dijous, 26 de juliol del 2018

discutir sobre literatura


En cuanto a discutir sobre literatura, pocas cosas satisfacen tanto a ciertos lectores como charrar de sus propias lecturas. ¿Por qué? Porque es una perfecta coartada para hablar de uno, que es el tema que más le gusta al personal. El mecanismo es tan sencillo como funcional. Ya que no puedo hablar directamente de mis intimidades, al menos dispongo del pretexto de los libros para hacerlo. Hablando de cómo son los personajes, describiré sin que se me note demasiado mi propia psicología. Los libros, como el futbol y la música de Bartok, son un buen pretexto dialéctico para defender ante los demás la propia personalidad. Es muy difícil que salvemos un personaje de una novela que no contemple en su caracterización las cualidades que consideramos propias. Cuanto más diferente sea este personaje de nosotros, peor lo trataremos. Y ello sin reparar en lo que debería primar la atención: en cómo consigue su autor darnos su descripción literaria. Si estamos de acuerdo o no con los mecanismos estéticos desarrollados para conseguir el citado perfil del personaje y no si se parece a mí o se parece al vecino.
Los clubes de lectura que se han formado durante estos últimos años participan de ese narcisismo verbal que tan bien sienta a quienes, desprovistos de formación literaria, comprueban que los demás aceptan sus juicios o los discuten con respeto y consideración. Dado el autodidactismo de la mayoría de los miembros de estos clubes, sus interlocutores se transforman en cógitos parlantes que hablan de sus lecturas con envidiable entusiasmo, probablemente porque sus juicios rara vez trascienden el nivel de un impresionismo y psicologismo primarios. Tanto que enmendar la plana de sus ocurrencias, lo único que te produce es la animadversión del grupo.
Para compartir lecturas, es necesario, primero, leer, y, en segundo lugar, disponer de un espacio y un tiempo generoso, sea la biblioteca u otro ámbito preparado para llevar a cabo dicho objetivo. No obstante, conviene declarar que, si se comparten lecturas, pero no se varían los modelos didácticos tradicionales de preguntarse sobre los textos, la experiencia, no solo no será gratificante, sino que se volverá contra nosotros. Pues un alumnado insatisfecho es fuente de conflictos no deseados. Lo mismo cabría decir de los clubes: se mantendrán en la medida en que sus miembros vean satisfechas sus egotistas expectativas.
Así que, primero, convendría determinar cuáles son los objetivos de estas lecturas compartidas y, segundo, establecer un acercamiento que huya de su exclusivo y excluyente carácter productivista.
Consideremos que este lector hablará de los libros como le han enseñado a hablar de ellos. Pues cada cual enseña cómo le han enseñado y no como le han dicho que lo haga. El mismo hechizo paralizante se da en los clubes de lectura, donde se reproducen los mismos esquemas, cultivados e interiorizados durante los años de aprendizaje escolar. A veces, el modelo es más prosaico. Se reduce a leer un libro y a hablar de él. Sin más muletas. ¿Resultado? Dependerá de la labia potencial del lector y de las artes oratorias para preguntar de quien dirija estas sesiones de prosaico psicoanálisis lector.
[...] Los efectos de la lectura no suceden por ensalmo. Como los productos del campo, hay que sembrarlos, regarlos y cuidarlos con especial atención. Y luego, esperar que el tiempo acompañe, pues ya se sabe que una pedregada o una helada siega cualquier esperanza hortícola. Lo mismo sucede con la lectura. Hay que alimentarla para que se sostenga en pie. Sin olvidar que existen muchas llamadas del exterior que intentan anularla. Pues para leer y mantenerse en su quicio no solo es cuestión de encontrar buenos libros. También se precisa voluntad y ganas.
[...] Bien sabemos que, en ocasiones, las digestiones lectoras se llevan mejor compartiéndolas con los otros. Pues hincar el diente a ciertas páginas no está al alcance de todos los molares. Y de este modo, lo que uno no es capaz de triturar con sus incisivos, otro lo desmenuza sin problema dental alguno. Al final, todos felices por confabularse para entrar en el laberinto de la lectura y salir de ella sin que el Minotauro de la interpretación te desquicie los sesos.
Leer para estar con los otros da un plus de sentido a ese acto solitario que es la lectura. Esta ya no es tan fiera como la pintan. Al menos, en su aspecto coercitivo más evidente: leer en soledad.

Víctor Moreno. Preferiría no leer. Valores «desagradables» de la lectura. Pamiela, 2015. P. 274-277.

1 comentari:

  1. Hooola!
    aquesta entrada la faria llegir a qui va un club de lectura.

    Crec que un club és més que el llibre en sí. Si m´ha agradat o no.

    I.

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