dijous, 21 de juny del 2018

l'atri de la mort


Respecto al tema de los suicidas, las bibliotecas parecen atraer un número sorprendente de ellos, aunque tal vez esto resulte menos sorprendente al tener en cuenta que los suicidios de las bibliotecas generalmente tienen lugar en ambientes universitarios, donde la proporción de éstos es, por lo general, elevada. Hace un tiempo, la Universidad de Nueva York sufrió una mini-epidemia: entre septiembre de 2003 y septiembre de 2004, seis estudiantes se mataron saltando desde varios edificios universitarios, los dos primeros desde la décima planta de la Biblioteca Bobst. Diseñada por el arquitecto Philip Johnson, la Biblioteca Bost está construida en el estilo moderno de principios de los años sesenta, con un atrio central rodeado por pasarelas circulares y un suelo de op art en la planta baja. Hay quien afirma que éste último fue diseñado con el propósito de desalentar a los potenciales suicidas, puesto que si uno se detiene en cualquiera de las plantas superiores y mira hacia abajo, el atrio parece estar lleno de pinchos (aunque no me queda claro por qué esto habría de disuadir, y no animar, a aquellos dispuestos a saltar). El atrio se inspiró en realidad en un dibujo de Escher: Profundidad. Las barandillas originales que rodean el borde de las pasarelas del piso superior eran asombrosamente bajas pero, desde aquellos suicidios, la universidad ha instalado paneles de cristal alrededor de ellas.
El 12 de septiembre de 2003, John D. Skolnik, un afligido estudiante de primer año de Evanston (Illinois), saltó por encima del pasamanos de la barandilla de la planta superior y cayó en picado sobre la base marmórea del atrio, aterrizando con tanta fuerza que los alumnos que se encontraban estudiando tres pisos por debajo de la planta baja aseguraron haber sentido el impacto. Un mes más tarde, el 10 de octubre de 2003, de camino a un almuerzo tardío con dos amigos, Stephen Bohler, de veinte años, sugirió hacer una parada en la Biblioteca Bobst y subir en ascensor hasta la planta superior. Al salir del ascensor, mientras sus dos amigos miraban por encima de la barandilla, Bohler se fue directo al borde, lo saltó con total deliberación y se precipitó al espacio abierto del atrio. La autopsia reveló que había ingerido setas alucinógenas, por lo que su muerte fue calificada de «accidente» (una manera oportuna de dar sentido a este desconcertante giro de los acontecimientos). Naturalmente, la gente vinculó la muerte de Bohler con la de Skolnik y se culpó al señuelo del «atrio de la muerte» de la Bobst. Pero la responsabilidad no era de la biblioteca. La Universidad de Nueva York tiene, en cualquier caso, un índice de suicidios más elevado que la media, en parte debido al singular estrés que supone vivir en una ciudad del tamaño de Nueva York. Cualquier edificio público o semipúblico que disponga de un atrio profundo y accesible se convertirá inevitablemente en un foco de suicidios, o de especulaciones sobre él. De acuerdo con los funcionarios de la universidad, el de Skolnik fue el primer suicidio ocurrido en la Biblioteca Bobst en sus treinta años de historia, y el primero en la universidad desde 1996.

Mikita Brottman. Contra la lectura. Traducció de Lucía Barahona. Blackie Books, 2018. P. 70-71.


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