dijous, 20 de febrer del 2014

pirandello y yo



Es un fenómeno curioso y que se ha dado muchas veces en la historia de la literatura, del arte, de la ciencia o de la filosofia, el que dos espíritus, sin conocerse ni conocer sus sendas obras, sin ponerse en relación el uno con el otro, hayan perseguido un mismo camino y hayan tramado análogas concepciones o llegado a los mismos resultados. Diríase que es algo que flota en el ambiente. O mejor, algo que late en las profundidades de la historia y que busca quien lo revele.
Digo esto a propósito del sentido de la obra del escritor siciliano Luis Pirandello, que lleva en Roma y escribiendo, casi el mismo tiempo que yo aquí, en Salamanca, y que empieza a ser conocido y celebrado fuera de Italia después de haber alcanzado en ella una tardía fama. Yo, que soy curioso y diligente observador de la vida italiana, no sabía nada de él hasta hace muy poco, menos de un año.
Cuando en 1917 estuve en Italia, nadie me habló de él. Y ahora me he fijado en él y en su obra –que todavía conozco mal, muy fragmentariamente y sobre todo de referencias–, débese a que le veo citar en Italia al lado de mi nombre. El éxito, para mí mismo imprevisto –estoy haciendo historia con la mayor objetividad posible– que mi obra literaria ha tenido en Italia, éxito mayor que el que tiene en los países de lengua española, es el que me ha llevado al conocimiento de Pirandello, cuyo nombre tan a menudo asocian con el mío los críticos italianos. Y de hecho, en lo poco que hasta ahora conozco del escritor siciliano, he visto, como en un espejo, muchos de mis propios más íntimos procederes y más de una vez me he dicho leyéndole: “¡lo mismo habría dicho yo!” Y estoy casi seguro de que sí como yo nada conocía de Pirandello, él, Pirandello, no conocía lo mío. Se siente su originalidad, y es precisamente por sentirle original por lo que me reconozco en él. Un escritor no se reconoce nunca en una imitación por hábilmente hecha que esté. Hay un genio, X, un yo más profundo que mi yo empírico o fisiológico y que el yo empírico y fisiológico del escritor Pirandello, que ha buscado ingenio en él y en mí, un Yo X, que diría Silvio Tissi, otro escritor italiano.
Y esta distinción entre el yo empírico o fisiológico y el yo trascendente –acaso inmanente– o histórico es lo que emparenta nuestras sendas obras, la de Pirandello y la mía. La primera vez que vi citado a Pirandello fue en una excelente crítica de la traducción italiana de mi novela Niebla, que allí, en Italia, no pareció ni tan extraña ni tan enigmática como aquí ha parecido. Aquellas angustias de mi Augusto Pérez –¿no más bien yo de él?– al ver que le negaba yo, su presunto autor, existencia real o independiente, y sus esfuerzos por sobrevivir, los vi comentados en relación con ideas de Pirandello, que constituyen toda una filosofía estética. No faltaba, por supuesto, el inevitable calificativo de paradoja. Porque es de que digamos, y muy en serio con seriedad humorística –que es la más seria de todas– que don Quijote y Sancho tienen más realidad histórica que Cervantes, y que no es Shakespeare el que creó  a Macbeth y Hamlet y el rey Lear y Falstaff y Otelo…, sino éstos a él, todo esto no parece que le cabe en la cabeza a los que han estudiado historia sin pizca de sentido hisórico. Y esto les sucede a los más de los historiadores.
Otra de las concepciones que ese yo incógnito sembró en Pirandello y en mí fue el modo de ver y desarrollar las personalidades históricas –o sea de ficción– en flujo vivo de contradicciones, como una serie de yos, como un río espiritual. Todo lo contrario de lo que en la dramaturgia tradicional se llama un carácter. “No logro definirle a usted”, me dijo una vez un teólogo. Y le contesté: “Afortunadamente para mí, pues si usted u otro lograra definirme, es que me habría muerto yo ya.”
Dice Pirandello: “Un ser que nace de esa facultad creadora que reside en el espíritu humano está destinado, por naturaleza, a una vida superior que le falta al mortal ordinario nacido del seno de una mujer. Cuando se nace personaje,  cuando se tiene la dicha de nacer personaje vivo, se ríe uno de la muerte: ¡no se puede ya morir! El artista, el escritor, el mezquino instrumento de esta creación morirá, enhorabuena; pero su criatura no muere ya. Y para vivir inmortal no tiene que tener dotes extraordinarias o llevar a cabo prodigios. Decidme quiénes eran Sancho Panza o Don Abundio. Y, sin embargo, son eternos porque, gérmenes vivos, tuvieron la dicha de encontrar una matriz fecunda, una imaginación para educarlos y nutrirlos.”
Y he encontrado en Pirandello otra expresión que me parece característica, y es la de que esos seres históricos que los hombres empíricos y fisiológicos llaman de ficción son acaso menos reales, pero más verdaderos. ¡Menos reales, pero más verdaderos! ¿Y qué es realidad? ¿Qué es verdad? ¿Hay una realidad no verdadera? ¿Hay una verdad no real? Es todo el problema del arte y todo el problema de la filosofía. Es el problema de la historia.
¿Problema de la historia? La historia no tiene problema. Es la historia misma la que es un problema que se está de continuo desarrollando, resolviéndose a cada momento y en el momento en que se resuelve y por resolverse, volviéndose a plantear. Y el problema de la historia es más el de la verdad que el de la realidad.
[…] He leído que los más de los relatos y cuentos de Pirandello son cortos y esqueléticos, concebidos y ejecutados como dramas, con el menor número de acotaciones y de modo que se les vea vivir, es decir, cambiar y contradecirse, y desarrollarse a los personajes, que son un haz de yos cada uno de ellos. No he podido aún comprobar este informe lo bastante, mas por lo poco que de Pirandello he podido leer hasta hoy, lo he visto confirmado. Y en eso poco he encontrado más verdad, más honda verdad humana que en los más de los cuentos y de las novelas que pasan por realistas.
[…] Todos los héroes de lo que llamamos ficción, todos los hombres arquetipos y creadores –nadie crea más que un héroe de ficción– viven no por lo que se llama el realismo. A Don Juan Tenorio, por ejemplo, sería lo mismo vestirle con otro traje y ponerle en otro lugar y en otro tiempo en el que le pusieron Tirso de Molina o don José Zorrilla. He leído que a Hamlet le han representado en el Japón vestido de japonés y en ámbito japonés. Han hecho bien. Era el modo de salvar su verdad, esa verdad que se ahoga en el realismo.
Salamanca, junio de 1923.

Miguel de Unamuno. «Pirandello y yo». Article publicat a La Nación (Buenos Aires) el 15 de juliol de 1923.




1 comentari:

  1. En l'entrevista que l'Àngel Ferran va fer a Pirandello [«La descomposició de la personalitat...dels altres. Una interviu amb Pirandello». La Publicitat, 17|12|1924. (P. 7-8)] he trobat això:

    [En Ferran li demana sobre l'umorisme i Pirandello respon:]

    «—L'humorisme —diu— és una superació del còmic a través del còmic mateix. El còmic és l'oposat al que hauria d'ésser.
    [...] El Quixot és una de les obres més grans de l'humor mundial. És la tragèdia d'un home que creu en un alt ideal i el tanquen a la presó, acusat d'haver estafat els cabals de la Hisenda. I aleshores neix l'obra, que no és, com s'ha dit, una sàtira contra els llibres de cavalleries; és la doble visió de la pròpia tragèdia; l'autor es mirava en un mirall en el qual veia el contrari de com ell sabia que era. Unamuno, en el seu llibre, no entengué el Quixot ni Cervantes.
    —Unamuno, observa Sagarra, és impermeable per aquesta i altres moltes coses.
    —En el meu llibre, afegeix Pirandello, en parlo.
    —D'Unamuno?
    —No, del Quixot.»


    ResponElimina