliza el verbo en pretérito imperfecto, «dormía», por tanto, la acción queda fijada en un pasado (imperfecto durativo) respecto a él. El narrador se sitúa en el futuro de lo narrado.
La ventajosa circunstancia temporal en que se coloca, respaldada por su omnisciencia, le permite ir avanzando al lector una serie de «pistas» de lo que irá sucediendo, pistas que el lector no puede reconocer como tales hasta los momentos en que tienen lugar los hechos, pero que, de algún modo, le permiten imaginarlos. Así, elementos a los que no concedemos demasiada importancia o que no sabemos cuánta o cuál debemos concederles, se nos revelan cargados de significación cuando llegamos a determinados puntos del relato.
[...] A mi juicio, el exponente más importante de esta actitud del narrador con respecto a las anticipaciones significativas radica en que la última escena de la novela nos esté remitiendo continuamente al principio de la acción. Se nos revela así que en el inicio de la obra están colocados muchos de los elementos que aparecerán para configurar su final. Es tal la importancia de estos elementos, que podemos afirmar que La Regenta posee, en virtud de ellos, una estructura circular.
Celina Alegre. Afinidades peligrosas. Un estudio sobre «La Regenta». Pagès, 1992. P. 45-51.
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Ibídem. P 76-77.
Se m'acut ara que una de les 'pistes' més cèlebres -i que anticipa el final de la novel·la- ens l'ofereix Clarín en el capítol XVI, quan són al teatre, assistint a la representació del Tenorio. Anita Ozores s'identifica absolutament amb doña Inés i, de sobte, llegim:
ResponElimina...el pistoletazo con el que don Juan saldaba sus cuentas con el Comendador le hizo temblar; fue un presentimiento terrible. Ana vio de repente, como a la luz de un relámpago, a don Víctor vestido de terciopelo negro, con jubón y ferreruelo, bañado en sangre, boca arriba, y a don Álvaro con una pistola en la mano, enfrente del cadáver..
A banda d'això, i entre moltes d'altres coses, aquest capítol és força transcendent, sobretot perquè un tal Bonafoux va acusar Clarín de plagi. «Es un calco de un capítulo de Madame Bovary», va dir Bonafoux d'aquesta escena. La setmana que ve en parlarem. De l'acusació de plagi. I d'Emma, Anna i Anita, també.