No puedo recordar una época en que no quisiera "inventar" cuentos. Pero fue en París donde encontré la fórmula necesaria. Cosa rara, lo que deseaba no era escribir mis cuentos (incluso si hubiera sabido escribir, porque no sabía aún ni trazar una letra); en cambio, desde el principio necesitaba tener un libro en la mano para "inventar" con él, y desde el principio tuvo que ser una clase determinada de libro. La página debía estar impresa de manera muy densa, con tipos negros y bastante gruesos, sin excesivos márgenes.
[...] Bien, con la Alhambra en mano, inventar era el éxtasis. En cualquier momento podía acometerme el impulso; y entonces, si el libro estaba a mi alcance, sólo tenía que echar a andar por la casa, volviendo las páginas mientras paseaba, para zarpar a toda vela hacia el mar de los sueños. El hecho de que yo no supiera leer completaba la ilusión, porque a partir de aquellas páginas podía evocar todo cuanto mi fantasía elegía.
[...] Mis padres, preocupados por mi soledad (mis dos hermanos, por entonces, ya eran mayores y se habían marchado), procuraban establecer relaciones en mi beneficio con niños "encantadores", y yo me prestaba gustosa a jugar en los Campos Elíseos con los especímenes que me proporcionaban, o bien (mucho menos gustosa) a reunirme con ellos en fiestecitas o clases de baile; pero no quería que se inmiscuyeran en mi intimidad, y no había ninguno al cual no hubiera renunciado para siempre antes que dejarle interferir en mis "invenciones". Lo que verdaderamente prefería era estar sola con Washington Irving y mi sueño.
El peculiar propósito para el cual me servían los libros me hizo indiferente a su contenido. En cualquier caso, no recuerdo haber sentido por éste ninguna curiosidad. Mi padre, sin embargo, a fuerza de paciencia, se las arregló para meterme en la cabeza el alfabeto; y un día fui descubierta sentada debajo de una mesa, absorta en un volumen que, al parecer, no estaba utilizando para improvisar. Mi inmovilidad llamó la atención, y cuando me preguntaron qué hacía respondí: "Leer". La respuesta fue recibida con incredulidad; pero apenas me pidieron que leyese una líneas en voz alta parece ser que acepté el reto, y entonces se descubrió que la obra que tanto me fascinaba era una comedia de Ludovic Halévy titulada Fanny Lear que constituía en París un succès de scandale debido al hecho de que la heroína era lo que las damas de la época de mi madre llamaban "una de esas mujeres". En adelante, los libros que yo usaba para "inventar" fueron cuidadosamente inspeccionados antes de confiármelos...
Edith Wharton. Una mirada atrás. Traducció de Jordi Gubern. RBA, 2004. P. 37-38.
dimecres, 9 de maig del 2012
aprendre de lletra
Escrit per
matilde urbach
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Mira que t'ho posa fàcil la Wharton això de recercar els orígens de la seva escriptura. Aquí "nothombeja" una mica; o, millor dit, a l'inrevés.
ResponEliminaAra que ho dius, sí que nothombeja una mica, sí.
EliminaDoncs jo porto tot el dia clavada en això de l'Alhambra de Washington Irving. No l'he llegit mai, jo, però n'he sentit a parlar molt. I em voltava pel cap que no fa pas massa, algun escriptor dels que hem fet al club també l'havia citat, l'alhambra del trons, fins que fa res, bingo, Jack London:
"Jack discovers the world of reading and in later years recalls the impact of Washington Irving's THE ALHAMBRA and Ouida's SIGNA on his young mind".
Devia ser un bestseller de l'època!