dijous, 15 de setembre del 2016

la vida és massa curta


Libros que fui incapaz de terminar
Bibliomanía en mi menor. 18|8|2016.
Kiko Amat
Hace mucho que no me dejo recomendar libros ni por mi santa madre. Nadie acertaba, y eso que soy transparente cual vasija de delicado cristal. Pero la gente sigue empeñada en recomendarme cosas; debe tratarse de algún tipo de compulsión patológica. A veces algunos de esos pobres chiflados incluso me describían el argumento, como si fuese aquello algún tipo de incentivo irresistible. Pero esta magulladora vida me ha enseñado que mucha gente maravillosa tiene un gusto atroz (o cuanto menos no compatible con el propio) y viceversa. En el pasado, y para evitar la tabarra argumental que sin duda se avecinaba, me avine a leer novelas que me recomendaron algunos bienintencionados plúmbeos. Fue un acto condenado al fracaso. No pasé de la página 60 del intrincado, cenagoso y exasperante Vineland, de Thomas Pynchon, o el simplemente plomizo Oblomov de Iván Goncharov (en la página 58 el fulano aún no se ha levantado del diván; comprenderán que no puedo ser cómplice de una indolencia narrativa de ese calibre). Tampoco soporto Crimen y castigo, diga lo que diga todo el mundo, ni el resto de rusos barbudos. Beckett y Joyce me parecen unos latosos intolerables, como la mayoría de modernistas (menos B.S. Johnson), y un buen número de escritores del XIX (exceptuando a Wilde y Dickens) escriben como gente fallecida. Otro notable porcentaje del canon americano de los sesenta es, pura y llanamente, ilegible hoy (Mailer y Vidal son prescindibles en un 90% de su producción, además de incapaces de ocupar menos de 700 páginas por libro). ¿Y quién anhelaría hoy malgastar un mes entero de su vida leyendo a Henry James, Eugenio Oneguin o La Regenta? En serio: la vida es demasiado corta, y La montaña mágica avanza al ritmo de los grandes glaciares.


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