22 de julio de 2012
Hilary Mantel
EN LA CORTE DEL LOBO
«Exactamente lo que me habían dicho. Uno de esos libros que cuando llegan las siete de la tarde empiezas a pensar que luego, en la cama, te estará esperando él.»
La novela histórica de calidad es como un extraño anfibio que dentro de la cadena genética de la narración se situaría en un intersticio escondido entre el tebeo más cutre y la obra maestra literaria a lo Memorias de Adriano. Teniendo en cuenta que la obra maestra literaria es un privilegio de pocos, la tendencia más habitual es acabar haciendo telenovela, palabra que incluso me resulta incómodo tener que explicar y sin embargo aquí me tenéis haciéndolo. Es cuando escriben con un lenguaje tan carente de ambición y tan incapaz de sutilezas, que ya en la página veinte hace que el lector de gusto tenga la triste impresión de estar ahí comiéndose el foie gras directamente de la lata. A menudo, se trata de excelentes narradores, pero hay que entender que si uno viene de buenas lecturas, y a lo mejor incluso de algún Shakespeare, la pretensión de encontrarse la mesa puesta no es un arrogante esnobismo, sino lo más natural del mundo. Hay que decir también que la novela histórica impone, en su aparente simplicidad, toda una serie de proezas técnico-estilísticas que la dotan de una pérfida dificultad. Si alguna vez se os ocurre escribir una os veréis en la necesidad de hacer hablar a Carlomagno o de hacer que Abelardo y Eloísa se acuesten o de tener que asistir a una cena en casa de Madame de Pompadour. Que os sea leve. A mí me parece increíble que muchos narradores se pongan a escalar paredes de sexto grado superior equipados estilísticamente con zapatillas que raramente son mejores que unas chanclas. Me pregunto cómo es posible que no haya nadie que los detenga a tiempo, aunque luego pienso en la cantidad de ejemplares que venden y entonces la pregunta es mucho menos urgente. (Nada que decir en contra de ese público, a mí me pasa lo mismo cuando voy a comprar una bicicleta. Simplemente no he pedaleado lo suficiente para entender algunas diferencias, o para esperarme más de un funcionamiento sereno y feliz. Es cuestión de haber hecho algo durante mucho tiempo, o muchas veces solo se trata de que hay quien tiene gustos simples; no tontos, simples. Así que tan amigos.)
Alessandro Baricco. Una cierta idea de mundo. Traducció de Carmen García-Beamud. Anagrama, 2020.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada