dijous, 6 d’octubre del 2016

zweig, stefan zweig


Como narrador, ensayista o biógrafo, Stefan Zweig es siempre considerado un referente de la literatura europea de la primera mitad del s. XX. Autor de alguna de las biografías literarias más celebradas de todos los tiempos, la suya propia –marcada por la efervescencia cultural de la Viena de principios de siglo, pero también por la experiencia trágica de la guerra y el exilio- estuvo llena de sueños y frustraciones que desencadenaron su suicidio en Petrópolis (Brasil), en 1942. En los últimos tiempos, una serie de reediciones ha vuelto a ponerlo en un lugar preferente de los escaparates españoles.

Hace apenas cinco años me sorprendió mucho ver los escaparates de las librerías parisinas repletos de obras de Stefan Zweig. Donde buscaba novedades encontraba reediciones. También por esas fechas la editorial El Acantilado comenzó una constante labor de recuperación de Zweig entre nosotros. No deja de sorprender: en Europa –y en España- se leyó mucho al autor de La embriaguez de la metamorfosis, pero a partir de los años 60 pareció dejar de interesar: eran otros tiempos. Pero precisamente esos otros tiempos son los que ahora se empeñan en devolvérnoslo.
[...] Es la Viena que tan bien describiera otro ilustre paisano en sus memorias, Arthur Schnitzler; es la formidable Viena que dio la vuelta al arte del siglo XIX y lo introdujo de lleno en la vorágine vanguardista del siglo XX. Es la Viena fastuosa de Schiele y Klimt, de Hermann Broch y Joseph Roth, de Mahler y Schomberg; la Viena burguesa y revolucionaria que formó a Freud y a Wittgenstein: el centro –cultural- del planeta. Pero, desde luego, no todo era hermoso, y Zweig, al contrario que Roth, por ejemplo, no lo supo ver. Zweig estaba demasiado imbuido de alta cultura, de exquisita sensibilidad, de liberalismo elegante y humanismo solícito. Sin embargo un fantasma recorría Europa. Y no era, esta vez, el del comunismo, como había anunciado –demasiado optimista entonces- el impaciente Marx del Manifiesto; era un fantasma aciago que arrasó Europa, que corroyó sus cimientos y paró la Historia: era el nazismo. Cuando Zweig quiso darse cuenta ya era demasiado tarde, para él y para millones de personas más. Ya no había solución, puesto que la Solución –la Final- ya estaba en marcha. Ahora, pasado el tiempo, excusamos a Zweig por su miopía y le releemos. Precisamente porque evoca un mundo ya definitivamente desaparecido, y su figura se nos antoja la de una especie ya extinguida pero aún cercana a nosotros, aún reconocible, identificable.
Con personajes como Hermann Broch o Stefan Zweig desapareció un tipo de escritor característico de la época y del continente: el intelectual culto, humanista y liberal que ilustraba al mundo y engalanaba los salones, que daba ejemplo y prestigio: el intelectual que el tormentoso siglo XX hizo saltar por los aires.
Nacido en el seno de una familia acomodada, el 28 de noviembre de 1881, en Viena, Zweig estudió en su ciudad natal y en Berlín, donde se graduó en filosofía y ensayó sus primeras obras literarias, influido por Rilke, Hoffmannsthal o Schnitzler. Tras finalizar sus estudios se dedicó, protegido por la buena situación económica de la familia, a viajar por Europa y a traducir a poetas como Baudelaire, Rimbaud o Verlaine. Pasó en Suiza la Primera Guerra Mundial, donde redactó su poema dramático antibélico Jeremías y trabó amistad con otro refugiado, Romain Rolland, para, a continuación, establecerse en Salzburgo, donde, además de escribir piezas como Amok y de recibir a la crema de la intelectualidad del momento, de Thomas Mann a Toscanini, compuso tres soberbios trípticos que habrían de formar una serie llamada Los constructores del mundo: Tipología del espíritu. Este lema dice ya mucho de la época y de Zweig, de su ingenuidad y su idealismo, y nos avisa, igualmente, de que su decadencia ya era irreversible. Eran aproximaciones subjetivas y muy personales a los autores estudiados, fluctuando entre la biografía y el ensayo filosófico, pero atendiendo fundamentalmente al “espíritu”, esto es, a la esencia que determina y caracteriza a un escritor y su obra. 
[...] En 1934 Zweig se trasladó a Londres, donde se casó, tras divorciarse de su primera mujer, con Lotte Altman, su secretaria, y, ya iniciada la Guerra, en el 40, emigra primero a Estados Unidos y luego a Brasil. Buscaba un nuevo mundo cuando las ruinas comenzaban a devorar el viejo, pero lo cierto es que Zweig ya no tenía a dónde ir. Éste, sencillamente, ya no era su mundo. Como tampoco lo sería, más adelante, el de Freud, que como Zweig se refugió junto al Támesis, aunque fuera sólo ya para morir. Wittgenstein fue el que más lucidamente –ahora lo comprendemos- hizo su crítica: el psicoanálisis era una mitología. Fabulosa, sí, pero mitologia al cabo. Su mundo, también, se iba a derrumbar. El 23 de febrero de 1942, en Petrópolis, Zweig y Altman abren la espita del gas y se tumban en su lecho a esperar la muerte. Ya no verían a Europa renacer de sus cenizas. Ya no verían nada. Sin embargo nos queda una ilusión, la que Zweig forjó con sus libros. Es cierto que sus novelas ahora se nos antojan quizás algo pesadas, que su estilo un tanto pomposo, en ocasiones cursi, nos aburre un poco. Pero sus nouvelles permanecen intactas. Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, son piezas que debemos conservar y releer con mimo y cariño, como debemos leer sus ensayos ya algo envejecidos. Porque nos traen el aroma de otro mundo, de un pasado que parecía presagiar un futuro hermoso que se convirtió en llamas. Porque nos hablan de una ilusión que quizás aún tenga porvenir.

Antonio García Vila. «Stefan Zweig: el porvenir de una ilusión». Quimera. Núm. 271, maig 2006.


2 comentaris:

  1. Que bé escrivia Zweig! Les seves memòries "El temps d'ahir" em varen entusiasmar. També li vaig llegir una biografia de Balzac que es devia acostar molt a la realitat del gran escriptor francès.

    ResponElimina
    Respostes
    1. Doncs si no has llegit mai Fouché, te'l recomano vivament, Gloria. Quin personatge! Com diu Zweig: "Els governs, els sistemes, les opinions i els homes canvien, tot cau i desapareix en aquest vertiginós remolí de les acaballes del segle*, només una persona roman sempre al mateix lloc, fent totes les funcions i servint totes les idees: Joseph Fouché."

      De rabiosa actualitat, que es diu en aquests casos.

      *El divuit: Revolució francesa i cop d'estat de Napoleó.

      Elimina