divendres, 9 de gener del 2015

calçats bovary, souliers depuis 1856

Sabata Madame Bovary de Manolo Blahnik. Mode & Littérature, Esther Henwood. 

Es curioso que, entre la ingente bibliografía flaubertiana, ningún adicto haya producido todavía una interpretación con el título Flaubert y el fetichismo del botín. Porque hay material de sobra para un estudio al respecto. He aquí una muestra, con datos coleccionados al azar. Albert Thibaudet cuenta que, de niño, Flaubert solía quedarse extasiado contemplando los botines de mujer y que, por lo tanto, es algo autobiográfico el episodio de Madame Bovary en que Justin ruega a la sirvienta le permita lustrar los botines de Emma, que el niño toca con amor reverente, como objetos sagrados. Sarte señala dónde aparece por primera vez en la obra de Flaubert el motivo del calzado (y añade «tan importante en la vida y en la obra de Flaubert», pero no vuelve a hablar más del asunto: uno de los muchos cabos sueltos de su ciclópeo ensayo [L'idiot de la famille]: en Mémoires d'un fou, en el capítulo IX, donde se describe con finura un bello pie de mujer: «son petit pied mignon enveloppé dans un joli soulier à haut talon orné d'une rose noire». Es sabido, de otra parte, que Flaubert guardaba en su escritorio, entre cartas y ciertas prendas y objetos de su amante, las chinelas que Louise Colet había llevado en su primera noche de amor y que, a menudo, como le cuenta a ella en sus cartas, las sacaba para acariciarlas y besarlas.
[...] En todo caso, ese demonio se proyecta en Madame Bovary, donde pies y calzados femeninos son muy importantes en la vida erótica de los varones. He citado la magia que operan sobre Justin los botines de Emma; en otro momento, el narrador refiere, cuando Léon, hastiado, trata de librarse del dominio que Emma tiene sobre él, que «au craquement de ses bottines, il se sentait lâche, comme les ivrognes à la vue des liqueurs fortes». En la entrevista con el notario a quien Emma ha ido a pedir ayuda para pagar sus deudas, Maître Guillaumin se inquieta y parece concebir la idea de aprovecharse de su bella visitante cuando su rodilla roza «sa bottine, dont la semelle se recourbait tout en fumant contre le poêle». Cuando Emma parte, asqueada de la vileza del notario, éste queda idiotizado, «les yeux fixés sur ses belles pantoufles en tapisserie» que eran «un présent de l'amour». La primera vez que Léon ve a Emma, recién llegada a Yonville, Madame Bovary está recogiendo su falda para acercar a la llama de la chimenea «son pied chaussé d'une bottine noire». Y el día del paseo a caballo, que terminará en el acto del amor, Rodolphe aprecia «entre ce drap noir et la bottine noire, la délicatesse de son bas blanc, qui lui semblait quelque chose de sa nudité». Cuando Emma, en el apogeo de su pasión con Rodolphe, alcanza su más espléndida belleza, no es raro, pues, que el narrador precise, describiendo sus encantos, que «quelque chose de subtil qui vous pénétrait se dégageait même des draperies de sa robe et de la cambrure de son pied». En los borradores manuscritos de Madame Bovary se descubre que hasta Charles era un amateur. En un pasaje, que luego Flaubert desechó, el oficial de sanidad, al contemplar durante la extremaunción los pies de Emma moribunda, se llena de recuerdos eróticos; vuelve a verse el día de su boda, desanudando los cordones de los zapatos blancos de Emma mientras «il frémissait dans les éblouissements de la possession prochaine». En realidad, los primeros síntomas de emoción en Charles a la vista de Emma son de índole fetichista: los provocan los zuecos que calza la hija del père Rouault. El narrador es explícito, dice que Charles va feliz a la granja de Berteaux porque lo atraen esos imanes poderosos: «il aimait les petits sabots de mademoiselle Emma sur les dalles lavées de la cuisine; ses talons hauts la grandissaient un peu, et, quand elle marchait devant lui, les semelles de bois, se relevant vite, claquaient avec un bruit sec contre le cuir de la bottine». Se trata de una presencia numerosa, que tiene distintas tonalidades: voluptuosas, de dominio y, al final, hasta piadosas, cuando el abate Bournisien pone los santos óleos sobre «la plante des pieds, si rapides autrefois quand elle courait à l'assouvissance de ses désirs, et qui maintenant ne marcheraient plus». Pero de toda esa galería de referencias, la más persitente y querida, para mí, es la descripción de la «mignarde chaussure» de Emma —una zapatilla de satén rosado, bordada— que queda colgando del empeine de su pequeño pie, cuando ella salta sobre las rodillas de su amante en ese cuarto atiborrado del Hôtel de Boulogne.
Pero al disociar lo indisociable, sé que miento: lo que importa no es que Madame Bovary contenga estos ingredientes, sino, esencialmente, la manera como están combinados en un cuerpo que, por esta razón, es mucho más que la suma de sus partes. Rebeldía-cursilería-violencia-sexo: la forma hace que esta materia indivisible sea lo que es.

Mario Vargas Llosa. La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary. Punto de lectura, 2011. P. 36-40.




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