dilluns, 26 de març del 2018

moehringer, la contra


LLUÍS AMIGUET
La Contra | La Vanguardia
3|10|2015

J.R. Moehringer, periodista; premio Pulitzer, autor de El bar de las grandes esperanzas
Tengo 50 años me curé del susto yendo a Alaska a ver jugar al cielo. Soy neoyorquino. Hijo único de madre soltera...Y aún quiero tener familia. Creo en la grandeza de lo que no sabemos y temo la crueldad de los que creen saber. Leer es lo único que te hace sentir culpable cuando lo haces y cuando no
"El único sentido de todo esto es pelear hasta el fin y contarlo"
Una boca y dos orejas
Cualquier victoria sólo es una ilusión pasajera que acaba en el cementerio, por eso la única certeza está en la propia lucha: en morir bajo las balas, sí, pero con todas tus pistolas echando humo: "Go down with guns blazing!", clama Moehringer alargando sus dedos como pistolas. Porque el único sentido de todo esto, si tiene alguno, está en pelear hasta el final...Y contarlo. Las historias que los humanos nos contamos desde que bajamos de los árboles aún son la única manera de dar algún sentido a nuestro pasado y de intentar encontrarlo en el futuro. Para lograrlo, no hace falta ser ni Héctor ni Aquiles ni Homero: basta con no tirar la toalla nunca; tener una boca, dos orejas y algún amigo esperando en la barra de un bar.

Veía usted Lou Grant?
Me encantaba.
Yo me hice periodista porque de chaval quería ser Lou Grant. Busqué una libreta larga y delgada como la suya en todas las papelerías de mi barrio. Era mágica.
Lou estaría orgulloso de usted, y García Márquez decía que las grabadoras...¡Ejem! como esta, acaban con el periodismo.
Por eso decidí no usar grabadora. No quería ser un mero transcriptor de lo que decían los famosos. Yo no grabo nada: escribo. Y escribí.
Pues hizo usted un trabajo espléndido.
Yo era periodista, quería contar lo que pasaba, porque los humanos sólo damos y encontramos algún sentido al caos de la existencia cuando la intentamos contar.
Y ganó el Pulitzer.
Eso no fue culpa mía: es un error frustrante escribir anhelando multitudes que te lean y que te den premios y te aplaudan por la calle antes de que te den siempre la mejor mesa.
¿Por qué es tan malo querer triunfar?
Porque nunca creerás que te aprecian lo suficiente y te saldrán textos hinchados de vanidad como un globo. Es mejor pensar en un solo lector y escribirle como hablas con un amigo en la barra del bar. No pienses, escribe. Los buenos bateadores no fantasean con ganar, con sus fans, con salir en la tele...No piensan, batean.
Usted no sale en las tertulias.
Sobran opinadores que no duermen si antes no han soltado su brillante opinión sobre cualquier cosa a una gran audiencia. Sufren más de lo que nos aportan. Yo prefiero contar a opinar.
¿Hoy el periodismo no cuenta historias?
Nos hacen creer que lo importante es producir, competir, ganar...Y por eso vivimos pendientes del próximi titular con repercusión y el siguiente y otro...Así nuestra visión del mundo se vuelve fragmentaria y siempre insatisfecha.
No todos tienen tiempo para ir a su bar.
Ya no nos explicamos en los bares lo que nos pasa cada día, sino que buscamos titulares a todas horas y tuits y nos estresamos, porque vivimos sin contarnos la vida, que es lo único que pone orden en nuestras experiencias.
Parece que el titular ya lo dice todo.
En cambio, cuando yo leía periódicos de niño, buscábamos en ellos historias de la vida real para orientarnos en el mundo y saber quiénes éramos, qué habíamos sido y qué podíamos ser.
Usted las contó muchos años en The New York Times y Los Angeles Times.
Me fuí el día en que me encargaron un reportaje sobre el chimpancé más viejo del planeta.
¿Por qué no quiso hacerlo?
¿Bromea? Suerte que Agassi me había leído y me contrató para hacer su libro. Le dije que yo no escribía para grandes egos, pero lo conocí y me di cuenta de que en él había mucho más.
¿Se acabarán los periódicos?
No están en su mejor momento, pero lo mismo le pasaba a la radio hace 20 años: todos la daban por muerta...¡Y hoy está más viva que nunca! Al final contaremos historias no sé si en papel o en humo, pero seguiremos contándolas. Deberíamos volver a ser novelistas de la actualidad.
Sí, pero...¿quién lo leerá?
Leer es lo único que nos hace sentir culpables cuando lo hacemos y cuando no lo hacemos, pero a alguien que lee se le nota hasta en los andares. Y al que no, también. Los mejores leerán.
¿Por eso el bar de su novela está lleno de perdedores que leen y cuentan historias?
¿Perdedores? Yo era hijo único de madre soltera abandonado por mi padre e iba al Dickens, el bar del pueblo, a buscarlo en ellos. De todos modos, eso de perdedores no es de mi cosecha. Todos somos perdedores, ya lo sabe usted bien, sólo es cuestión de tiempo descubrirlo.
¿Y por alguna mierda de triunfo no vale la pena malgastar toda una vida de fracasos?
Vamos a ver: aquí la salvación no está en ninguna victoria, porque ¿qué victoria no acaba en una caja de madera?
...
La única posibilidad de no perder la dignidad camino del cementerio está en luchar: caer bajo las balas, sí, pero con todas las pistolas echando humo. Y saber contarlo. No hace falta ser Hemingway: basta con ser sincero.
Bueno, tampoco nos haga pegar tiros.
Pero sí hace falta luchar; no entregarse jamás, no sentarse en un sofá ante la tele a esperar la muerte. Porque nuestro legado es la épica salvadora de Occidente y por eso nos entusiasma el deporte. Los que entienden el deporte saben que no se trata de ver quién gana o pierde, sino quién se gana la dignidad en la lucha.
¿Eso no es ser competitivo?
Es todo lo contrario: si luchas con lealtad, luchas por todos. Por eso celebramos al agonista, al luchador, más que al protagonista. En el fondo, los humanos no simpatizamos con quien gana, sino con quien pelea hasta el final.
En su novela, el alcohol también ayuda.
En mi bar había alcohol, porque la tercera copa corría por cuenta de la casa, pero también famílias y niños como yo que iban allí a escuchar historias y  a aprender a contarlas.Contaban su vida para darle algún sentido y escuchaban el sentido de todas las vidas. ¿Sabe por qué nos interesaban tanto esos cuentos?
¿...?
Porque todos somos iguales de muy diversas maneras, así que cuando uno cuenta su vida sin pretender ser más de lo que es, con el corazón en la mano y los pies en el suelo, está contando también la de todos.


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