dimarts, 15 d’octubre del 2024

de biblioteques i bibliotecaris

 

[...] La biblioteca puede alterar su función con el paso del tiempo al igual que puede cambiar lo que los demás le exigimos. Las bibliotecas son unas instituciones tan antiguas que han visto nacer y sucumbir civilizaciones, han sobrevivido a profundos cambios sociales y culturales, por lo que no tiene nada de extraño que de vez en cuando sufran una cierta crisis de identidad. Han sido de todo, tal vez demasiadas cosas en un espacio de tiempo relativamente pequeño: templos, museos, almacenes, gabinetes de curiosidades, lugares de estudio, colecciones, instrumentos de construcción nacional y ahora parecen simples nodos de una red ilimitada...

[...] La biblioteca del futuro será, ya lo es, en buena medida digital, multimedial, nudos de accesibilidad a bases de datos, servidores de conexión universal, pero no parece que vaya a disolverse en la pura virtualidad; seguirá habiendo libros y lugares para leerlos. Con esto no expreso ni un deseo ni una nostalgia. Hay en ello también una razón de «economía» de la búsqueda. Nuestras clásicas bibliotecas materiales no se disolverán en la biblioteca virtual universal por una razón de economía, pero no de dinero, sino de atención y tiempo. La inmaterialidad y fluidez de la información digital no exige espacio físico, pero reclama tiempo. Las bibliotecas y los lectores se han enfrentado siempre a las limitaciones del espacio, a la dificultad de hacer un lugar para todo lo que parece digno de ser conservado; en el universo digital el límite más obstinado tiene que ver con el tiempo, concretamente con el que podemos emplear para leer lo que merece ser leído, un tiempo limitado que nos sigue obligando a seleccionar y a que haya mecanismos, instituciones y profesionales que nos faciliten esa selección. Esta será la tarea fundamental de las bibliotecas y sus profesionales del futuro.

[...]  ¿De qué modo influye todo esto en el oficio bibliotecario? ¿Qué podemos esperar de quines se dedican a ello?

En una época de austeridad, preguntarse para qué sirve un bibliotecario tiene inevitablemente aires de amenaza. El mero hecho de plantear esa pregunta parece el preámbulo de algún recorte. Recuerdo haber leído que en Reino Unido se procedió hace años a examinar la organización de su ejército y sus posibles disfuncionalidades. Quien hacía el estudio descubrió que junto a sus baterías de costa había siempre dos soldados que no hacían nada, pero que estaban previstos desde siempre para sujetar a los caballos cuando se asustaran por el ruido del disparo, y allí continuaban aunque hacía mucho tiempo que habían desaparecido los caballos de esas instalaciones militares. Los cambios, las máquinas y los nuevos procedimientos siempre han suscitado el temor de la propia inutilidad. [...] Pienso, por el contrario, que la mejor defensa que puede hacerse del propio oficio, cuando la aceleración de las cosas amenaza con volverle a uno completamente intútil, consiste en descubrir qué puede hacerlo necesario en las nuevas circunstancias.

Por lo demás, tratándose de un oficio tan antiguo, no tiene nada de extraño que quienes trabajan como bibliotecarios y bibliotecarias se vean asediados por una perplejidad paralela a las transformaciones que han ido experimentando las propias bibliotecas: han sido sacerdotes, soldados, funcionarios, almacenistas, virtuosos de las nuevas tecnologías...Los bibliotecarios han tenido que ir reinventando su oficio en múltiples ocasiones: cuando se secularizaron muchas instituciones, con la llegada de la Ilustración, al surgir la moderna división del trabajo, cuando se especificó su profesión y dejaron de ser al mismo tiempo escritores y académicos, cuando los pusieron al servicio del Estado como funcionarios...

[...] Hay una contradicción en el oficio bibliotecario, un equilibrio inestable que siempre me ha parecido digno de admiración: conseguir que los libros sean asequibles y protegerlos del daño que pueden causarles sus lectores. Pero hay otra aparente contradicción que todavía resulta más extraña, seducidos como estamos por la posibilidad de que el mundo se organice sin mediaciones: están al servicio de la accesibilidad, pero para hacerla real tienen que reducir su alcance. Cuando un bibliotecario o una bibliotecaria alejan o esconden ciertos libros para que otros nos resulten más accesibles, cuando seleccionan, destacan o recomiendan, formalmente están haciendo algo muy parecido a lo que pretendieron los enemigos de los libros, pero así consiguen lo contrario que aquellos fanáticos: protegen el libro de los saqueadores y nos protegen a nosotros de su excesiva cantidad.


Daniel Innerarity. La sociedad del desconocimiento. Galaxia Gutenberg, 2024. P. 122-128.


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