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dilluns, 14 de gener del 2019

adverbis


«El camí cap a l'infern està empedrat d'adverbis, n'estic segur, i estic disposat a sortir al balcó a cridar-ho als quatre vents. Per dir-ho d'una altra manera, són com les margarides. Si en tens una a la gespa, sembla bonica i única. Ara, si no l'arrenques, l'endemà en tindràs cinc, cinquanta al cap de dos dies i la teva gespa, company, acabarà del tot, completament, abassegadorament coberta de margarides. Segur que llavors ja les perceps tal com són, males herbes, però aleshores, vatua, ja serà massa tard.»

Stephen King. Escriure. Memòries d'un ofici. Traducció de Martí Sales. L'altra, 2018. P. 145.
«Hay otra razón, voy a confesarme finalmente, por la que me alegro del éxito de Malamente [Nota de la copista: Parla de la cançó de la Rosalía]. Por fin, felizmente, podemos celebrar el triunfo de un adverbio terminado en mente. Una novela, con ese título, sería cruelmente sentenciada sin ser leída atentamente. Hay muchos odios en el mundo literario, pero pocos comparables a los que, fatalmente, sufren los adverbios terminados en mente. Son tratados como bandidos alevosamente emboscados en la espesura del lenguaje. Una de las tareas de la corrección literaria es perseguir ferozmente, implacablemente, a estos forajidos terminados en mente. Menos mal que Borges escribió: “Incesantemente la rosa se convierte en otra rosa”.
A ver si mejoramos malamente.»

Manuel Rivas. Mal, muy mal, malamente. El País Semanal. 13|1|2019.

dimarts, 13 de juny del 2017

salconduits planetaris


[...] Para lugares seguros, las bibliotecas públicas. El primer espacio de esperanza en la selva de asfalto. En cualquier gran ciudad, la biblioteca quintuplica el número de carnets de socios del mayor club de fútbol. Todos los días pasan cosas, pero no hay ninguna noticia de bibliotecas en los medios de comunicación. Allí conviven todas las generaciones, los géneros, las tribus urbanas. En ese espacio común no hay separadores ni separatistas. Es un lugar de encuentro, donde todos somos iguales. Es un lugar presencial, pero también íntimo, donde vivir la felicidad clandestina de abrir lo desconocido. Hay dos obras muy queridas, leídas con felicidad clandestina, que podrían estar escritas en tinta invisible y que llevan esa marca en el título: Paradero desconocido, de Kressmann Taylor, y Carta de una desconocida, de Stefan Zweig. En Barcelona, hablando de abrir pasos en lo desconocido, Elisenda Figueras, que fue bibliotecaria, me cuenta que muchos inmigrantes sin papeles, el primer “pasaporte” que obtienen es el carnet de una biblioteca. Haroldo Conti llevaba siempre consigo un certificado de náufrago. Asesinado por la dictadura en Argentina, su literatura, genial y náufraga, habita hoy en lo desconocido. El carnet de biblioteca o el certificado de náufrago, he ahí documentos de identidad universal. Deberían servir de salvoconductos planetarios.


De vez en cuando me invitan de un colegio o instituto para hablar de literatura. Antes me daba pereza, ahora voy con una cierta alegría. Por lo que pueda compartir y por lo que aprendo. De mayor, me gustaría ser estudiante. Y a los estudiantes la estupefaciente política educativa les está substrayendo los saberes humanísticos, empezando por la literatura y la filosofía. Quizás como compensación, la gente joven quiere participar, pregunta muchísimo. Recuerdo mi primera escuela, donde el maestro era un déspota bastante histérico, como suelen ser los déspotas. Allí no había lugar a preguntas por nuestra parte. Preguntaba el maestro reforzando la pregunta con la elocuencia de la vara. Pero un día se le ocurrió preguntarnos que qué queríamos ser de mayores y fue tal el silencio que quedó desconcertado. Pero siempre, siempre, hay un valiente. Y fue Antonio, El Rubio, el que gritó desde el fondo del aula: “¡Queremos ser emigrantes!”. Y ya no hubo más preguntas. Ahora encuentras en los colegios una agitación positiva de chicas y chicos preguntando. Y con esa señal inequívoca de libertad que es el humor. El otro día, hablando de “la boca de literatura”, un chico que parecía muy tímido levantó el último la mano y preguntó: “¿A ti te gustan las alcachofas?”.


Hablando de preguntas. Al final de un coloquio en el que participaban voces de lo que se da en llamar “nueva política”, un viejo libertario que se parecía a Beckett pidió la palabra y dijo: “Compañeros, estáis cometiendo los errores equivocados”.

Manuel Rivas. La geografia del miedo. El País semanal. 11|6|2017.


diumenge, 29 de gener del 2017

surt de l'aigua, anglès, i dóna'ns* llibres


PARA CONTRARRESTAR la identidad negativa de un país tradicionalmente alérgico a la lectura, resulta emocionante leer un fragmento de La Biblia en España, allí donde George Borrow cuenta que, cuando estaba bañándose una noche en el Tajo, se presentó en la orilla del río un grupo de gente que comenzó a gritarle: “Sal del agua, inglés, y danos libros; traemos el dinero en la mano”.
El libro de Borrow tuvo un primer traductor y prologuista extraordinario, Manuel Azaña, quien habría de ser presidente de nuestra República, y que lo describió como “un precioso documento para la historia de la tolerancia, no en las leyes, sino en el espíritu de los españoles”. Borrow era sabedor de que se jugaba el pellejo en aquel viaje, hacia mediados del XIX, por la catadura de los gobernantes, pero su mirada es tan penetrante y libre que subvierte la típica óptica. “Aunque suene a cosa rara, España no es un país fanático”.
Borrow descubrió y nos descubrió un país desconocido porque caminó a la par de la gente corriente, y seguido de un caballo cargado de libros. Pudo conocer un singular miedo español: el del campesino al que le castañeteaban los dientes cuando tuvo en las manos las Escrituras. Un miedo antiguo, metido hasta en la raíz. Leer e interpretar las “divinas palabras” uno mismo era pecado, una transgresión. Pero pudo conocer también esa gente que vencía el miedo y acudía en la noche con esa consigna que hoy suena cómica, “¡Sal del agua, inglés, y danos libros!”, como en un precedente hispano de La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey, la novela de Mary Ann Shaffer en la que se cuenta cómo los habitantes de la isla del Canal resistieron la pesadilla nazi organizados como club de lectura y un humor gastronómico.
La Biblia en España es un género en sí mismo, mucho más allá de un libro de viajes. Contiene la ironía dramática de un pueblo aherrojado que ama la libertad, y por tanto los libros, privado históricamente de ese placer. ¿Cómo nos vería hoy George Borrow, qué contaría de España? A pesar de las estadísticas negativas, del estigma de la alergia a la lectura, creo que Borrow podría anotar hoy algunas revoluciones positivas, protagonizadas por la gente corriente, y que a veces oculta la polución causada por la desidia oficial.
George Borrow no dejaría de registrar la extraordinaria eclosión, multiplicación, de los clubes de lectura. Uno de los acontecimientos editoriales de este año pasado, con repercusión merecida, ha sido La España vacía, de Sergio del Molino. El despoblamiento va precedido de un vaciamiento cultural. Un lugar empieza a descoserse de la vida cuando ya no se ejerce el derecho a soñar. Esa sensación extraña de que hay lámparas encendidas, pero se ha apagado la luz.
El vaciamiento también puede darse, se está dando, en lugares poblados. Es imprescindible la psicogeografía de los lugares de encuentro. Cuando expreso mi entusiasmo con esta “modesta revolución” que significa la gran eclosión de clubes de lectura en España, hay alguna gente que frunce el ceño. Eso de “club de lectura” les suena a algo anacrónico. En realidad, y por las experiencias que conozco, son espacios de vanguardia, allí donde gente diferente se reúne en condiciones de igualdad, donde la sociabilidad es presencial y no virtual, y donde no domina un interés comercial o doctrinario. La palabra revolución no está de más: hay casos en los que los padres se han sumado a los clubes, o a las lecturas, a partir de la experiencia de las hijas.
Algunas de las llamadas “redes sociales” son, en realidad, depósitos de ego o de vejámenes. Frente a esa deriva pueril, ¿no es revolucionario, vanguardista, el simple hecho de conseguir que se reúna un grupo de personas de diferentes gustos, géneros, edades y profesiones para debatir durante horas sobre La España vacía o el capítulo 22 de Don Quijote?
Digo el capítulo 22, parte I, porque es lo que me cuenta un amigo. Que en el club de lectura se han pasado el último mes discutiendo sobre el capítulo en el que el ingenioso hidalgo libera a los presos que son conducidos a galeras. Y ahí siguen. Y ahí quería ver yo al Tribunal Constitucional. Qué envidia.
En fin. Director de programas de TVE, ¿para cuándo una serie sobre La Biblia en España, el mejor libro de viajes a las entrañas de este país?

Manuel Rivas.  Sal del agua, inglés, y danos libros. El País semanal. 8|1|2017.

Placa en la façana del número 14 del carrer de Santiago. Madrid.

dimecres, 27 de juny del 2012

la resistència eròtica del llibre


Preguntarse por el futuro del libro es también, y sobre todo, preguntarse qué pasará con el ecosistema del libro. Con las librerías y las bibliotecas. En especial con las redes de bibliotecas públicas. Sin librerías y bibliotecas, no existe la ciudad. En psicogeografía, hay el lugar y el no lugar. El lugar es una unidad de emoción y memoria. Podríamos ser más precisos y hablar del tercer lugar. El lugar donde a la memoria y la emoción se suma el encuentro. Hoy es difícil señalar un lugar donde se dé mayor diversidad, mayor mezcla entre gente de diferentes generaciones, clases sociales, géneros, orígenes, ideologías, creencias o estéticas que en una biblioteca pública. Se habla mucho de los bajos índices de lectura en España, pero se habla poco de la gran revolución vivida en muchas ciudades, grandes y pequeñas, al crear, y con bajo coste, redes de bibliotecas públicas. No hay ninguna entidad, ni siquiera deportiva, que en proporción tenga tantos asociados como las bibliotecas públicas.
Algunas instituciones, por desgracia, ya han recortado los gastos en el suministro de libros a las bibliotecas. Esto sí que es fundir los plomos de la “civilización”.
Cuando el urbanismo humanista, avanzado, imaginó la ciudad como una ciudad-jardín, tenía la forma de círculos concéntricos, en los que cada círculo era un anillo verde. En el centro estaban los servicios públicos. Y desde luego, como una célula madre, la biblioteca. En la ciudad pluricéntrica, la biblioteca (concebida ya como un taller plural de artes) debería ocupar los lugares de referencia, la primera marca en las coordenadas humanas de la ciudad. El lugar sentipensante, de resistencia y re-existencia.
 En ese sentido ecológico, el lugar de lo necesario coincide con el deseo. Un espacio donde una ley no establecida dice: no dominar. El lugar erótico, donde puedan encontrarse Anna Karenina y uno que dice ser Ulises, mientras Falstaff murmura: “Nadie sabe lo que puede pasar si viene junio un poco caliente”.
 Manuel Rivas. "La resistencia erótica del libro". El País, 10 juny 2012. (Aquí, l'article sencer)