dimarts, 27 d’octubre del 2015

una de freda


Doctorow es una rara avis dentro de la literatura norteamericana. Muchos de sus libros se han convertido en best sellers (expresión que en inglés no significa, como en español, «basura comercial» sino, simplemente, «libro muy vendido»), pero su visión de la literatura, tal como la expresa en su colección de ensayos Poetas y presidente, no encaja con lo que solemos esperar de un novelista americano. Siempre se ha declarado admirador de escritores sociales o socialistas como Theodore Dreiser o Jack London y ha defendido una literatura vital, comprometida y capaz de «cambiar el mundo», aunque es probable que el lector de la mayoría de sus novelas, con la posible excepción de El libro de Daniel, uno de sus mejores títulos, no note nada específicamente «comprometido» ni político al leer sus, por otra parte, maravillosas narraciones.
También se ha manifestado siempre lejos de la literatura sofisticada y hermética de la escuela posmoderna, aunque sus textos, a pesar de su lenguaje claro y su supuesto compromiso con la Historia, son también claramente posmodernas, empezando por Ragtime, su obra maestra y también una de las grandes novelas americanas del siglo XX.
Cultura popular
Una característica posmoderna de Doctorow, por ejemplo, es su continuo cambio de género y estilo, con especial énfasis en algunos géneros propios de la «cultura popular»: el western en Welcome to Hard Times, la ciencia ficción en Big as Life, la utopía en El lago, la política (el juicio de los Rosenberg) en El libro de Daniel, la novela de gángsters en Billy Bathgate, el misterio gótico en El arca de agua.
Y la Historia siempre, desde la guerra civil norteamericana de La gran marcha hasta el período de entreguerras de La feria del mundo. Hace algunos años Muchnick Editores se propuso una edición de la obra de Doctorow, que ahora Miscelánea (Roca Editorial) retoma y amplía. Buenas notícias.
El cerebro de Andrew parece una de esas obras en las que un autor de cierta edad intenta ponerse a tono con los tiempos. Estos experimentos a veces salen muy bien: ahí están La ciudad y las sierras, de Eça de Queiroz, o Cosas transparentes de Nabokov, para probarlo. En el caso que comentamos el éxito es relativo, y sentimos que Doctorow está forzándose a sí mismo a interesarse en lo que escribe sin acabar de lograrlo.
El cerebro de Andrew relata un argumento que nos interesa a ratos y que termina por disgregarse, como buscando una y otra vez cómo contarse y acabando por no contar nada. La novela es un largo diálogo entre Andrew, profesor universitario de ciencia cognitiva, y un psiquiatra curiosamente obtuso e inculto.
Andrew rememora su vida y habla extensamente sobre el cerebro y el misterio de la cognición, en el cual, nos asegura, no existe el menor misterio. Todo el mundo que conocemos, nos dice, no es más que una construcción de nuestro cerebro, que finge o simula ser una persona, tener una mente, poseer un «yo» e incluso ser un alma. También a Andrew le acusan de ser un simulador.
El hecho es que Andrew como persona, como alma, como mente, es un desastre. Ya desde la infancia lleva creando el caos a su alrededor. Es una especie de gafe que destruye a todos los que toca, incluida su hija lactante, a la que dejó morir por descuido al administrarle una medicina errónea.
Estilo de vejez
Andrew es un experto en cognición y un idiota redomado al mismo tiempo. La metáfora podría ser brillante, pero Doctorow no sabe muy bien qué hacer con ella. Tampoco surge nada del enfrentamiento entre el científico que estudia el cerebro (Andrew) y el que estudia la mente (el psiquiatra). Esta es una de esas ocasiones en que el «estilo de vejez» parece solamente un estilo cansado.
Los personajes, uno de los fuertes del arte de Doctorow, no están en esta novela bien desarrollados ni llegan a atrapar nuestro interés ni a suscitar nuestra compasión. Andrew nos cuenta con cierto detalle su relación con su segunda esposa, la bella y joven Briony, cuyos padres (esta es quizá la parte más interesante del libro) son enanos, y luego, cuando esa trama se desvanece tras una obligada escena trágica situada en el fatídico 11 de septiembre, nos revela, como en un último juego de cartas para intentar salvar la historia, que fue compañero de cuarto de George W. Bush hijo en Yale, y la novela toma otro derrotero...que no desvelaremos.

Andrés Ibáñez. «Este cerebro es un desastre». Abc Cultural. 27|9|2014.



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