dimarts, 4 d’abril del 2017

negres a sou


Cuando a una novela se le vaticina un buen tirón comercial, pero el estilo o el ritmo no se considera el apropiado, se pone en marcha el mecanismo de chapa y pintura. Es decir, pulir y abrillantar. En ocasiones es el propio autor quien acomete la labor —Ildefonso Falcones, autor de la exitosa novela La catedral del mar, reconoció haber reescrito bajo la orientación de expertos el texto varias veces hasta conseguir el resultado deseado—, pero en otras ocasiones son los ghostwriter o negros a sueldo de la editorial quienes lo hacen. En España esta es una de las profesiones con más futuro: hacer el trabajo y que lo firme otro. Una ardilla podría cruzar la península ibérica saltando de una cabeza a otra de profesionales con cierta proyección mediática que han querido completar su currículo publicando una novela sin necesidad de tener que escribirla, claro. Aunque ese es un lujo al alcance de la mayoría. No hace falta una suma importante para contar con tu propio libro sin pasar por la fatigosa labor de ir juntando palabras. En internet se ofrecen servicios profesionales, con discreción absoluta —hotel y domicilio— por doce céntimos la palabra. Tomando como referencia esta tarifa, un libro de la extensión de El Lazarillo de Tormes, por utilizar un ejemplo que no incomode a ningún autor, saldría por unos dos mil cuatrocientos euros. No es un mal precio si lo que se quiere es poder alardear ante amigos y conocidos. Este no es un invento de nuestros días. Aún hoy, expertos de distintas universidades no han logrado clarificar si todas las obras firmadas por Shakespeare las escribió realmente el Bardo de Avon o algunas llevan el sello de supuestos negros como el dramaturgo Christopher Marlowe o Edward de Vere, duque de Oxford.
Algunos autores tienen tanto tirón que no dan abasto a producir en la cantidad demandada, así que, si quieren cumplir con su público, no les queda otra que rodearse de un equipo de colaboradores que hagan el trabajo, ya sea de manera parcial o total. Cuanto más prolífico es un escritor, más probabilidades hay de que cuente con este tipo de ayuda. En la historia de la literatura es emblemático el caso de Alejandro Dumas padre, quien publicaba decenas de novelas al año, muchas de ellas best seller universales, como El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros. Eso le obligó a organizar una pequeña industria a su alrededor en la que llegaron a participar más de setenta colaboradores. Aunque parece ser que era él quien imprimía el sello personal a sus historias, otros eran los que desarrollaban la parte más mecánica del trabajo. Su más estrecho ayudante fue el historiador Auguste Maquet, quien decidió llevarlo a juicio para reclamar sus derechos como autor. La justicia determinó que el trabajo y la documentación eran suyos, pero que el talento era de Dumas.
A nuestros días ha llegado una anécdota que, sin embargo, haría sonreír al ninguneado Maquet. Cuentan que Alejandro Dumas le preguntó a su hijo: «¿Has leído mi nueva novela?». «No —le contestó el otro—, ¿y tú?».

 Victoria González. Leer a ciegas. Jot Down. 31|3|2017. 


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