divendres, 1 de maig del 2015

charity royall, bibliotecària

Gentilesa de Lluís Anglada

«De pronto se abrió la puerta y, antes de haber levantado los ojos, ella supo que el joven al que había visto entrar por la verja de Hatchard acababa de hacerlo en la biblioteca.
Sin prestarle atención ninguna a ella, el muchacho comenzó a moverse lentamente por la larga sala abovedada, con las manos en la espalda y sus ojos cortos de vista mirando, entrecerrados, arriba y abajo por las polvorientas hileras de encuadernaciones. Por fin llegó al escritorio de Charity y se detuvo ante ella.
—¿Tiene un catálogo? —preguntó con una agradable voz abrupta; lo extraño de la pregunta hizo que ella dejara su labor. [Nota de la copista: Està fent una punta de ganxet]
—¿Un qué?
—Bueno, ya sabe... —Él se interrumpió y ella se dio cuenta de que la estaba mirando por primera vez, pues aparentemente, al entrar, la había incluido en el vistazo de sus ojos miopes como parte del mobiliario de la biblioteca.
El hecho de que al descubrirla hubiera perdido el hilo de la frase fue algo que no escapó a la atención de la muchacha, que bajó los ojos y sonrió. Él también lo hizo.
—No, supongo que no lo sabe —se corrigió—. De hecho, sería casi una lástima...
Ella creyó detectar una ligera condescendencia en el tono de la voz del joven y preguntó con brusquedad:
—¿Por qué?
—Porque es mucho más agradable, en una biblioteca pequeña como esta, buscar por uno mismo...con la ayuda de la bibliotecaria.
Agregó esa última frase con tanto respeto que la apaciguó, y ella replicó con un suspiro:
—Me temo que no puedo ayudarle mucho.
—¿Por qué? —preguntó él a su vez; ella le contestó que en cualquier caso no había muchos libros, y que ella apenas había leído alguno.
—Se los está comiendo la carcoma —agregó con abatimiento.
—¿De verdad? Es una lástima, porque veo que hay algunos buenos.
Pareció perder interés en la conversación y volvió a alejarse, en apariencia olvidándose de ella. La indiferencia de él la irritó, y recogió su labor, decidida a no ofrecerle ni la más mínima ayuda. Al parecer no la necesitaba, porque pasó largo rato con la espalda vuelta hacia ella, bajando, uno tras otro, los altos volúmenes cubiertos de telarañas de un estante lejano.
—¡Oh, vaya! —exclamó él; y al levantar los ojos ella vio que el joven había sacado el pañuelo y limpiaba cuidadosamente los bordes de un libro que tenía en la mano. La acción le pareció una crítica injustificada respecto al cuidado de los libros, y dijo con irritación:
—No es culpa mía si están sucios.
Él se volvió a mirarla con renovado interés.
—Ah...entonces, ¿no es usted bibliotecaria?
—Por supuesto que lo soy; pero no puedo quitarles el polvo a todos estos libros. Además, nadie los lee, ahora que la señorita Hatchard está demasiado incapacitada  como para venir por aquí.
[...] 
 —Verá, soy arquitecto, y estoy buscando casas viejas en esta zona.
Ella lo miró de hito en hito.
—¿Casas viejas? Todo es viejo en North Dormer, ¿no? La gente lo es, en cualquier caso.
Él rió y volvió a alejarse.
—¿Tiene algún tipo de historia sobre el lugar? Creo que se escribió una alrededor de 1840: un libro o folleto sobre su primer asentamiento —preguntó al cabo de poco desde el otro extremo de la sala.
Ella se puso el ganchillo sobre los labios y meditó. Sabía que existía una obra semejante: North Dormer y los primeros municipios del condado de Eagle. Le tenía una especial inquina porque era un libro blando y flojo que siempre estaba o cayéndose del estante o deslizándose hacia atrás y desapareciendo si uno lo apretaba entre dos volúmenes que lo sostuvieran. Recordó que la última vez que lo había cogido se preguntó cómo alguien podría haberse tomado el trabajo de escribir un libro sobre North Dormer y sus vecinos [...]
Ella se levantó y comenzó a moverse vagamente ante los estantes. Pero no tenía ni idea de dónde había puesto el libro la última vez, y algo le dijo que iba a jugarle su habitual mala pasada de permanecer invisible. No era uno de sus días de suerte.
—Supongo que está en alguna parte —dijo para demostrar su celo, pero habló sin convicción y sintió que sus palabras no transmitían ninguna.
—Oh, bueno... —repitió él.
Ella supo que iba a marcharse y deseó más que nunca encontrar el libro.
—La próxima vez será —agregó; y recogiendo el libro que había dejado sobre el escritorio, se lo entregó—. Por cierto, un poco de aire y sol le vendrán bien; es muy valioso.
Le dedicó a la muchacha un gesto de asentimiento y una sonrisa, y salió.»


Edith Wharton. Estío. Traducció de Diana Falcón. Grijalbo Mondadori, 1995. P. 13-17.



1 comentari:

  1. [De la contracoberta]

    Estío se convirtió pronto en una sensación editorial tras su publicación en 1917, hasta el punto de ser comparada a Madame Bovary. Transcurre durante un verano en las montañas de Bershire, Massachussetts, durante el cual —apartándose por tanto del ambiente de clase alta neoyorquina habitual en Edith Wharton— se muestra la historia de Charity Royall, una chica de orígenes humildes, apasionada y orgullosa, y su tórrido romance con Lucius Harney, un sofisticado joven arquitecto venido de la ciudad. Un encuentro que representa posiblemente la única esperanza para Charity de escapar de una sociedad provinciana llena de prejuicios. Estío es una novel·la que rompe muchas convenciones de las historias románticas tradicionales, al tiempo que ofrece una visión moderna de la sexualidad femenina, hasta el punto que Matilyn French la definió como «una afirmación clamorosa y estética del deleite del amor sexual a cualquier precio». Rica en imágenes y provocativa por sus implicaciones sexuales —incluyendo el incesto—, Estío siempre fue una de las obras favoritas de su autora y constituye uno de sus mayores logros literarios, no publicado en castellano hasta la fecha.

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