dimecres, 3 de febrer del 2016

petita biblioteca d'obres eròtiques (i literàries)


Pocos géneros son más arduos que el de la literatura erótica que debe abrirse un mal definido camino entre lo fríamente clínico y lo meramente soez. La obra de Sade, por ejemplo, sin su contexto filosófico, es una tediosa lista de arduas combinaciones gimnásticas; las sucesivas Sombras de Grey no son más que una glosa de Sade mal leído por Corín Tellado. Una biblioteca de obras eróticas que sean también literatura no sería voluminosa: incluiría clásicos como los poemas de Abu Nuwas, la larga novela El Señor del gozo perfecto, de Xu Changling; La lozana andaluza, de Delicado, y Las relaciones peligrosas, de Laclos, algún escrito de Pieyre de Mandiargues y de Anäis Nin, alguna novela de Alan Gurganus y de Alan Hollinghurst, la obra completa de Alberto Ruy Sánchez y algunas pocas más. En literatura al menos, las relaciones eróticas no se circunscriben necesariamente a nuestra especie y ciertas obras admirables describen una relación más franciscana: Mi mujer mona, de John Collier, con una chimpancé; Mi perra Tulip, de J. R. Ackerley, con una cachorra; El rabino pagano, de Cynthia Ozick, con un árbol. Para el lector en castellano, a esa sensual y aristocrática lista debe agregarse ahora Oso, de Marian Engel.

ALBERTO MANGUEL. «Pasión animal y literaria». EL PAÍS-Babelia. 27|5|2015.




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