divendres, 1 d’octubre del 2010

joseph roth | stefan zweig (2 i final)

















249. A Stefan Zweig
París, 26 de marzo de 1933


Distinguido y querido amigo:

Creo que en estos tiempos hay que permanecer en contacto permanente como se pueda. Por eso le contesto de inmediato.

Le ruego ponga atención en que sus cartas para mí vengan por vía Suiza. Porque algunas pasan, en efecto, por Alemania.
Estoy completamente de acuerdo con usted: hay que esperar. De momento. Aún no está del todo claro por cuánto tiempo.
El letargo del mundo es mayor que en 1914. El hombre ya no se conmueve si se vulnera y asesina lo humano. Fue así en 1914 y lo fue de tal modo que se han hecho esfuerzos por todas partes para explicar la bestialidad con razones y pretextos humanos.
Pero hoy resulta que se pasa por alto la bestialidad simplemente con explicaciones bestiales que son aún más atroces que las bestialidades.
Y nada se conmueve en el mundo. Quiero decir en el mundo de los hombres que escriben, abstracción hecha del eterno excéntrico Gide, comunista de última hora, que ha celebrado aquí un congreso ridículo para esnobs y la embajada internacional del comunismo sin ningún éxito, excepto entre los judíos en Norteamérica e Inglaterra, a los que sólo preocupa el antisemitismo, un pequeño segmento del gran círculo de la bestialidad.
Está claro para usted que, por ejemplo, un animal enfermo del tipo Goering se diferencia de Guillermo II, que aún se mantuvo en la jurisdicción de lo humano, en la misma proporción aproximada en que se diferencia 1933 de 1914.

Está claro que los imbéciles hacen estupideces, los bestias cometen bestialidades y los locos tienen comportamientos demenciales: todo de manera suicida.
Pero no está claro cuándo el entorno, igualmente enfermo y desconcertado, reconoce la estupidez, la bestialidad y la locura.
Eso es lo que importa. Y me pregunto cuándo llegará el momento en que sea nuestra obligación aislar al entorno del enfermo, mediante palabras, para que no se contagie.
Temo, en definitiva, que sea demasiado tarde.
Temo ir a parar a la situación de tener que desear una guerra lo más inmediata posible.

No voy a Viena por muchas razones. Desde hace diez años, vivo en Francia seis u ocho meses al año. ¿Por qué no ahora? Y, en especial, ¿por qué no, si a los hombres que quieren ver absoluta maldad en mí siempre se les ocurre decir que he huido? ¿Y por qué no, si se da por supuesto que uno realmente huye?

[...] Tocante a lo judío en nosotros dos: estoy con usted d'accord en que no hay que dar la apariencia de que uno está preocupado por los judíos y nada más.

Con todo, siempre hay que saber que el atributo de ser judío no libera a ningún hombre de conciencia de su deber de acudir al frente, a primera fila, como todo no-judío de conciencia.
Hay un determinado punto donde la nobleza se convierte en incumplimiento del deber y, además, no sirve de nada. Porque para los bestias de allá uno sigue siendo un peligroso cochino judío.
Usted fue como judío contra la guerra y yo fui como judio a la guerra. Los dos tenemos numerosos camaradas. No nos quedamos en retaguardia.
Porque igualmente podría decirse que también hay judíos de retaguardia en el campo de batalla de la humanidad.
De ésos no se puede ser.
Nunca he sobrevalorado la tragedia de lo judío, y ahora menos, cuando ya es trágico ser sin más un hombre decente.
Es la infamia de los demás el ver judíos. Lo indecente es que por contención confirmemos demasiado el argumento de los más necios animales.
Como soldado y oficial, yo no fui judío. Como escritor alemán tampoco soy judío (en el sentido en que estamos hablando).
Tengo mi recelo de que, en un momento dado, la reserva judía no es más que una reacción de los judíos con tacto ante el descaro de los que no lo tienen.
Entonces es tan absurda y perjudicial como éstos.

Uno tiene -como ya le dije a usted- un compromiso ante Voltaire, Herder, Goethe y Nietzsche, lo mismo que ante Moisés y sus padres judíos.
De ahí se deriva el compromiso de salvar vida y escritura en caso de amenaza bestial.
Nada de entregarse a eso que con ligereza se llama destino.
Y tomar parte, luchar, en cuanto llegue el instante preciso.
Y la pregunta es si no llegará muy pronto.

Siempre con afecto, su leal amigo.

Joseph Roth


Hotel Foyot.


1 comentari:

  1. La gran tragèdia de molts jueus assimilats centreeuropeus és que van ser exterminats exactament igual que els jueus de l'est que conservaven les tradicions (sobre els quals el mateix Roth va escriure a "Judíos errantes" (Acantilado)). De res els va servir sentir-se tan o més alemanys que Goethe o Nietzsche. No sé si la mort de Roth i el suïcidi de Zweig són el resultat d'haver-se adonat d'aquesta tràgica paradoxa.

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