dimecres, 9 d’octubre del 2019

un premi per a la tribu editorial


ENRIQUE REDEL
Editor de Impedimenta
Un premio para la tribu editorial
El Cultural
7|10|2019

Desde casi sus inicios, el Nobel de Literatura se ha esforzado (programáticamente) en “distinguir a aquellos autores, reconocidos a nivel mundial, que han realizado aportes significativos a las letras”. A decir verdad, pocas veces, muy pocas, el premio ha cumplido este objetivo. Basta con enumerar a las más brillantes estrellas de literatura del siglo XX, figuras disruptivas tras las cuales “nada ha vuelto a ser igual” a nivel literario, para darse cuenta de que en general, y salvo pocas excepciones (Thomas Mann, William Faulkner, T. S. Eliot, Samuel Beckett, Gabriel García Márquez), la verdadera historia de las letras ha sobrevolado, sin vocación de contacto, las deliberaciones de la Academia Sueca (quizás porque la literatura de verdad, la literatura de raza, tiende a ser incómoda y políticamente molesta): Tolstói, Joyce, Proust, Kafka, Nabokov, Rilke, Woolf, Borges, Zola o Ibsen murieron sin Nobel. Normal. Un amigo editor, vienés, me comentaba hace no mucho que la nómina del Premio Formentor (Dacia Maraini, Jorge Semprún, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Roberto Calasso, Ricardo Piglia, Mircea Cartarescu o Annie Ernaux, por nombrar solo a algunos de sus ganadores) reflejaba mejor el verdadero talento literario que el listado de últimos agraciados con el Nobel.
En 2018, tras cancelarse el premio debido al caos que siguió al escándalo sexual que salpicó a la Academia Sueca y que trajo como consecuencia la dimisión de parte del jurado del Premio, haciendo imposible que existiera el quorum necesario para elegir a un ganador, la Fundación Nobel anunció que los ganadores este año serán dos. 2018 fue la primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, en que no se concedió el Premio. Y lo cierto es que nada reseñable pasó a nivel literario.
Hace ya años que la noticia de la concesión, cada primer jueves de octubre, del Nobel de Literatura apenas interesa ya más que a los profesionales del sector. Existe una broma que se repite cada vez que se aproxima la fecha en que se falla el Nobel, por la que se asume que lo más probable es que se lo lleve algún escritor de nombre impronunciable, de un país periférico, que obligará a los editores a buscar en el rincón más oculto de sus almacenes alguna edición antigua que poner en las librerías para intentar salvar los muebles. La veteranía del premio Nobel hace que se le considere un acto social, de resonancias diplomáticas, más que un verdadero acontecimiento literario, y los fastos, los escándalos últimos, hacen que se le considere algo arcaico y hasta folk. Un premio que no va a deparar grandes sorpresas, pero siempre deseable. Aunque podamos pensar que los premiados no van a obtener la repercusión de hace años, que no van a conseguir ventas mayúsculas, que el prestigio no es tanto porque, entre otras cosas, el “prestigio social” ya no parece hallarse ni en la literatura ni en las ciencias ni en las artes, lo cierto es que los componentes del sector editorial sí que tenemos ese día un ojo puesto en los periódicos a la espera de saber el nombre del afortunado o afortunada que le va a dar la mano al rey de Suecia.

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