dimecres, 23 de març del 2022

el ferrocarril subterrani (els fets, no la novel·la)


JAUME PI
La Vanguardia | Historia y vida
1|11|2020


‘Swing low, sweet chariot / coming for to carry me home’ (Muévete suave, dulce carruaje, que vienes para llevarme a casa). La letra de este tradicional espiritual negro –que han versionado innumerables músicos, desde Louis Armstrong hasta Eric Clapton– parece evocar el deseo humano de ser salvado y portado hacia el paraíso. Sin embargo, tras este aura religiosa se escondió durante años un particular código secreto que miles de esclavos afroamericanos emplearon para escapar de las garras de sus dueños. En ésta y en otras muchas piezas del repertorio góspel estadounidense permanece hoy el legado de aquellas rutas clandestinas, a las que se conoció popularmente como el ferrocarril subterráneo.

El nombre no se explica sólo por la coincidencia en el tiempo con el desarrollo de las primeras líneas de tren en los EE.UU., sino porque tanto fugitivos como cómplices utilizaban jerga ferroviaria para lograr un único propósito: la libertad. El ferrocarril era la ruta de escape, como pasajeros eran los esclavos que huían; maquinistas, aquellos que les guiaban o daban ayuda durante la evasión, y estaciones, las casas de acogida donde podían hacer parada y recibir nuevas instrucciones para retomar el camino. Fue una red multirracial, donde blancos y negros del norte colaboraron estrechamente para liberar a entre 30.000 y 100.000 esclavos, según las estimaciones. El lugar de origen de todos ellos era el sur esclavista; mientras que el destino, primero fue el norte de los EE.UU. y, posteriormente, Canadá.

Las huidas de esclavos se remontan a los mismos inicios de la esclavitud en América. Sin embargo, las primeras redes organizadas para ayudarles a escapar arrancan a finales del siglo XVIII, en unos EE.UU. que apenas daban sus primeros pasos como nación independiente. Se suele a citar al filántropo Isaac Hopper como el pionero de un ferrocarril que aún no tenía este nombre. Hopper era cuáquero, abolicionista y de Filadelfia, tres de las características que conservaron muchos de los que le siguieron en su iniciativa. El credo cuáquero siempre se caracterizó por su igualitarismo radical y su activismo, y además estuvo estrechamente ligado al ascenso del movimiento abolicionista en los EE.UU. Por otra parte, la ciudad de Pensilvania fue el principal centro donde se coordinaron durante décadas las redes del ferrocarril.

Ya en los años veinte del siglo XIX comenzó a configurarse y sofisticarse la red, en paralelo al incremento considerable de fugitivos. Mientras los estados del norte iban aboliendo la esclavitud, los del sur precarizaban todavía más las condiciones de los afroamericanos. No solo se trataba de falta de libertad y de malos tratos; el mayor desencadenante de las huidas fueron las crueles prácticas asociadas al tráfico interno. Las madres perdían a sus hijos en subastas públicas en las que hombres y mujeres eran tratados como meras reses. Los dueños se desprendían de sus propiedades simplemente cuando necesitaban dinero o cuando ya no les eran útiles, y además fueron habituales los secuestros para la reventa en el mercado negro –no por casualidad se llama así a la venta ilegal de bienes–. En el norte, las asociaciones abolicionistas ganaban enteros, y entonces, con la ayuda de negros libres y de los primeros fugitivos, trazaron las primeras grandes rutas del ferrocarril.

A grandes rasgos eran dos: la ruta del este y la del oeste. La primera partía de los estados de Georgia, las Carolinas y Virginia y el destino final eran las emergentes ciudades de la costa atlántica, en especial Filadelfia. La segunda tenía como origen las plantaciones de los estados del profundo sur, Luisiana, Alabama y Misisipi, para llegar a Ohio e Indiana siguiendo el curso del río Ohio. Curiosamente, la primera gran ruta conocida no fue ninguna de estas dos. El matrimonio formado por Levi y Catherine Coffin, blancos y también cuáqueros, fijaron su casa, en un pueblo del centro de Indiana, como estación central de un itinerario que partía desde Carolina del Norte. Se calcula que entre 1826 y 1847, más de 2.000 esclavos pasaron por su finca para escapar de la esclavitud, la mayoría rumbo a Canadá.

Escaparse de la esclavitud era una empresa difícil. Aunque unos pocos pudieron emplear el tren o el barco, a la mayoría de fugitivos les esperaba un largo viaje de 800 kilómetros a pie o en carro. Tenían que viajar de noche, en grupos pequeños y no siempre contaban con guías. En estos casos se orientaban tomando como única referencia la estrella polar. Los riesgos eran muy altos y fueron en aumento conforme el éxodo se hizo mayor. Los periódicos del sur publicaron anuncios ofreciendo cuantiosas recompensas para capturar a los fugados. Los campos y bosques se llenaron de cazadores. De hecho, matar a un esclavo no era delito y las penas eran muy altas contra aquellos que les ayudaran en la huida.

Todo ello hizo sofisticar los métodos de escape. Las rutas se alargaron para tratar de despistar a autoridades y cazarrecompensas. No solo las canciones eran un código secreto; se cuidaban todos los detalles para no levantar sospechas. Maquinistas y pasajeros apenas podían hablar, y los miembros de la red clandestina se conocían entre sí por seudónimos.

De esta manera, el ferrocarril funcionó a toda máquina durante décadas. William Still, un esclavo que logró escapar cuando apenas era un niño, se convirtió en una de las grandes figuras de la organización. Desde su estación central en Filadelfia, se calcula que ayudó a más de 800 esclavos a escapar, a veces a un ritmo de 60 al mes. Su caso es especialmente particular porque cuando descubrió que había ayudado a liberar a su propio hermano, se esforzó en documentar sistemáticamente toda la información de los fugitivos. Pese a que rompía la norma de mantener el secretismo, Still tenía claro que ésta era la única manera de ayudar a reunir a familias separadas. Tras la Guerra Civil estadounidense, Still pudo publicar los registros en un libro que todavía hoy es una de las mejores fuentes de las actividades del ferrocarril subterráneo.

El grupo que encabezaba William Still en Filadelfia obtuvo prestigio con un caso muy particular. Se trató del que protagonizó Henry Box Brown. Su apodo no era casualidad: el joven Brown había logrado escapar escondiéndose en una pequeña caja de madera –un envío postal– en la que se mantuvo encerrado más de 24 horas viajando en tren, carro y ferry. La imagen de Brown saliendo de la caja se publicó en muchos medios de todo el norte y se popularizó rápidamente. El fugitivo se convertiría en un importante activista e incluso dio conferencias sobre su caso. Brown fue el primer liberado mediático de la época.

La popularidad de este caso y el éxito del movimiento abolicionista en el norte provocaron el contraataque del sur esclavista. En 1850, un Congreso estadounidense dominado por los sudistas aprobó la Ley de Esclavos Fugitivos, que obligaba a todos los estados a devolver los esclavos a sus dueños. Los fugitivos podían ser buscados por todo el territorio de los Estados Unidos, lo que provocó que los cazadores camparan a sus anchas e incluso secuestraran con impunidad negros libres para ser esclavizados. La norma permitía además a las autoridades federales emplearse más a fondo en la búsqueda de fugitivos, lo que también facilitó las delaciones. La ley provocó altercados graves en el norte, como el que protagonizaron un grupo de negros libres y esclavos fugados en Christiana, Pensilvania, y que acabó con la imputación de 41 personas por parte del gobierno de Washington por un delito de traición.

La principal consecuencia de esta ley fue la extensión del ferrocarril, cuyo principal destino pasaría a ser ahora Canadá, un país donde no existía la esclavitud desde 1793. Los afroamericanos se asentaron en el suroeste del Estado de Ontario, en torno a la emergente Toronto. Se calcula que migraron unas 40.000 personas llegadas mayoritariamente desde las grandes ciudades del norte estadounidense Boston, Pittsburgh y Nueva York. Cruzaban las espectaculares cataratas del Niágara y alcanzaban lo que denominaban la "tierra de la libertad", y lo hacían a pesar de que los esclavistas hicieron circular numerosas historias inventadas sobre las terribles condiciones climáticas y culturales del país vecino.

Y para llegar a la tierra prometida hacía falta un Moisés, y más entre una comunidad profundamente religiosa como era la afroamericana en aquel entonces. Una mujer, Harriet Tubman, cumplió ese papel. Apodada precisamente Black Moses, se la considera la figura más carismática de aquella red clandestina. Nacida esclava con el nombre de Araminta Ross, logró escapar en 1849 pero, una vez libre, no dudó en ponerse en riesgo y regresar hasta 13 veces a su Maryland natal para guiar a esclavos hacia Canadá. Ella misma relató esos peligrosos viajes que emprendió durante 8 años y las estrategias que seguía para burlar a sus perseguidores. Logró ayudar a casi un centenar de personas y siempre presumió de no haber perdido ni un solo pasajero. No contenta con su éxito como astuta conductora, más tarde colaboraría con el abolicionista John Brown, que abogaba por la lucha armada contra la esclavitud, y se implicaría a fondo en el bando unionista durante la Guerra Civil, haciendo incluso labores de espionaje. En los últimos años de su vida (murió en 1910), aún tendría tiempo de enrolarse en el movimiento sufragista.

Figuras como Harriet Tubman, William Still, el matrimonio Coffin y tantos otros configuraron así el primer movimiento multirracial en pro de los derechos civiles de los EE.UU., un claro antecedente del que lideró Martin Luther King o el actual Black Lives Matter. Un ejemplo más que nos da la historia de un enorme entramado ilegal que luchó, sin embargo, por la causa de la libertad.


Getty images


6 comentaris:

  1. Déu n'hi do! Bona contextualització per a la lectura. Vaig per la meitat, però m'hauria encantat assistir a la sessió d'ahir.

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    1. Els fets són terribles, sí, però la novel·la és excel·lent, pel meu gust (i per a la majoria de clubaires també). Justament és cap a la meitat on l'artefacte s'enlaire i no pots parar de llegir. Final rodó. M'ha encantat.

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  2. Que bé que em diguis això perquè la veritat és que al començament m'ha costat arrancar, però ara començo a tenir ben bé aquesta sensació que descrius. Abraçades!

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    1. Ja ens ho diràs! Per cert, aviam si la nova biblioteca, que estarà més preparada, tecnològicament parlant, ens permet fer sessions híbrides que combinin presencialitat i virtualitat.

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  3. Seria fantàstic tornar a compartir club amb tots vosaltres. M'encantaria :)

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