dijous, 10 d’octubre del 2019

jutges morals


Uno de los placeres de leer ávidamente es, qué duda cabe, la libertad que asumimos como jueces morales de la obra narrativa. ¿Qué pensamos de Hamlet? ¿Qué pensamos de Fabricio del Dongo, o de Madame Bovary? ¿Y de cómo trata D.H. Lawrence a Clifford Chatterley en comparación con Mellors? ¿Acaso Tolstói abandona a personajes como Sonia y Karenina? ¿Abandona Henry James a Charlotte Stant? Nos parece de lo más natural imaginarnos una relación en toda regla entre el autor y su personaje, igualito que si el personaje fuera a darse la vuelta y decirle al autor: «Me has tratado injustamente». ¿No le pasará factura a Mauriac un personaje tan incoherente como su Thérèse? Fanny Price, en Mansfield Park, ¿es de verdad tan mala, o es buena chica? Creemos que Swann amaba a Odette, pero ¿creemos también que Marcel amaba a Albertine? Así da sus primeros pasos como crítico todo lector, aunque creamos que este tipo de elucubraciones pequen de obtusas y pasadas de moda como método para ejercer la crítica literaria. Esta naturalidad a la hora de pensar en las historias y en las novelas puede mostrarnos lo fácil que es a veces leer la actitud moral del autor, aunque quiera ocultarla, en la actitud que exhibe ante sus personajes, eso que algunos críticos llaman «la posición» de los personajes. La literatura está empapada de moralidad, el lenguaje está empapado de moralidad, los personajes narrativos nadan en una atmósfera moral. Por supuesto, hay distintos tipos de atmósfera moral y de tono moral, y la narrativa del siglo XX ha explorado y dado a conocer muchas variedades. No estoy segura de que pueda haber un relato sin atmósfera moral. La práctica de cualquier arte es, desde luego, una disciplina moral en el sentido de que implica sobreponerse a la fantasía, a los propios excesos. Pero la literatura de ficción tiene una dimensión moral especial porque trata de la gente y, me atrevería a decir, de la lucha entre el bien y el mal, por muy a escondidas que lo haga, o de manera poco clara, bastante ambigua y secreta...

 Iris Murdoch. «El arte es la imitación de la naturaleza». A: La salvación por las palabras. ¿Puede la literatura curarnos de los males de la filosofía? Traducció de: Carlos Jiménez Arribas. Siruela, 2018. P. 85-86.


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