divendres, 4 de novembre del 2011

un error dels espies, que també són humans


"Una mañana como cualquier otra, bajé hasta el vestíbulo del edificio donde vivía, en Barcelona, a buscar mi correspondencia matutina. Muchas veces habíamos hablado, vos y yo, del placer de recibir cartas inesperadas, cartas de lectores o lectoras desconocidas, de amigos extraviados en las arenas y en las costas del exilio. Ese día, al abrir el buzón, me encontré con una buena cantidad de sobres blancos con sus rayitas rojas y azules, de correo internacional. Mientras esperaba el ascensor, repasé los sobres, tratando de identificar por la letra a los remitentes. De pronto, en medio del montón, apareció un sobre completamente insólito. Era como todos los demás, en apariencia, sólo que sus señas, a máquina, eran las siguientes: Julio Cortázar, 9, rue de L'Eperon, París, France. Di vuelta al sobre, buscando el remitente, pero no lo tenía. Miré otra vez el sobre: el sello era de Inglaterra, la eterna efigie de la reina Isabel, ahora con una banda dorada en el centro. ¿Cómo era posible que una carta dirigida a vos, desde Londres, Inglaterra, apareciera en mi buzón de Barcelona, España? ¿Por cuántas manos había pasado esa carta, desde las brumas del norte al cielo mediterráneo, para depositarse justamente en mi buzón? ¿Y el cartero? El cartero que siempre se quejaba de que yo recibía demasiada correspondencia y me pedía los sellos repetidos, ¿no se asombró al encontrar en su bolsa de reparto una carta dirigida a Julio Cortázar, 9, rue de L'Eperon, París, France, y la metió sin ninguna duda en el buzón de la Plaza Garrigó 8, 8º 2ª, Barcelona 08016, que era donde yo vivía? Me lancé al teléfono y te llamé.


-Julio -te dije-, acabo de recibir una carta dirigida a vos, que viene de Londres. Te juro que dice "Julio Cortázar", en el sobre, pero el cartero la metió en mi buzón de Barcelona.

Me escuchaste con esa especie de indiferencia displicente que tenías ante las cosas más insólitas de este mundo.

-¿Tenés el sello o te falta? -me preguntaste con aparente ingenuidad.

-Mirá -te dije-, si es una de tus bromas, no me hace ninguna gracia, porque no sé si recordás que acabo de pasar tres meses en la clandestinidad por falta de papeles, porque la dictadura uruguaya me retiró el pasaporte y la Policía de Extranjería de España quería deportarme...

-¿Y cómo iba a conseguir yo que una carta dirigida a mí, en París, te llegara a vos, en la Plaza Garrigó? -me dijiste, de manera muy razonable.

-Eso es lo que yo quiero saber -grité, nerviosa-. Quiero saber cómo una carta dirigida a vos, desde Londres, me llega a mí, en Barcelona...

-Lo mejor que podés hacer es abrirla y leerla -me aconsejaste-. Seguramente no dice nada interesante. Los servicios de inteligencia son muy estúpidos y suelen confundir las cartas. Vos y yo tenemos la correspondencia controlada, como te imaginarás; simplemente, la han abierto, la han leído, pero en lugar de echarla en la saca de París, la metieron en la saca de Barcelona.

La explicación me parecía bastante plausible, pero faltaba un detalle: ¿por qué el servicio de inteligencia equivocado había mandado la carta dirigida a vos justamente a mi buzón? Podía haberla mandado a cualquier otro.
Abrí la carta. Era de la revista inglesa Index on Censorship, especializada en denunciar la persecución y la censura contra intelectuales y artista, y te agradecían tu colaboración.
Yo había escrito un artículo para ellos, recientemente.

-¿Viste? -comentaste-. La correspondencia de la revista, la tuya y la mía están controladas, ha sido un error de los espías, que también son humanos.

Pero y mi cartero, ¿mi cartero no había sentido ningún asombro?

-Tu cartero está encantado porque vos ya tenés el sello de la reina Isabel de siete peniques, con banda dorada en el centro, y mañana se lo vas a regalar -dijo Julio."


Cristina Peri Rossi. Julio Cortázar. Omega, 2001. P. 77-79.


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