Stoner es una obra maestra. Y punto. Y seguido y sigamos. Porque Stoner es una obra maestra (con maestro de protagonista) que parece haber caído del cielo revelándonos a muchos un autor desconocido pero imprescindible a partir de la lectura de esta novela publicada originalmente en 1965, considerada perfecta por la crítica norteamericana, y rescatada recientemente por la prestigiosa y canonizante editorial de la New York Review of Books.
Repitan y tomen nota en sus cuadernos: Stoner...es...una...obra...maestra.
Stoner fue y es la tercera de cuatro novelas de John Edward Williams (Texas, 1922-Arkansas, 1994), quien, como su «héroe» William Stoner, fue hijo de granjeros; hechizado por la letra impresa, rompió con la tradición familiar y se lanzó a la tan íntima como emocionante aventura de saber más. Quien firma esta reseña no ha encontrado mejor descripción del súbito deslumbramiento ante la ficción como viaje sin retorno desde que leyó el inmenso Martin Eden de Jack London: otra historia de cómo un ser simple evoluciona a organismo complejo zambulléndose para flotar en un océano de páginas sin márgenes ni orillas.
Tibio sol
Stoner –con un sentido de lo epifánico que recuerda al Joyce de Dublineses- también cuenta otras cosas, completando el retrato de alguien a quien «se le había concedido la sabiduria y al cabo de largos años había encontrado ignorancia» en demasiadas partes. En el árido paisaje de principios del siglo XX, en un matrimonio opaco, en una carrera académica mediocre, en alumnos que apenas lo recordaban, en el desinterés de su esposa e hija, en el tibio sol de un nuevo amor que acaba cubierto por las nubes negras del escándalo y, por fin, en el consuelo de redescubrir cierto estoicismo como legado espiritual de sus mayores, que trabajaron la tierra trazando surcos como oraciones en el papel.
Todo relatado por Williams –quien en una entrevista afirmó que «hay que entretener escribiendo porque, Dios mío, leer sin disfrutar es estúpido»- con el tono exacto, las palabras justas. Sin cariño pero sí con respeto y hasta con admiración por su maestro. Un hombre triste pero un lector feliz y «enamorado» de su oficio que, sin embargo, no tarda en descubrir lo que, tarde o temprano, todos comprendemos. A saber: «A veces, inmerso en sus libros, le venía a la cabeza la conciencia de que todo aquello que no sabía, de todo lo que no había leído y la serenidad con la que trabajaba se hacía trizas cuando se daba cuenta del poco tiempo que tenía en la vida para leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber».
Último suspiro
Sí, todos los que leemos hemos estado allí, todos sabemos de qué se trata y cómo se siente exactamente eso. Y, si no, esperen: ya les llegará ese momento terrible y agridulce. Una manera de atenuar esa extàtica desesperación ante lo inconmensurable es, tal vez, reducirla a un desafío seguro, a una victoria humilde pero no por eso menos trascendente. Agotar, sin ir más lejos, el resto de la obra novelística de Williams. Apenas tres libros más y –adiós a Stoner y a ese final con último suspiro de un libro que cae al suelo desde una mano que ya no puede sostenerlo- no dudé un segundo en encargar Nothing But the Night (de 1948, sobre un episodio traumático), Butcher’s Crossing (de 1960 y western que, dicen, preanuncia a Cormac McCarthy) y Augustus (de 1973, vida de emperador romano y ganadora del National Book Award).
Cuento las horas hasta que me lleguen.
Mientras tanto –no pierdan más tiempo en el patio o en los pasillos o en los baños o en los prados del campus-, todos a clase con Stoner.
Rodrigo Fresán. «Todos a clase». El cultural. 9|4|2011.
Ai aquest desfici; o desficis... Perquè la sensació és la mateixa dels viatgers que no poden acabar-se els llocs del món, o la d'aquell que té mil pintures distintes encara per fer, o la d'aquell que...
ResponEliminaTambé passa que molts s'acovardeixen davant el panorama que s'obre un cop superada aquesta crisi sense saber que l'escassedat és més sanitosa que l'opulència. Si més no, amb el grapadet de llibres que m'envolten jo sento més una gran calma que un desfici.
L'estàs llegint, Girb? T'agrà?
EliminaSí, i al ritme parsimoniós que, sortosament,ell m'imposa.
ResponEliminaI com vols que no m'aradi un tractat sobre les mans?
Mans clivellades sense solució i mans que pretenen escriure, igualment irresolubles.
«Surcos como oraciones en el papel», diu la traducció en castellà, que és la primera que vaig llegir. Amén.
EliminaAra se m'acut que, segons la classificació de Julio Ramón Ribeyro (no és gallec), Stoner seria un refotut llibre-larva.
ResponEliminaLibros viscosos como pantanos en los cuales uno se hunde y clama en vano para que lo rescaten; libros secos, filudos, riscosos, que nos llenan de cicatrices; libros acolchados, de dunlopillo, donde damos botes y rebotes; libros-meteoro que nos transportan a regiones ignotas y nos permiten escuchar la música de las esferas; libros chatos y resbalosos donde patinamos y nos rompemos la crisma; libros inexpugnables en los que no podemos entrar ni por el centro, ni por delante, ni por detrás; libros tan claros que penetramos en ellos como en el aire y cuando volvemos la cara ya no existen; libros-larva que dejan escuchar su voz años después de haberlos leído; libros velludos y cojonudos que nos cuentan historias velludas y cojonudas; libros orquestales, sinfónicos, corales, pero que parecen dirigidos por el tambor mayor de la banda del pueblo; libros, libros, libros...
EliminaAquiliquà!
ResponEliminaI és que les coses fetes amb les mans romanen més que les fetes amb la veu o amb els peus.