dijous, 7 d’abril del 2016

feta la llei, feta la trampa



«Su mujer nos sirve un plato de carne de yak, asada y cortada a trozos. Uno de los principales alimentos de la gente es la carne, de yak o de cordero, fresca o salada, o secada y curada al sol y al aire de cuatro mil metros. El frío y la sequedad dificultan el trabajo de la tierra y se comprende que la carne sea uno de los principales y casi el único alimento.
Pero los tibetanos se han encontrado ante una seria dificultad. Su religión les prohibe matar. Y no se exceptúa de este mandamiento ni la muerte de los animales destinados a alimento de las personas. ¿Qué hacer? Los monjes, en realidad, son vegetarianos. Lo son por regla de su orden y casi todos de hecho. Los laicos, no; tienen la costumbre tradicional de comer carne y la siguen. Siempre es la costumbre el fundamento principal de una civilización: ni el budismo ha hecho a los japoneses menos guerreros ni el cristianismo menos sensuales a los latinos; ni tampoco el lamaísmo ha podido suprimir la tendencia de los tibetanos a comer carne.
Creen ellos que el pecado se reparte entre toda la comunidad, y, así, aunque el pecado sea grave, les toca muy poquita parte a cada uno. Y en Lhasa los matarifes son mahometanos y para ellos ya no es pecado matar animales. Esto me hace pensar en unos monjes japoneses que, según las reglas de su orden, sólo podían comer carne de animal marino y que al jabalí le llamaban «yama-kujira» (ballena de monte), y así ya lo podían comer sin faltar a las reglas.
Aquí, en cierta ocasión, los religiosos se reunieron y decidieron que los animales muertos podían renacer antes en otra vida mejor y que así al matarles se les beneficiaba. En Sapporo, en el Hokkaido, se celebraba todos los años una ceremonia religiosa a expensas de la Universidad Imperial, en uno de los mayores templos de la ciudad; y en ella los monjes rogaban por todos los animales muertos durante el año por causa de experimentos en cualquiera de los laboratorios de los institutos médicos y científicos. El profesor Kodama, del que yo era auxiliar, rogaba con mucha solemnidad por las ranas del colega fisiólogo y por los cobayos del colega patólogo.
Volviendo a los tibetanos, he aquí un proverbio que explica el modo común de sentir a este respecto:
Sha-di nying-je-chen kyi sa,
nying-je chang-chuy lam ne dren.
Si el que se alimenta de la carne de este animal tiene el corazón compasivo, 
el mismo animal se encontrará en el camino de la compasión pura y perfecta.
Frente a lo inevitable todas las doctrinas sucumben ante la naturaleza humana; y menos mal si se hace apelación a lo más noble del alma, a la generosidad.

Fosco Maraini. El desconocido Tibet. Traducció de Noel Clarasó. Aymá, 1952. P. 112-113.

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P.S.: Segons he llegit al blog d'en Víctor Pàmies, Etimologies paremiològiques, l'expressió Feta la llei, feta la trampa prové, justament, d'aquesta anècdota sobre els monjos japonesos i les balenes de terra endins que explica en Fosco Maraini al llibre El desconocido Tibet. El tenim a la biblioteca, per cert. I és la mar de distret.

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Dacia Maraini, a propòsit del seu pare:

En el petit i deliciós llibre, Bagheria, on recorda la seva infantesa en aquesta ciutat siciliana, hi ha una fascinació, diria, per la figura del seu pare.
És cert.

L’he vist en alguna fotografia, vestit a la japonesa, i amb un físic, fins i tot, que té alguna cosa d’oriental.
Bé, la seva mare era polonesa, i efectivament tenia alguna cosa de mongol. Una mica oriental, doncs. Era un home fascinant, molt culte, sabia nou llengües, havia voltat per tot el món, havia anat al Tibet als anys trenta, quan el país estava tancat; va escriure els primers llibres sobre el Tibet. I coneixia molt bé l’Orient: la Xina, el Japó...Era un home, efectivament, extraordinari, no era un qualsevol. Ell era antropòleg, però tenia una cultura molt àmplia, pel que fa a la filosofia i a les religions, sobretot orientals. En suma, tenia una visió una mica a l’antiga, és a dir la cultura com un tot, no només el coneixement especialitzat, sinó una concepció àmplia de les coses: coneixia molt bé la cultura grega, la llatina...Havia vist món, era un home molt cosmopolita. A més, era un home molt agradable, i molt esportista: era un esquiador extraordinari, anava per sota l’aigua, navegava a vela, un home de moltes facetes, que va viure plenament la seva època.


JOSEP M. MUÑOZ. «Dacia Maraini. L’escriptora que va prendre la paraula». L’Avenç. Núm. 394, octubre 2013. P. 16-24.




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