dissabte, 11 d’abril del 2015

a propòsit de la literatura russa


«Leo a Soljenitsin con placer, pienso que voy a seguir leyendo hasta el alba, como hice hace cuarenta años con Tolstói. Por suerte prima la sensatez y me voy a la cama. Han pasado cuarenta años. El libro es un alegato exhaustivo, no sólo contra la tiranía de Stalin, con sus torturadores y asesinos a sueldo, sino también contra el atraso del pueblo ruso. Me parece que esto se debe a que, a pesar de una lucha de cincuenta años en favor del cambio, la literatura rusa se ha desarrollado y cambiado menos que cualquier otra. No aparecen personajes de Sterne y Trollope deambulando por la literatura inglesa contemporánea, pero en este libro los burócratas estúpidos y crueles son los mismos que encontramos en Pushkin y Gógol. La mujer que escribe con el dedo en una ventana empañada aparecía ya en Lermontov. Es una literatura intensamente nacional, se diría incluso que provinciana, de manera que las descripciones de ebriedad y estupidez trascienden el carácter individual para penetrar en el carácter nacional, el pueblo ruso, la raza. La aristocracia parece haber absorbido algo de la sofisticación europea, pero los rusos de hoy parecen no sólo atrasados sino resueltos a estarlo. [...] En Rusia uno encuentra pasión, sinceridad y lucidez, pero también suspicacia, una suerte de cultivada estupidez y esa estolidez desesperante que fustigaba a Gógol».

John Cheever. Diarios. Traducció de Daniel Zadunaisky. Emecé, 2006. P.319-320.



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