dimecres, 5 de març del 2025

biblioteques particulars


Es bonito ver cómo tu casa se llena de libros que te van empujando a un rincón, con los violines de Bernard Herrmann ardiendo de fondo, hasta que te aplastan como si fueses una cucaracha. Es bonito estar acorralado por miles de novelas gritando como si estuviesen en el fútbol, o en la ópera, o en el bar, o en la ducha. Es bonito que ese caos desde el que gobiernas con mano de hierro la biblioteca no te deje encontrar el volumen que buscas. Es bonito todo así, tal como está, como tú has dejado que se ordene solo durante los últimos años. No te gusta, por otra parte, encontrar libros fácilmente, sino descubrirlos, como si nunca los hubieses tenido. Es bonita la disposición casi virgen, a veces vagamente oxidada. Son tus libros, joder. Te gusta verlos dormir.

[...] Te ponen nervioso esas visitas que, después de la sobremesa, proponen echar un vistazo a tu biblioteca. No les quitas ojo un minuto. Cuando esas visitas son amigos íntimos, de toda la vida, padrinos de tus hijos, doblas la vigilancia. No te fías. Entran en la biblioteca como si fuese un desván, en lugar de un santuario al que se accede después de hacer la «por la señal de la santa cruz». Cuando adviertes que un título —precisamente ese título por el que matarías a un hombre— les llama la atención, tú vas negando con la cabeza, hasta que te miran. En ese instante chasqueas la lengua. No puedes ser más claro. Ese libro no se moverá de su sitio. Ni ese, ni ningún otro. Pero ese, menos. Tus libros no se prestan. Tendrías que estar muerto.

Tus libros son dinamita, a veces vieja dinamita, lo que los vuelve aún más sensibles y peligrosos. Solo tú puedes manipularlos. Nunca estallarían en tus manos. Eres fatalista y crees que si otros se llevan tus libros prestados y los leen, todo irá mal. Los quieres demasiado como para separarte de ellos aunque sea una semana. Hay semanas muy largas, que duran un año. A veces una semana es «nunca más». Prestar o no libros es la clase de dilema que solo se cruza en tu camino cuando eres joven, idiota y aún crees que los libros solo son algo que se lee. Naturalmente este discurso, tan vehemente, pierde la validez cuando eres tú quien entra en la biblioteca de otro, y adviertes la presencia de un título hechizante. A la que puedas, amigo mío, toma libros prestados, asegurando que los devolverás en breve. Y nunca los devuelvas. Recuerdo que Gabriel Celaya decía que «debes contradecirte para ser más de veras».


Juan Tallón. «Instrucciones para tratar con un libro». A: Mientras haya bares. Círculo de tiza, 2016. P. 253-55.


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