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En Vetusta llueve casi todo el año, y los pocos días buenos se aprovechan para respirar el aire libre. Pero los paseos no están concurridos más que los días de fiesta. Las señoritas pobres, que son las más, no se resignan a enseñar el mismo vestido una tarde y otra, y siempre. De noche es otra cosa; se sale de trapillo, se recorre la parte nueva, la calle del Comercio, la plaza del Pan, que tiene soportales, aunque muy estrechos, el boulevard un poco más tarde, cuando ya está durmiendo la chusma. Y el pretexto es comprar algo. ¡En una casa hacen falta tantas cosas! Se entra en las tiendas, pero se compra poco. La calle del Comercio es el núcleo de estos paseos nocturnos y algo disimulados. Los caballeros van y vienen por la ancha acera y miran con mayor o menor descaro a las damas sentadas junto al mostrador. Con un ojo en las novedades de la estación y con otro en la calle, regatean los precios, y cazan lisonjas y señas al vuelo. Los mancebos son casi todos catalanes; pero pronuncian el castellano con suficiente corrección. Son amables, guapos casi todos. Los más tienen barba cortada a lo Jesucristo. Muchos ojos negros almibarados y rosas en las mejillas. Inclinan la cabeza con una languidez entre romántica y cachazuda; aquello lo mismo puede significar: «Señorita, abrigo una pasión secreta, que...» «Señorita, ni la paciencia de Job...pero tendré paciencia.»
—¡Oh, le estoy cansando a usted! —dice Visitación a un rubio con cuello de marinero, a quien ha hecho ya cargar con cincuenta piezas de percal.
—¡Ah, no señora! es mi obligación...y además lo hago con la mejor voluntad... —«El mancebo ha de ser incansable, para eso está allí.»
Visitación siempre tiene que hacer un mandilón para la criada, pero no se decide nunca. Otras noches es ella la que está desnuda.
—Me va a coger el invierno sin un hilo sobre mi cuerpo.
El mancebo sonríe con amabilidad, figurándose de buen grado a la dama delgada, pero de buenas formas, tiritando en camisa bajo los rigores de una nevada...
—¡No sea usted malo! ¡No sea usted tan material! —responde ella, turbándose como una niña aturdida que sospecha haber sido indiscreta, y clava en el mancebo los ojos risueños, arrugaditos, que Visitación cree que echan chispas. El catalán finge que se deja seducir por aquellos ojos y en cada vara rebaja un perro chico.
Visitación triunfa. Pero no sabe que el mismo percal se lo vendió a Obdulia rebajando un perro grande, y con una ganancia superior a la que podía esperar el mancebo sonriente y con barba de judio.
Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. 4a ed. Cátedra, 1989. P. 436-437. (Cap. IX).
Ara entenc, i veig justificat, el dixós espoli fiscal!
ResponEliminaNomés miren de recuperar totes les vares de percal distretes pels nostres avantpassats a les múltiples Visitaciones hispanes.
A mi em plouen tòpics a dues bandes, Girb: brometes sobre catalans (avars, fenicis...) i acudits de gallecs pujant o baixant escales. La força del costum.
Eliminaoh, com m'agradaria recular prehistòria enllà, on diuen que la gent era més salvatge, bruta, àgrafa, incivilitzada, sense catalogacions culturals ni nacionals, només animals.....però m'hauré de quedar en aquest " ric", espavilat, xerraire i culte món racional, on tots hem de ser algún tòpic amb el qual hi morirem al damunt (per exemple, un servidor és un "torracollons".....que, per cert què vol dir ?)
Eliminahyde
En el teu cas no és un tòpic, és un diagnòstic. Una mosca collonera (per no abandonar les glàndules en qüestió, altrament conegudes com a cacauets) que a tot troba obstacles, també et fa justícia.
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