dilluns, 4 de maig del 2015

thomas bernhard



Font: Johannes Rigal - Photography & Visual Urbanism.

El lector del siglo XXI, en efecto, cuando entra en una librería suele verse inmediatamente rodeado de productos literarios más o menos solventes, más o menos conseguidos, más o menos honestos. Por muy curtido que esté, y por gruesa que sea la capa de distancia escéptica con la que se ha cubierto al penetrar en la tienda de libros, al verdadero lector siempre le aumentan las pulsaciones y le sube el nivel de adrenalina a medida que transcurren los minutos allí, consciente de lo mucho que le gustaría leer aún. Si en ese momento clave e intenso, durante ese rato a veces agotador de la elección de lectura, cae en sus manos una obra de Bernhard, enseguida se da cuenta de que aquello no es un producto al uso, una construcción literaria previsible, una receta cuyos ingredientes resultan obvios. Aquello es otra cosa, a saber: escritura en estado puro. Una escritura torrencial, indómita y absolutamente personal. Un estilo propio (imposible de haber sido aprendido en un taller literario), visceral pero armónico, arrollador pero musical. Una voz narrativa contra todo, contra el mundo, contra el propio lenguaje. Aunque el lector no se decida ese día a llevarse el volumen que ha hojeado, cuando lo devuelva a su anaquel tendrá la sensación —hoy más que ayer— de que cualquier libro de Bernhard es, en medio de tantos y tantos otros libros, como un potro salvaje entre rebaños dóciles.

Eso no significa que la escritura de Bernhard no tuviera su propia cocina, por supuesto. Su literatura podría parecer cruda, pero en realidad está exquisitamente elaborada. Lo que la diferencia de la mayoría es que Bernhard creó su propia receta y fue desarrollando su propia carta —menos variada que intensa y sabrosa— con unos componentes que el paladar del lector pronto aprende a reconocer y a degustar con deleite. En esa comunión íntima que se establece entre la escritura de Bernhard y su receptor parece estar en juego el concepto de desquite. El narrador bernhardiano, en su permanente diatriba, a menudo atrabiliaria pero también de una inteligente y sutil comicidad, no cesa de pasar cuentas con todas las manifestaciones pasadas y presentes de la estupidez humana. Es un puro, profundo y catártico ejercicio de desquite, y el lector lo sabe y lo agradece; por otra parte, sumergirse en aquella lectura supone también desquitarse de tanta literatura de la corrección, de la mediocridad o del oportunismo como pueda invadir el mercado.


Xavier Jové.«Thomas Bernhard». A: 100 escritores del siglo XX. Ámbito internacional. Ariel, 2008. P. 582.



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