dijous, 13 de febrer del 2014

els escrúpols de la fantasia


En el período que media entre la publicación de la novela en la Nueva Antología y la edición en volumen, en un importante periódico milanés aparece en la sección de sucesos la notícia de la «desaparición» del marqués de Chignolo, Luigi Cusani. Dado que dicho noble es persona de una cierta notoriedad, al día siguiente el periódico publica una sarta de necrológicas. Salvo que, apenas transcurridos diez días, se descubre que el marqués está vivito y coleando y que la fingida muerte ha sido organizada por él mismo en persona muy probablemente para huir de los acreedores.
Reseñando en la Ilustración Italiana, en noviembre de 1904, la novela de Pirandello, el Conde Octavio, pseudònimo de Ugo Ojetti, recuerda la fallida desaparición del marqués Cusani:
«Hace apenas un mes ha visto la luz una novela de Luigi Pirandello, rica en aventuras, de fina filosofía y humorismo, titulada El difunto Matías Pascal. Es la historia de un marido desgraciado, huido por desesperación de las uñas de la suegra y de la mujer y que tras enriquecerse de forma impensada en la ruleta de Montecarlo, en el camino de regreso lee en un periódico la noticia de su propio suicidio, es decir del suicidio de alguien a quien todos toman por él y que la afectuosa suegra jura reconocer. Matías Pascal se siente dichoso, se hace las exiquias in pectore, se bautiza Adriano Meis y empieza alegremente una nueva vida, sin suegra y sin mujer. ¿No podría el señor Cusani haber leído esta historia y tratado de hacer la competencia a Matías Pascal con un método más simple y, digamos, más moderno, el anuncio en la página de decesos? Proceda de donde proceda la idea es un gracioso signo de los tiempos. Los hombres ya no se aburren de vivir sino de verse vivir, y tratan por todos los medios, desde el cambio de nombre hasta el fingido suicidio, de mirarse morir y resucitar. Hace cincuenta años, en pleno romanticismo, «el hombre pálido y fatal» se mataba por diversión o tal vez por curiosidad; el hombre moderno, una vez llegado a la total saciedad, anuncia estar muerto. El progreso está a favor de la vida: admirémoslo
Si al marqués de Cusani la idea de la puesta en escena de su fingida muerte le nació de la lectura de las páginas de Pirandello, cometió un error de fondo: creyendo que se inspiraba en un relato fantástico, considera que el descubrimiento de la verdad, es decir, que su muerte era fingida, solo hubiera sido posible a través de una investigación capaz de imitar las huellas de la fantasía. Cosa imposible para las comisarías del Reino.
Ignoraba que El difunto Matías Pascal no era una obra de fantasía...
[...] La novela es acusada por algún crítico de ser tan inverosímil que cae en el absurdo. Pirandello se resiente y, en las ediciones que se hacen del libro desde 1921 en adelante, añade una Advertencia sobre los escrúpulos de la fantasía en la que coloca como defensa inicial dos sucesos citando escrupulosamente las fuentes. El primero es la historia del señor Albert Heintz de Búfalo, que tenía una amante veinteañera y una esposa y no sabía decidirse entre la una y la otra. Entonces tiene la feliz ocurrencia de convocar a las dos mujeres y discutir con ellas la situación. El encuentro no tarda en asumir tonos de tragedia, hasta el punto de que los tres llegan a la conclusión de suicidarse. La señora Heintz, mujer de palabra, vuelve a casa y se pega un tiro. El marido está a punto de hacer lo mismo cuando se da cuenta de repente de que, desaparecida la mujer, ya no hay obstáculo alguno para su amor por la veinteañera. Así que se casan los dos y hubieran vivido felices y contentos de no ser por la intervención de la policía que conduce la historia a una conclusión de lo más vulgar.
El otro suceso se podía leer en el Corriere della Sera del 27 de marzo de 1920 y se titulaba, bastante pirandellianamente, El homenaje de un vivo a su propia tumba. Lo transcribo de Pirandello:
«Un singular caso de bigamia, debido a la atestiguada pero no real muerte de un marido, se ha descubierto estos últimos días. Mencionemos brevemente los antecedentes. En el distrito de Calvairate, el 26 de diciembre de 1916, unos cuantos campesinos extraían de las aguas del canal de las Cinco Compuertas el cadáver de un hombre vestido con una camiseta y pantalones color castaño. Se notificó el hallazgo a los carabineros que iniciaron al punto las investigaciones. Poco después, una tal Maria Tedeschi, mujer de unos cuarenta años, todavía de buen ver, y ciertos Luigi Longoni y Luigi Majoli, identificaban el cadáver como el del electricista Ambrogio Casati li Luigi, nacido en 1869, marido de Maria Tedeschi. En realidad el ahogado se parecía mucho a Casati.
Aquella identificación, según se ha visto ahora, fue algo interesada, especialmente por parte de Majoli y Maria Tedeschi. El verdadero Casati estaba vivo. Pero estaba en la cárcel desde el 21 de febrero del año anterior, por un delito contra la propiedad, y desde hacía algún tiempo vivía separado, aunque no legalmente, de su mujer. Después de siete meses de luto, Maria Tedeschi volvía a casarse con Majoli, sin tropezar con ningún escollo burocrático. Casati acabó de cumplir su condena el 8 de marzo de 1917 y sólo entonces supo que estaba muerto y que su mujer se había vuelto a casar y había desaparecido...» 
 [...] En conclusión:
Las absurdidades de la vida no tienen necesidad de parecer verosímiles, porque son verdaderas. Al contrario de las del arte que, para parecer verdaderas, necesitan ser verosímiles...acusar en nombre de la vida de absurdidad y de inverosimilitud a una obra de arte es pura necedad.

Andrea Camilleri. Biografía del hijo cambiado. La novela de la vida de Luigi Pirandello. Traducció de Francisco Julio Carrobles. Gadir, 2006. P. 180-185.


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