dijous, 4 de febrer del 2016

matar lectors a cops de cànon


Yo hice un bachillerato de ciencias y, la verdad, ni fu ni fa. Mis profesores de Lengua y Literatura me fueron relativamente indiferentes. Luego me perdí tres años por el mundo, y finalmente aterricé en Filología Hispánica. Por un motivo o por otro, yo llevaba siendo hasta ese momento un gran lector, y alcancé la carrera lleno de energía e ilusión. Ya os adelanto el resultado (hoy la cosa va de spoilers): acabé la carrera sin ganas de leer nada. O, para ser más exactos, sin ganas de leer nada de lo que se suponía que tenía que leer. En mi primer año mis profesores ya me presentaron el que iba a ser mi gran archienemigo desde entonces: el canon. ¿Y qué es el canon? Los libros que se ha decidido que son importantes y que deben estudiarse. ¿Quién lo decide? Señores viejos con barba (o sin ella). ¿Dónde? Normalmente en universidades serias y sesudas, tras escribir largas publicaciones sobre ellos. Así, curiosamente, muchas veces puedes estudiar sobre esa obra literaria tan esencial con el libro que ha escrito tu profesor. O el profesor de tu profesor. Casualidades del canon. Pero el canon no sólo tiene esta curiosa característica, sino que incluye un par de puñaladas traperas más. La primera es que cambia a través de los tiempos, por motivos ideológicos en general. Durante el franquismo a Lorca no se le estudiaba, y ahora es esencial. Es decir, la ideología del gobierno puede dejar en la cuneta a escritores esenciales. Literalmente. La segunda puñalada es que el canon no se basa nunca en ese criterio para mí esencial (que no único) por el que una obra es buena si le gusta a la gente. Y recordad que estamos hablando de textos que se estudian, es decir, que se escribieron antes de que hubiese márketing y esas cosas. Agradezco infinitamente un momento de sinceridad de mi profesor de Literatura Inglesa de la carrera, que nos dijo más o menos que el Ulyses de Joyce era una obra esencial, por lo que representaba para la historia de la literatura, pero que para leerla era un ladrillo, que eligiésemos otra obra del autor para acercarnos a él. Pero bueno, éramos aspirantes a filólogos, tipos duros, se suponía que teníamos que leer eso. Así que a agachar la cabeza y por Esparta. Digo yo. Al final terminé la carrera con unos cuantos textos esenciales sin leer. Y ahí siguen sin leer.
Lo cual nos lleva a la segunda parte, que es el momento en el que te conviertes en profesor de instituto. Y resulta que tienes que explicar el canon. Sí, esa cosa que como incipiente filólogo veinteañero te parecía un peñazo, ahora tienes que soltársela (muy resumida y condensada) a chavales de catorce años. “Que no, de verdad, que el Quijote mola”. Pues no, señores, si tienes catorce años el Quijote no mola. Si eras un tío del Siglo XVII con un poquito de letras, el Quijote era genial, y divertidísimo, y repleto de guiños y parodias del género más leído en ese momento. Era el Scary Movie de la época. Y después resulta que el Quijote fue esencial por lo que aportó a los escritores posteriores sobre el modo de escribir una historia, de crear a los personajes, de hacer que evolucionen. Pero si tienes catorce años el Quijote no mola. Ya ni te digo La Celestina. Yo puedo contar el Quijote a mi modo y tenerlos interesados. Pero es un libraco de hace cientos de años escrito raro. Es canon. Así que cuando me preguntan para qué sirve eso (o la sintaxis, ya que estamos) yo les digo que para aprobar la asignatura. Y después intento que lean cosas que sí que puedan gustarles.
Y eso nos lleva al problema final. Hay profesores que se han creído de verdad que el canon mola. Con lo cual o no entienden lo que es tener catorce años, o yo no les entiendo a ellos, o probablemente ambas cosas. Yo he estado con compañeros totalmente expertos en la materia, por supuesto, que lo mismo debatían sobre la profundidad de Cortázar que comentan los pasajes más ingeniosos de El Asesinato considerado como una de las Bellas Artes, y que colaboraban con la universidad traduciendo libros de estrategia militar medieval. A mí cuando me preguntaban decía que yo no leo literatura realista. Y me miraban raro. Como si me fuese a sorprender de que me mirasen raro. Por favor. Soy un profesional de que me miren raro. El tema es que yo creo que es imposible que alguien que sólo disfrute de Cortázar (por decir algo) encuentre un libro que pueda servir de punto de entrada a la lectura a un chaval que no lee porque la lectura le aburre.
La literatura es diversión. No es estudio. Eso lo han entendido los lectores de todos los tiempos. Eso hacía rentable llevar libros de caballería de contrabando a América. Eso llenaba los periódicos de folletines. Eso nos hizo a unos cuantos cargar las estanterías de libros de fantasía, ciencia ficción y terror hasta que nuestra vidas adolescentes corrieron peligro bajo ellas. Y eso no se estudia. Y eso no se debe enseñar. Al menos como canon. Pero si un chaval te pide que le recomiendes un libro (aunque tú le hayas obligado antes a leérselo en la asignatura), todavía puedes salvar una vida. Preguntándole qué le gusta. Buscándole un libro divertido. Novela negra. Fantasía. Humor. Aventuras históricas. Lo que sea. Pero que le guste. Y si no le gusta que sepa que hay más libros, todos diferentes. Y que seguro que hay uno que le puede cambiar la vida. Sólo tiene que seguir buscando.


Juan Cuadra. De cómo los profesores destruimos lectores. Al blog: Las casas de la carne. Terror, horror y literatura. 28|1|2016.


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