dijous, 22 de juliol del 2021

el talent

3 de junio de 2012

Inka Parei
LA LUCHADORA DE SOMBRAS
«En aquel entonces compraba casi todos los libros que publicaba Instar. Luego me he perdido un poco»

No recuerdo con exactitud cuándo lo leí —hace años—, pero sí recuerdo bien la sensación de un absoluto y feliz descubrimiento: esta escribe como Dios, pensé. La solapa del libro decía que había nacido en 1967 en Frankfurt, y finalizaba con una frase que no podía pasar por alto: «Con las primeras veinte páginas de su próximo libro, todavía inacabado, ha ganado ya el prestigioso Premio Ingeborg Bachmann.» ¡Bum! Muy a menudo, detrás de frases de este tipo se esconde alguien del departamento de marketing que ese día se levantó con ganas de exagerar un poco. En ese caso, sin embargo, había que admitir que uno abría el libro y lo que allí encontraba era original, potente y, de un modo muy personal, muy bueno.
[...] Así que al final uno termina pensando que vaya talentazo. Se podía haber jurado que a esa de ahí la habríamos tenido durante años brillando en el panorama un tanto anémico de la literatura europea. Y mientras escribo estas líneas, en cambio, debo señalar el hecho de que en realidad ha desaparecido en la nada. No lo digo con satisfacción, lo digo con pesadumbre. Al menos en italiano, nunca más se ha vuelto a ver nada suyo. He descubierto que como mínimo ha escrito otro libro, pero evidentemente nadie en Italia pensó que merecía la pena. Me he obstinado y he ido a buscarla en internet. La he encontrado, aparentemente feliz, recorriendo Nueva Zelanda en furgoneta y escribiendo sus notas de viaje en un blog. Me parece muy bien, cómo no, aunque un poco es como si dentro de unos años me encontrara a Federica Pellegrini haciendo de animadora en un parque acuático.
A lo mejor después, dentro de unos años, Inka Parei reaparece con una obra maestra, quién sabe. Pero mientras tanto aprovecho para soltaros algo a lo que antes o después volveré. Podré equivocarme, pero hoy quien tiene talento para escribir un libro lo tiene también para entender que no vale tanto la pena hacerlo. Quiero decir, lo puedes hacer, pero pocos son los que se dan cuenta, a nadie le apetece hablar de ello, el talento es considerado una falta de elegancia, las novelas un género periférico. La corriente del río arrastra más allá, y son muchos los que tranquilamente deducen que es mejor estar vivo que ser bueno en algo. Después de todo, si es verdad que uno tiene un talento descomunal para escribir, lo tendrá también para hacer bien otras muchas cosas. Con muchas de ellas resulta más fácil tener la sensación de existir realmente, de estar oficialmente vivo. Sé que dicho así suena más bien antipático; sin embargo, es un asunto muy interesante que nada tiene que ver con la melancolía. Volveremos a hablar de ello, lo prometo (y hacedme el gran favor de no malgastar vuestro tiempo pensando que estoy hablando de mí. Gracias).

Alessandro Baricco. Una cierta idea de mundo. Traducció de Carmen García-Beamud. Anagrama, 2020. 

 

dimecres, 21 de juliol del 2021

ni llegir ni dormir


Como iba a tener un hijo, me llevé los estantes con libros para el living. Necesitaba despejar una pieza, que sería la suya, y armar ahí un mudador, instalar una cuna, ese tipo de cosas que eran inevitables y que demoré cuanto pude porque me daba una lata tremenda armar y desarmar muebles. Llegado el momento de la inminencia, hice el cambio. Como muchas otras cosas, me pilló por sorpresa. Fue más fácil de lo que pensaba y sin querer descubrí que los libros siempre debieron estar en ese lugar que los corredores de propiedades, con su jerga tan rara, llaman living-comedor. Ahora que soy un padre primerizo y somnoliento paso las noches ahí, en un sillón verde, mirando libros. A veces no saco ninguno, a veces leo un par de líneas y tomo otro, y espero a que sea tarde y desaparezca el ruido de los autos.

Los libros consiguieron cierta vida ahí, teóricamente a vista y paciencia de quien entre, pero la realidad es caprichosa y después de meses encerrado soy casi el único que los mira. El asunto es que en la otra pieza estaban atorados, escondidos, subvalorados. Reducidos a lo que podría llamar una oficina. O un escritorio. Y esos lugares están muy bien, pero son parcelas, provincias. Ahora que los libros son el centro de la casa, leo más y soy más feliz. Tal vez tenga que ver con que me basta mover el cuello para dar con los diarios de Alan Bennett, que siempre me ponen muy contento, o con los libritos de Levé, que me ponen muy triste. O tal vez porque de noche, cuando todos duermen, leo versos sueltos de Hernández o de Pavón o de Hall o de Abalo. Esos libros delgados —los de poesía, digamos— son los que están más cerca del asiento y permiten leer sin levantarse. Son ideales para hojear a esas horas porque levantarse significa, por sobre cualquier cosa, meter ruido y despertar a la guagua, y si hay algo que cuido con el celo de Gary Medel es el silencio. No quiero meter ruido. Ni que nadie lo meta.

Hay gente que dice que con los hijos se lee menos, que se pierde la concentración, que se sube de peso. Yo engordé y perdí la concentración hace tiempo. Doce años, por tirar un número al tuntún, así que ahora todo va un poco mejor. O no empeora. Por lo general, cuando está oscuro me quedo mirando los lomos y no me animo a sacar ninguno, sedado por la tranquilidad de verlos ahí, quietos y desordenados. Creo que sin querer me convertí en un benjamineano radical, que ni siquiera se dedica a los fragmentos o a los párrafos sueltos, sino a los lomos. A mirarlos con los ojos cansados, a atravesarlos telepáticamente, a contentarse con la pura materialidad del libro, a recordar versos que ya no podré confirmar si estoy inventando y, sobre todo, a cruzar los dedos para que nadie meta ruido.


Gonzalo Maier. «Ni leer ni dormir». A: Leer y dormir. Minúscula, 2021. P. 43-45.


dimarts, 20 de juliol del 2021

de què parlo quan parlo d'escriure


«Això no passa de ser la meva opinió personal, però crec que la tasca d'escriure novel·les és ben ximple. Gairebé no hi ha res que s'hi pugui considerar una mostra d'intel·ligència. Et tanques sol en una habitació i et dediques a potinejar un text amb tota la serietat del món dient-te: «Així no, així tampoc». Et passes el dia esforçant-te al màxim, acotat sobre la taula, i, quan per fi aconsegueixes fer una miqueta més precisa una línia del teu text, no és pas que vingui ningú a aplaudir-te, ni a donar-te copets a l'espatlla i dir-te que ho has fet molt bé. Només quedes convençut tu mateix i fas que sí amb el cap sense dir res. I quan surti el llibre, potser no hi haurà ni una sola persona a tot el món que es fixi en la precisió d'aquella línia. Aquesta és justament la tasca d'escriure una novel·la. És una feina enormement feixuga, que pot arribar a ser molt depriment.»

 

Haruki Murakami. De què parlo quan parlo d'escriure. Traducció de Jordi Mas. Empúries, 2017. P. 25.


dilluns, 19 de juliol del 2021

refomentar la lectura


QUIM MONZÓ
Refomentar la lectura
La Vanguardia
17|7|2021

A l’Ajuntament de Gijón, el grup municipal del PP ha demanat a l’equip de govern que instal·li, als carrers i les places de la ciutat, bancs amb forma de llibres oberts. No s’instal·larien a qualsevol lloc sinó en punts especialment triats: els més significatius de la ciutat.
L’objectiu d’aquesta simpàtica iniciativa és fomentar la lectura entre la ciutadania, que últimament no llegeix gaire, no sols a Gijón sinó arreu del planeta. I no sols això –fomentar la lectura– sinó, segons explica La Voz de Asturias, “contribuir a la difusió i coneixement de la figura i l’obra dels grans noms asturians de la novel·la, l’assaig, la narrativa curta, el teatre i la poesia”. Abans que els acusin d’apropiar-se d’idees alienes, el PP aclareix que s’han inspirat en la iniciativa londinenca Books about Town, que fa uns anys va impulsar la col·locació d’una cinquantena de bancs amb forma de llibres.
També hi ha bancs d’aquests a Istanbul i a Sofia. A mig món està de moda ara instal·lar bancs amb forma de llibres, uns bancs, per cert, on no t’hi pots asseure còmodament perquè contravenen la norma bàsica que va explicitar Bruno Munari: tot objecte ha de tenir un disseny que n’afavoreixi l’ús, sense filigranes suposadament enrotllades que el compliquin.
Al llarg de la meva ja dilatada vida he vist dotzenes d’idees destinades a promocionar la lectura, però cap de tan idiota com aquesta. ¿Algú es pensa que, per molt que els ciutadans sense interès per la lectura s’asseguin en bancs amb forma de llibre, correran immediatament cap a una llibreria o una biblioteca? No ha funcionat a Londres, ni a Istanbul ni a Sofia. No atabaleu ara, a més, els habitants de Gijón, que prou pena tenen de comprovar cada matí que, a la ciutat on va néixer, Natalia Estrada encara no té l’estàtua que es mereix. Arturo Fernández sí que en té, però a Oviedo, per a més inri.

 

Llegiu també  ----> Bancs (de paners).


 _________________

P.S.: La millor campanya de foment de la lectura que jo hagi vist mai. I resulta que també és asturiana. És (era, que la foto ja té uns quants dies) una parada del mercat d'El Fontán, a Oviedo, també. La foto és de Begoña Abad

 



diumenge, 18 de juliol del 2021

llegir és inventar

El lector fa la cosa.

«També m'agradaria saber entendre què hi ha rere algunes paraules. Poder entendre no allò que llegim ni el que hi ha escrit, sinó allò que diuen. És en moments com ara quan t'adones que llegir és inventar, quan et trobes davant del paper, de la pantalla, i aquelles poques lletres diuen un desert on es pot plantar la casa que es vulgui. I què pots respondre? Tu ets d'aquells a qui agrada plantar torres de cristall fi sota la sorra, o castells de negra llum invisible.»

Víctor Sunyol. Amb Nausica. Labreu, 2019. P. 139.

dissabte, 17 de juliol del 2021

divendres, 16 de juliol del 2021

relectures

 29 de abril de 2012

Giuseppe Tomasi di Lampedusa
EL GATOPARDO

«Cuando los lees más de una vez, son clásicos. Cuando te los vuelves a comprar, es ya una enfermedad»


Entre las moderadas satisfacciones que uno tiene al llegar a cierta edad está el privilegio de volverse a leer un libro después de haber tenido tiempo de olvidarse de él, en la justa cantidad para no sentirse idiota. Yo, por ejemplo, voy por la tercera vez con El Gatopardo, y francamente, la segunda no me acordaba ni de cómo terminaba (aquí también es posible que tenga que ver la edad, pero de otro modo). [...] Comprado y devorado en dos días. El autor, en cambio, se dice que lo escribió en un par de años, cuando tenía casi sesenta, sin que nunca antes hubiera ejercido la profesión de escritor. Cuando el libro salió, en 1958, él ya no estaba allí para disfrutar del espectáculo, porque una muerte prematura y rapidísima se lo impidió.

[...] Han pasado muchos años desde entonces, pero la clara prueba de que es un libro tocado por la gracia no ha abandonado nunca a El Gatopardo. Es difícil que, de una sola vez, se pueda escribir magníficamente una historia maravillosa con la que explicar a la perfección un trozo de la historia de tu país. Conseguir dos de las tres cosas ya sería una proeza...


Alessandro Baricco. Una cierta idea de mundo. Traducció de Carmen García-Beamud. Anagrama, 2020. 


dijous, 15 de juliol del 2021

la meva soferta biblioteca


EDUARDO MENDOZA
Mi sufrida biblioteca
El País
13|5|2016

 

Tengo la costumbre de deshacerme de los libros que he leído. Y también de los que todavía no he leído, si veo que tienen mal pronóstico. El origen de esta costumbre, que muchas personas encuentran bárbara y desalmada, no es intelectual. Durante una larga etapa de mi vida combiné la movilidad con una relativa escasez de medios, con lo que me vi forzado a ir dejando atrás objetos estimados pero no de primera necesidad. Las primeras víctimas de esta emergencia siempre fueron la vajilla y los libros; la vajilla, por su fragilidad; los libros, por su volumen; en ambos casos, por la pesadez de embalar y meter en cajas cosas de tamaños y formas difíciles de acoplar. Total, que acababa tirando platos, vasos y tazas de muy escaso valor, y pilas de libros de un valor material aún más escaso, aunque quizá de mayor valor sentimental. Pero lo bueno de los apuros es que el sentimentalismo desaparece cuando la necesidad aprieta. Fuera libros.

A la tercera o cuarta masacre me di cuenta de que rara vez necesitaba los libros que había tirado y de que, si los necesitaba, los podía volver a comprar. Aparentemente, un gasto doble. En realidad, un considerable ahorro si entra en el cálculo el coste del espacio y el mobiliario. Si el libro que quería recuperar estaba descatalogado, lo encontraba online, en librerías de segunda mano o, a las malas, en alguna biblioteca pública. Y si todo esto fallaba, siempre me quedaba la solución de encogerme de hombros y pasar a otra cosa. La vida está llena de frustraciones y renuncias y no poder releer un libro, habiendo tantos, no es gran tormento.

La práctica me enseñó que los sentimientos, como al parecer ocurre con otras prolongaciones del cuerpo humano, se recomponen. En mis sucesivas viviendas no había libros, pero procuraba que no faltaran las flores, otro artículo entrañable que, a diferencia de los libros, lleva incorporada la fugacidad. Más tarde, cuando alcancé cierto grado de estabilidad, acumulé algunos libros, pero no perdí la higiénica costumbre de desprenderme de la mayoría. Una pared limpia no me parece menos acogedora que una pared cubierta de estanterías. Y por lo que se refiere a la utilidad de una biblioteca personal, lo considero nulo o poco menos. He visto bibliotecas personales especializadas, arduamente construidas a lo largo de toda una vida, que luego alguna institución pública se aviene a heredar de mala gana. Salvo estos casos contados, una biblioteca personal es un mapa confuso del peregrinaje intelectual de su dueño: cambios bruscos de gustos o intereses, propósitos abandonados, palos de ciego y una buena dosis de azar. A lo sumo, testimonio de una cierta solidez de criterio, de amplitud de miras, de cultura general. Antiguamente, el que nacía en una casa provista de una biblioteca, tenía a su alcance un territorio por explorar.

La biografía de algunas personas de mérito incluye el episodio de descubrimientos venturosos. Pero como pasa también en otros aspectos del desarrollo juvenil, lo que uno tiene en casa suscita menos interés que lo que hay en la casa del vecino. En mi caso, recuerdo haber sentido curiosidad por libros que veía en bibliotecas ajenas, pero no en la que habían hecho mis padres. Quizás sí que soy un desalmado. La gente normal siente apego por sus libros, como por sus amigos. Yo también, pero a mi modo. Por más afecto que les tenga, no me gustaría convivir con ellos. Prefiero perderlos de vista, reencontrarlos, comparar lo que el paso del tiempo ha cambiado en cada uno. Hay algo morboso en releer un libro que lleva años envejeciendo ante mis ojos. Prefiero volver a comprarlo, nuevo, con el papel blanco, bien encuadernado, sin una mota de polvo, como la primera vez que lo leí. Hasta entonces, todos los libros que he leído, siguen en mi memoria. La inmensa mayoría, aparentemente olvidados. No importa. Soy lo que ellos me aportaron en su momento. Y también pueden reaparecer de repente, con una claridad deslumbrante, como si los acabara de leer.


dimecres, 14 de juliol del 2021

el que déu ha unit, que no ho separi gutenberg


«Fa uns mesos el meu home i jo vam decidir ajuntar els nostres llibres. Ens coneixem des de fa deu anys, n'hem viscut sis de junts, i cinc de casats. Les nostres tasses desaparellades han conviscut amigablement; ens hem posat les samarretes indistintament, i quan ha convingut, els mitjons; i les nostres col·leccions de discos ja fa molt de temps que es van barrejar sense incidents; els meus motets de Josquin Desprez conviuen amb Worst of Jefferson Airplane d'en George. Vam creure que per a l'enriquiment de tots dos. Però les nostres biblioteques s'han mantigut separades, la meva majoritàriament a l'extrem nord de l'àtic, la seva al sud.

Vam arribar a la conclusió que no tenia cap mena de sentit que el meu Billy Budd s'esllanguís dotze metres enllà del seu Moby Dick, però cap dels dos no va moure ni un sol dit per ajuntar-los.

Ens vam casar casar en aquest àtic contemplats pels Melvilles de cadascú, col·locats en quarantena. La promesa de l'amor en la riquesa i en la pobresa, en la malaltia i la salut -i fins renunciant a tota la resta- no va ser cap problema, però fou un gran què, que El llibre d'oracions no digués res sobre casar biblioteques i llençar-ne els duplicats. Això hauria estat una promesa molt més solemne, i, probablement, hauria estat la causa que el casament hagués quedat en un punt mort.»


Anne Fadiman. Ex-libris: confessions d'una lectora. Eumo, 2000. Traducció de Carlota Torrents.

📖📖📖

«Després hi havia la qüestió dels llibres. L'Stefan havia suggerit que ajuntéssim els seus i els meus, però llavors jo vaig dir, amb gran sorpresa per a mi mateixa: «No, vull mantenir els meus llibres separats». Ell es va posar ben vermell i va callar. Vaig veure que l'havia ferit i el meu primer impuls va ser retirar el que havia dit, però no era un impuls absolut i el vaig passar per alt. Al despatx només hi va continuar havent els meus llibres, però ja no m'agradava mirar-los. Quan m'asseia al balancí i buscava amb la mirada alguna cosa per llegir als prestatges, sentia un dolor apagat en recordar l'esforç que havia fet l'Stefan per muntar les lleixes i ajudar-me a col·locar-hi bé els llibres. El dolor que sentia em feia difícil llegir i fins i tot pensar en aquella habitació.»


Vivian Gornick. Vincles ferotges; La dona singular i la ciutat: dos llibres de memòries. Traducció de Josefina Caball. L'altra, 2017. P. 135.


dimarts, 13 de juliol del 2021

un any i cinc mesos després

 


Avui, a les set del vespre, al pati del darrera de la biblioteca —que és particular—, ens tornarem a veure les cares en rigorós directe —directe directe, no el de la tele; el de debò, el de carn i ossos—, un any i cinc mesos després de l'última trobada presencial. Gran content.

 

dilluns, 12 de juliol del 2021

contaminació editorial


Ignoro si le pasa a alguien más, pero de un tiempo a esta parte los libreros solo me regalan marcapáginas de libros malos. Seguro que se quieren deshacer de ellos y me entregan cualquiera que promocione novelas históricas o sagas de no sé qué cosa. Tienen títulos rimbombantes, dibujos feos y frases que aseguran aventuras de las que tampoco me quiero enterar. Lo que me gustaría saber, muy por el contrario, es dónde esconden los marcapáginas que anuncian libros buenos. Al menos yo, desde hace meses que no los veo. Por último alguno que anuncie obras o poemas clásicos, que no serán una novedad, pero que uno guardaría con gusto. Vidas paralelas, Las nubes, Gargantúa y Pantagruel, cualquiera de esos los usaría encantado y hasta los coleccionaría con un ánimo fetichista que últimamente dejo para los calcetines de algodón orgánico. Esos rectángulos de cartón que en teoría promocionan libros buenos —no los he visto ni de lejos, pero me aseguran que hay alguno de Carlos Cociña y otro de Elvira Hernández dando vueltas por ahí— servirían para marcar dónde dejé la lectura y, de paso, para hacer filiaciones: un libro de Lira con un marcador de Lihn, una novela de Guebel con uno de Borges y, un par de hojas más adelante, otro de Davis. Es tan útil, ya lo ven, que hasta se podría hacer crítica doméstica.

Al final, hago lo de siempre y doblo las esquinas de las hojas. Por arriba si quiero marcar dónde quedé o por abajo, si necesito recordar una página sobre la que volver más tarde. Soy incapaz de usar el marcapáginas de un libro o un escritor que no me gusta. Después de mirarlo por lado y lado, sin saber muy bien qué hacer, termino levantando los hombros y tirándolo a la basura. Y como siempre con malos, ya debo llevar dos o tres árboles talados por culpa del inútil que, desde su oficina dedicada a la contaminación editorial, decide cuál será el próximo marcador por imprimir. Tampoco lo digo por capricho. Usar durante días, si es que no semanas, el marcador de un libro malo es casi como llevar una chapita en la solapa de una causa que uno no comparte. Si ahora pusiera entre las páginas del libro que leo —un policial estupendo de Elliott Chaze— un marcador de Gonzalo Contreras sería un despropósito, un acto de traición, puro pragmatismo literario que, como cualquier pragmatismo, conduce derechito al sobrepeso o a la derrota moral.

No sé si la Honorable Cámara de Diputados me acompañe en esto, pero creo que todo lector tiene derecho a exigir un marcapáginas que no lo humille. O incluso, que lo represente. Cada vez que un librero —el mío tiene buen gusto y hasta me invita a fiestas, pero eso no implica que me entregue marcadores decentes— cuele entre las páginas del libro recién comprado un rectángulo infame, uno debiera poder citar el Código Civil en voz alta —artículo tanto, inciso tanto— y exigir respeto. O, al menos, un buen descuento.

Dejo la idea sobre la mesa.


Gonzalo Maier. «Dos o tres árboles menos». A: Leer y dormir. Minúscula, 2021. 39-42.


diumenge, 11 de juliol del 2021

esporga


«Faig neteja de llibres cada primavera i llenço els que no tornaré a llegir, de la mateixa manera que llenço roba que no em tornaré a posar. Tothom se'n fa creus. Tinc amics peculiars, pel que fa als llibres. Llegeixen tots els best sellers, se'ls empassen tan de pressa com poden —em sembla que se'n salten molts trossos. I MAI no llegeixen res una segona vegada, amb la qual cosa al cap d'un any no recorden ni una sola paraula del que han llegit. Però se'n fan moltes creus quan veuen que tiro un llibre a la paperera o que el dono. De la manera que ells s'ho miren, et compres un llibre, te'l llegeixes, el poses al prestatge, no el tornes a obrir mai més de la vida però NO EL LLENCIS! NO SI ÉS DE TAPA DURA! ¿Per què no? Jo, personalment, no puc pensar en res menys sacrosant que un mal llibre o fins i tot un llibre mediocre».

Helene Hanff. 84, Charing Cross Road. Traducció de Puri Gómez Casademont. Empúries|Anagrama, 2002. P. 64.


dissabte, 10 de juliol del 2021

en senyal de respecte

 

El editor del Novy Mir empezó a leer un ejemplar de prepublicación de Un día en la vida de Iván Denisovich en la cama.

Pero quedó tan impresionado que no solo se levantó sino que se puso un traje y una corbata para terminar de leerlo con lo que consideró que era el debido respeto.


David Markson. Esto no es una novela. Traducció de Laura Wittner. La Bestia Equilátera, cop. 2013. P. 153.

 

divendres, 9 de juliol del 2021

l'hàbit no fa el monjo, representa

 

Hemingway estudiava, com a models, les novel·les de Knut Hamsun i d'Ivan Turguénev. Resulta que Isaac Bashevis Singer també va triar Hamsun i Turguénev com a models. Ralph Ellison estudiava Hemingway i Gertrude Stein. A Thoreau l'entusiasmava Homer; a Eudora Welty l'entusiasmava Txékhov. Faulkner va parlar de l'agraïment que sentia envers Sherwood Anderson y Joyce; E.M. Forster, del que sentia envers Jane Austen i Proust. Per contra, si preguntes a un poeta de vint-i-un anys quin autor de poesia li agrada, potser et dirà sense enrojolar-se: «Cap». En la seva joventut, encara no ha entès que als poetes els agrada la poesia i que als novel·listes els agraden les novel·les; a ell només li agrada el personatge, el fet d'imaginar-se amb un barret. Jo crec que Rembrandt i Shakespeare, Tolstoi i Gaughin, posseïen cors vigorosos, no pas voluntats vigoroses. Adoraven la gamma de materials que feien servir. Les possibilitats de l'obra els engrescaven; les complexitats de la seva disciplina els estimulaven la imaginació. L'afecte suggeria les tasques; les tasques suggerien els horaris. Van aprendre la seva disciplina i després la van estimar. Van treballar, respectuosament, esperonats pel seu amor i pel seu coneixement, i van produir obres complexes que perduren. Llavors, i només llavors, el món els va voler posar alguna mena de barret, el qual, si encara eren vius, van ignorar tan bé com van poder per continuar dedicant-se a la seva feina.

 

Annie Dillard. Viure escrivint. Traducció d'Alba Dedeu. L'altra, 2021. P. 98-99.


dijous, 8 de juliol del 2021

l'escriptor català no està d'humor


VICENÇ PAGÈS JORDÀ
L'escriptor català no està d'humor
arabalears
2|7|2021

Tothom té motius per estar malhumorat: els estralls del covid, la precarietat laboral, l’abús de poder, el preu de la llum, el pas del temps... Però, de tots els col·lectius, el més malhumorat que conec és el dels escriptors catalans. Les causes són estructurals i històriques, que és com dir que resulta difícil escapar-se’n.
En termes d’implantació i d’autoestima lingüística, el franquisme va equivaldre a una Decadència, i la Transició va poder semblar una Renaixença. Les expectatives eren altes, però de mica en mica hem caigut de l’escambell. Som pocs, però no com els suecs, perquè vivim en un país oficialment bilingüe. Som bilingües, però no com els belgues, perquè les dues llengües no tenen el mateix estatus, sinó que la forta està més protegida. Estem repartits en territoris que s’observen amb recel, i en gèneres i generacions que desconfien els uns dels altres. Afegim-hi dues bombolles: la importància estratègica de Barcelona en relació amb la resta del territori (si bé a les grans llibreries de la capital no hi predominen els llibres en català), i la instrumentalització de la literatura al servei del discurs polític. Encara ara, escriure en català pot ser considerat una decisió més política que escriure en una altra llengua, una consideració que fa sospitosa la literatura catalana en conjunt, sobretot entre la gent indocumentada.

Els responsables de la situació queden una mica lluny. No em refereixo només a Franco, sinó també a Felip V, a Vicent Ferrer (que ens va fallar quan va votar pels Trastàmara) o a Martí l’Humà (que no va complir la primera exigència d’un rei, que és tenir fills de sobres). Com que no som a temps de retreure’ls res, busquem dipositaris del nostre mal humor que siguin més a mà: el jurat que no ens premia, el periodista que no ens entrevista, l’antòleg que ens oblida, la universitat que no ens convida, el crític que no ens lloa, el llibreter que no ens promociona, el polític que no ens ajuda, el ciutadà que no ens llegeix.

El gregarisme de l'autor català

L’escriptor, que té com a raó de ser el silenci i la solitud, si és català mostra una tendència accentuada al gregarisme. Com la Màfia i l’OTAN, que van néixer com a moviments defensius, l’escriptor català se sent més protegit si forma part d’un grup. La debilitat estructural es troba a l’origen de la multiplicació d’associacions, penyes, tertúlies, capelletes, clubs, lobis i sindicats d’escriptors catalans... Com que la solidesa de l’obra no garanteix l’èxit, cal inscriure’s en entitats d’ajuda mútua que tinguin més en compte les coincidències que les diferències. Ara bé, aquestes entitats estan condemnades a una competència ferotge entre si, de manera que els inconvenients poden neutralitzar els avantatges. Com succeeix dins l’independentisme, hi abunda el foc amic.

La pitjor companyia per a un escriptor ferit i ofès és un altre escriptor ferit i ofès, perquè quan es troben la cosa més probable és que es lamentin per torns de com són tractats, i que en acabat s’acomiadin amb una mirada tèrbola. La millor companyia per a un autor és un lector, però –ai, las!– cada dia costa més trobar lectors que no escriguin.

Si voleu ajudar un escriptor recomano, en aquest ordre:

1. Comprar-ne els llibres.

2. Llegir-ne els llibres.

3. Comentar-li els llibres.

Comentar-los-hi sense haver-los llegit és contraproduent, i llegir-los sense haver-los comprat no contribueix a consolidar-lo com a escriptor. Comentar-los-hi sense haver-los comprat serveix per enfortir-li l’autoestima, però no té efectes en el compte corrent.

La millor manera de molestar un escriptor és:

1. Confondre’l amb un altre escriptor.

2. Preguntar-li com és que tarda tant a publicar un altre llibre.

3. Elogiar de manera genèrica els seus llibres de manera que entengui que no n’hem obert ni un.

Si no hem llegit cap llibre seu, la millor cosa que podem fer és no tractar-lo com a escriptor, tret que vulguem contribuir a aquell nyigo-nyigo sinistre que consisteix a assegurar-li que el que fa és important per al col·lectiu si bé a nosaltres personalment ens importa un rave. Per la mateixa raó, si no tenim ni idea del que ha fet últimament no cal preguntar-li com és que tarda tant a publicar. És possible que no ens haguem assabentat que ha llançat un llibre i, en canvi, el pressionem perquè escrigui. Això, benvolguts lectors, molesta una miqueta.

Privilegis d'una altra època

Dècades enrere molts escriptors catalans treballaven a La Caixa o eren professors d’institut, dues feines sense glamur. Avui, aquelles ocupacions que menyspreàvem anys enrere són vistes com a privilegis propis d’una altra època, i alguns escriptors joves es veuen a si mateixos com aquell personatge de La vida es sueño que s’alimentava de les herbes que un altre rebutjava.

És una feinada digerir amb dignitat la combinació maligna d’escassesa demogràfica, bilingüisme asimètric, Estat antipàtic i índexs de lectura reduïts. La conseqüència d’aquests límits és que el mercat no absorbeix les propostes literàries de qualitat i, en conseqüència, la susceptibilitat no deixa d’augmentar. En contrast amb el mal humor, sovint s’imposa la resposta contrària, que potser és més perversa i que em fa pensar en una escena de La mar rodona, de Sebastià Perelló, en què per curar una ferida oberta s’hi tira sucre.


dimecres, 7 de juliol del 2021

dones d'escriptors

 

[...] Felice Bauer, la pequeña mecanógrafa, como la llamaba Kafka. [...] Una figura sentimental que une la escritura y la vida. La mujer perfecta en la perspectiva de Kafka (pero no sólo de él) sería entonces la lectora fiel, que vive su vida para leer y copiar los manuscritos del hombre que escribe.

Se trata de una gran tradición: basta pensar en Sofía Tolstói, que copia siete versiones completas de La guerra y la paz (al final pensaba que la novela era de ella y empezaron los conflictos brutales con el marido). Hay que leer su diario y el de Tolstói. La guerra conyugal.

Y si seguimos con las lectoras-copistas rusas, podemos recordar la historia de Dostoievski, que Kafka conocía muy bien. Ese momento único (sobre el que Butor escribió un bellísimo texto) en que, apremiado por sus deudas, debe escribir al mismo tiempo Crimen y castigo y El jugador (uno a la mañana y otro a la tarde) y decide contratar a una taquígrafa, Anna Giriegorievna Snitkine. Entre el 4 y 29 de octubre de 1866 le dicta El jugador y el 15 de febrero del 1867 se casa con ella, luego de pedirle la mano el 8 de noviembre: una semana después de terminar el libro y un mes después de haberla conocido. Una velocidad dostoievskiana (y una situación kafkiana). La mujer seducida por el simple hecho de ver la capacidad de producción de un hombre. La mujer seducida mientras escribe lo que se le dicta.

Y está Véra Nabokov. La sombra rusa, la mujer que anda con un revólver para proteger al marido, su «ayudante» en las clases en Cornell (ésa es la palabra que usa Nabokov al presentarla) y, sobre todo, la copista, la que copia interminablemente los manuscritos, la que copia una y otra las fichas donde su marido escribe la primera versión de sus novelas. Y, además, la que escribe en su nombre las cartas. En la biografia se Stacy Schiff, Véra, se puede ver cómo se construye esa figura simbiótica de mujer-de-escritor, de mujer-dedicada-a-la-vida-del-genio. Véra escribe como si fuera su marido. Ocupa, invisible, su lugar. Escribe en lugar de él, por él, y se disuelve.

La inversa, desde luego, es Nora Joyce, que se niega a leer cualquier página de su marido, ni siquiera abre el Ulysses, ni siquiera entiende que la novela está situada el 16 de junio de 1904 como recuerdo del día en que se conocieron. Nora se sostiene en otro lugar, muy sexualizado, al menos para Joyce. Eso es visible en las cartas que él le escribe. (Las cartas de Kafka a Felice son iguales a las de Joyce en un punto: le ordenan por escrito a la mujer lo que debe hacer, e incluso a veces lo que debe decir y pensar. La escritura como poder y disposición del cuerpo de otro. Otra forma de bovarismo: la mujer debe hacer lo que lee.)

Pero Nora es la musa, es Molly Bloom. Otra idea de mujer. Otro tipo de vampirismo funciona ahí. En todo caso, para Joyce el copista era...Beckett, que fue su secretario en París durante varios meses.

La mujer-copista y la mujer-musa: mujeres de escritores. La mujer fatal que inspira y la mujer dócil que copia. O dos tipos distintos de inspiración: la que se niega a leer y la que sólo quiere leer. Dos formas de la esclavitud. De hecho, Nora es la sirvienta de Joyce (y había trabajado como criada en un hotel de Dublín). En todo caso, las dos son criadas. Como la que cruza en el final de «La condena». O, mejor, como la criada a la que le muestra que se ha pasado la noche escribiendo.

También en Borges hay mucho de eso. En su relación con las mujeres como lectoras, primero está el vínculo con la madre. Y luego la serie de mujeres-secretarias que le copian los textos (recordemos que Borges era ciego).

Todos los escritores son ciegos —en sentido alegórico a la Kafka—, no pueden ver sus manuscritos. Necesitan la mirada de otro. Una mujer amada que lea desde otro lugar pero con sus propios ojos. No hay forma de leer los propios textos sino es bajo los ojos de otro...


Ricardo Piglia. El último lector. Anagrama, 2005. P. 68-71.


dimarts, 6 de juliol del 2021

llibres ¿frescos?

 

ISABEL SUCUNZA
Llibres ¿frescos?
elPeriódico
29|6|2021

L’etiqueta sol recaure fàcilment en llibres amb protagonistes amb certa gràcia per riure’s de les seves pròpies desgràcies i per torejar el fet de ser uns inadaptats

 

A la llibreria, cada any comprovem com els dies previs a les vacances d’estiu augmenta la demanda de llibres de dos tipus: un, els totxos; i dos (quina ràbia aquest adjectiu que posaré ara), els «frescos».

La definició de totxo és fàcil perquè es basa en una qualitat física: qualsevol llibre que passi més o menys de les 300 pàgines ho seria. A l’etiqueta de «frescos», en canvi, tot i que la sol posar el departament de promoció de la mateixa editorial o sol anar firmada per l’escriptor o ‘influencer’ poc inspirat, a qui li han encarregat alguna frase per a la faixa del llibre en qüestió, juga molt la percepció de cada lector.

L’etiqueta «fresc» sol recaure fàcilment en llibres amb protagonistes amb certa gràcia per riure’s de les seves pròpies desgràcies i per torejar el fet de ser uns inadaptats, però ¿seríeu capaços de llegir-vos qualsevol novel·la de Santiago Lorenzo, sense plantejar-vos en cap moment si darrere d’això que us fa riure no hi ha un nivell de tristesa i de societat espatllada molt bèstia?

Aquests últims mesos penso sovint en aquesta qualitat de «frescor» referida a la literatura, perquè no hi ha setmana que no vingui algú demanant-ne un, dos, tres o directament tota la col·lecció dels Petits Plaers de Viena Editorial. Tant la imatge com el nom d’aquesta biblioteca, impecable referent a l’elecció de títols com d’autors, juguen molt la carta del llibre «refrescant», cosa, que mola perquè es compren com caramelets i es llegeixen, segons ens expliquen els lectors, amb un somriure als llavis. No obstant, són llibres les històries dels quals tenen una part ben dura: Henry James és el rei de la part fosca de la bretxa social i Françoise Sagan, la del rebolcar-se en una melancolia insana i recurrent, per nomenar-ne dos. 
Dic que mola que, d’alguna manera, portin aquesta etiqueta: pot ser que això vulgui dir que la frescor, en la literatura, no té perquè ser sinònim de frivolitat sinó d’una cosa que al confrontar-nos amb nosaltres mateixos, al confrontar-nos amb el món, ens fa sentir bé; igual que quan sortim del gimnàs després d’haver-nos fotut una sobirana pallissa.

dilluns, 5 de juliol del 2021

llegir per llegir

22 de enero de 2012

Edmond y Jules de Goncourt
LA MUJER EN EL SIGLO XVIII
«En teoría lo compré porque quería saber un poco más sobre un siglo que me fascina. Sin embargo, después he acabado usándolo como una medicina.»

De vez en cuando, en la escritura hay también cierta forma de elegancia pura, carente de ingenio pero repleta de maestría, que lleva al lector a un deleite absolutamente peculiar, incluso vacío, como pasar los dedos por una superfície lisa o contemplar, tumbado, un río que corre. Ni siquiera importa tanto lo que se está leyendo, es un placer sutilmente físico ocasionado por la simple colocación de la escritura en el espacio, por la levedad de sus movimientos, por el sonido cristalino que produce al rebotar en la mesa de mármol de nuestra atención. Se lee no tanto para aprender, ni tampoco para poder uno entretenerse de un modo inteligente, se hace para dejar que la prosa impregne un cansancio, un fracaso o una derrota personales, aliviando el resquemor y limpiando la herida. Así, leemos por el simple placer de la lectura, y para salvarnos...


Alessandro Baricco. Una cierta idea de mundo. Traducció de Carmen García-Beamud. Anagrama, 2020. 


diumenge, 4 de juliol del 2021

de les vegades que he estat al pantheon i de les coses que hi he après

Marc Vicens

«La primera vegada que vaig anar a Roma va ser perquè el pare era guia turístic. Es dedicava a dur excursions en autocar que duraven aproximadament una setmana i que s'assemblaven a les peripècies que es descriuen en aquella delícia de pel·lícula, Si avui és dimarts, això és Bèlgica. És a dir, havies de consultar el full de ruta per saber en quina ciutat estaves. Reocordo que, de Roma, vaig conèixer el Colosseo, per descomptat, i també la Piazza Navona. I que em vaig perdre a la plaça de Sant Pere: havia quedat amb el pare al bell mig de la columnata, però, com que feia fred, vaig a anar a fer el primer capuccino (vull dir el primer capuccino de la meva vida) en un bar de Via della Conciliazione, sense avisar. Era una època sense telèfons mòbils i no oblidaré mai la seva cara de desconsol (i també de felicitat extrema, tot alhora) en el moment en què em va trobar. L'alegria va ser superior al desig del càstig, d'altra banda ben merescut. Bé, de fet, explico tot això per referir-me al Pantheon, la casa de tots els déus, que és del que volia parlar. El pare mai no ens n'havia dit res. Segur que sabia que hi era, perquè el seu coneixement sobre la Roma antiga i la Roma barroca era prou extens, però mai no en va parlar. Amb els meus germans encara no sabem per què. Potser perquè, en aquells dies, i en atenció a la velocitat amb què es visitaven els objectius turístics, no hi havia temps per a joies tan delicades com aquest monument de fa més de vint segles, ara reconvertit en la basílica de Santa Maria ad Martyres, tot i que, si he de dir la veritat, és l'església més pagana que he vist mai. Per molt que hi hagi un altar i s'hi diguin misses catòliques, la contundència de la història, el pes enorme de la mola romana, fan que el Pantheon sigui tota una altra cosa.

¿I què és? Hi ha opinions per a tots els gustos. És, a primera vista, una cita inexcusable (ara sí) per a milers de turistes. O bé tenen més temps que aleshores o bé han descobert que la construcció de Marcus Vipsanius Agrippa, del segle I aC, és un reclam de primer ordre. A l'atri exterior, s'hi acumulen romans vestits de cèsars i legionaris que es deixen fotografiar (si pagues) i tot de paradetes amb els habituals souvenirs. També és un refugi per a nostàlgics monàrquics. Les dues tombes dels Savoia, Umbert i Margarida, estan custodiades per uns personatges estrafolaris que tenen, en un carreró de la via que va de la Piazza della Minerva a la Piazza della Rotonda, una petita habitació on es canvien: de la roba de carrer passen a un vestit vagament militar, amb capa i capell ostentosos.

El Pantheon és, per a uns quants, una font de saviesa. Jo soc un d'aquests. Dit així, hom pot pensar que exagero. I el problema és que és més que això. És una sensació de placidesa, la que transmet el Pantheon, d'absoluta conjunció dels astres, de lligam amb els avantpassats, de comunió espiritual. Per pensar que no estic boig o que no m'he empassat massa manuals d'autoajuda, tinc al meu favor el testimoni d'algú tan assenyat com Eduardo Chillida. Ell deia que, al món, hi ha tres espais interiors que transmeten una mena d'aura mística: el Pantheon, Santa Sofia de Constantinoble i la catedral de Girona. Empènyer la porta de bronze del Pantheon, a quarts de nou del matí, que és quan l'obren, ajudar el vigilant en una tasca tan feixuga (la porta és gegantina), és una experiència única. O entrar-hi perquè sí, sense buscar res més que observar l'òcul, deixar-te absorbir per la llum que hi penetra, estar-te una estona contemplant l'harmonia de la cúpula, la persistent perfecció de la forma. Tot això és el Pantheon.

I, després, hi ha la tomba de Rafael.
Me la va ensenyar, per primer cop, Modest Prats.
Va passar per alt, com és obvi, els túmuls monàrquics majestuosos i excessius, de marbre negre, i, després de fer que m'extasiés amb l'espai, em va acompanyar fins allà on reposa el pintor de Sanzio. Hi ha una corona de llorer (em penso que feta de bronze) i dos coloms que pengen de l'arc, daurats, i que sembla que s'entretinguin, volant, sobre les despulles del pintor («ossa et cineres»). Hi ha, gravades en relleu al marbre vagament rosat, dues garlandes també de llorer i, sobretot, hi ha el dístic de Pietro Bembo, el cardenal i poeta humanista que va ser un dels artífexs primers de la llengua italiana. Diu: «ILLE HIC EST RAPHAEL TIMUIT QUO SOSPITE VINCI / RERUM MAGNA PARENS ET MORIENTE MORI». El problema, per a mi, va ser quan Modest Prats, sorneguer, em va demanar que el traduís. El meu llatí, paupèrrim, no arriba per tant. Com a molt, vaig saber dir «aquí jau Rafael», que és el fragment més evident del primer vers. Ell, savi, em va fer tota mena de dissertacions sintàctiques i, a diferència de la traducció en espanyol d'estar per casa que hi ha en un plafó informatiu, va dibuixar una versió que més o menys diu així: «Aquí jau Rafael. Mentre va ser viu, la natura va témer de ser vençuda per ell; quan va morir, va pensar que amb ell moriria». No recordo del cert si va dir «vençuda» o «substituïda», però el fet és que aquell brevíssim poema va servir per acolorir un viatge que, en certa manera, va ser iniciàtic. Vam acabar-lo a Nàpols, en un teatre on un actor napolità indescriptible, Peppe Barra, feia de Nerone, exagerat i barroc, ampul·lós, divertidíssim. Quan va acabar la funció, vam confessar al seu representant que no havíem entès gairebé res del text. Ell, romà, ens va dir: «Jo tampoc».

L'havíem començat a Roma, aquell viatge. Mai no havia vist Roma amb tanta intensitat, i mai més no l'he tornat a veure així. Abans, hi havia el record infantil i poderós del pare; després, hi ha hagut desenes de viatges amb la Bet, la Clara, en Joan i la Laia, els meus fills, i amb amics. Amb persones que estimo. En aquell viatge amb en Modest vaig aprendre molt. I recordo que també vam fer broma del «Regnum Magna Parens», la gran mare de totes les coses, perquè era just l'època —l'any 1990— en què Saddam Hussein proclamava que érem davant «la mare de totes les batalles».

No sé si he transmès gaire res als meus fills. És molt difícil de valorar. ¿Uns principis? ¿unes lectures? ¿una manera de veure el món? Potser sí. O potser no. En tot cas, el que és segur és que han après el dístic de Bembo. Va ser un dia entre Nadal i Cap d'Any, ara fa quinze anys. Érem, amb l'Anna, la seva mare, davant del Pantheon. Vam entrar i, de seguida, els vaig agafar i els vaig dur davant la tomba de Rafael. Ens hi vam estar una bona estona. Els dies següents, com que l'hotel, l'Albergo Santa Chiara, era a tocar d'aquell enorme mur cilíndric de la Rotonda, anéssim on anéssim sempre hi havia un moment per tornar a entrar al Pantheon, per deixar que ens tornés a fascinar i per llegir de nou l'homenatge pòstum. Al cap d'uns anys, la Clara, una de les grans, em va repetir per telèfon, mentre jo era davant per davant de l'edifici fet construir pel fill de Lucius mentre era cònsol, la traducció que jo li havia ensenyat. Els altres, tots tres, també se la saben. No hi ha cosa que m'emocioni més al món. Perquè és l'únic ensenyament tangible que sé que els he llegat i perquè no es pot dir més de l'art i de la saviesa en tan poc espai. Cada vegada que hi he tornat (i n'han sigut unes quantes) he experimentat la barreja entre l'emoció estètica i la vivència personal. I cada visita al Pantheon representa una mena de renovació d'uns vots —laics, això sí—, un ritual de fidelitat a les coses essencials.

En recordo les últimes. L'any que en vaig fer seixanta, els fills em van regalar una estada a Roma. Hi vam arribar un dissabte molt d'hora. Sense ni tan sols passar per l'apartament on havíem de dormir, molt a prop de la Rotonda també, res, dos minuts, vam anar al Pantheon. Vam ser els primers, com tantes altres vegades. Ara, ja no et deixen empènyer la porta, però la sensació d'entrar-hi sense ningú és impagable. Poc més tard, hi vaig tornar amb uns amics, els de sempre, amb els mateixos rituals, la mateixa posada en escena, la mateixa reverència. En aquestes dues visites, com que «vivíem»  a prop, vam acabar la nit davant de l'edifici il·luminat, amb poca gent, i amb una lluna similar, en tots dos casos; una escenografia magnificient que, de fet, més enllà dels gintònics i la conversa, potser t'ensenya el secret més poderós que fa que el Pantheon sigui tan reverenciat. Se't planta allà al mig, amb el brogit de cada dia, amb la calma nocturna o amb la insistència d'un camió d'escombraries que sembla que estigui fent una gimcana. Sense haver de recórrer quilòmetres o d'anar a parar al parc temàtic d'unes ruïnes amb visita guiada. El Pantheon és imponent perquè és proper, perquè forma part de la vida de la ciutat, perquè és tan ciutadà com les cantonades o els comerços o els restaurants.

Recordo que anys abans, la Carme, amb qui he viscut moltes de les mirades d'aquest llibre, havia plorat sota l'òcul. Em va corprendre, perquè era l'evidència notòria de l'emoció. Sense cap tipus d'explicació, sense intermediaris, sense obsedir-se, com tants turistes, per la foto. Només la contemplació de l'espai, aquell magnetisme de segles. La presència d'alguna cosa superior a les nostres forces. Va plorar d'una manera sobtada, sense prevencions, sense càlcul, només enlluernada per la magnificència sumptuosa i alhora tan senzilla. La perfecció de les formes necessàries. Plovia i les gotes descendien de l'òcul com una fràgil cortina. L'aigua s'escolava per les escletxes que hi ha al terra. La Carme tenia els ulls enrogits, com també els va tenir, anys després, a la Capella dels Scrovegni.

El Pantheon és una construcció humana, com aquell art de Rafael que suplanta la natura, va més enllà de l'evidència, crea un nou referent. S'interroga i ens interroga. Un art que posa en perill la pròpia existència de la gran mare de totes les coses i de tots els seus fills. Que forma part de les nostres vides i que ens obliga a una mirada diferent. Compartida o solitària. Sortint del Pantheon, per cert, em penso que encara es pot anar al Settimio a menjar uns espaguetis amb sostre de tòfona blanca i un polsim de pecorino. No es pot exigir res més. Ni a l'art ni a la vida.»

 

Josep M. Fonalleras. «De les vegades que he estat al Pantheon i de les coses que hi he après». A: Tot el que hi veig. Il·lustracions de Marc Vicens. L'Avenç, 2020. P. 11-18.

 

dissabte, 3 de juliol del 2021

tot el que hi ha sabut veure

Regarde de tous tes yeux, regarde
Jules Verne. Michel Strogoff
2a part, cap. 5

 

MONTSERRAT SERRA
Josep M. Fonalleras: “Hi ha el que hi he sabut mirar”
Vilaweb
31|1|2021


Tot el que hi veig (Llibres de L’Avenç), de l’escriptor Josep M. Fonalleras (Girona, 1959), és un aplec de proses que tenen en comú l’experiència de l’art gaudida, sensorial, viscuda, acumulada, compartida, enxarxada, esperó per a la creació d’una obra pròpia, conquesta de l’escriptura creativa. El llibre parla de contemplació i de moments especials davant obres artístiques i d’una manera de viatjar plaent, on també es necessita el passeig, el menjar, la bona companyia. Potser tot això es podria resumir en una frase del llibre, quan Fonalleras escriu: “És curiós com s’acumulen i s’encadenen les vivències a partir del record d’una contemplació.”

Originàriament, eren uns textos que van sortir publicats a la revista L’Avenç el 2009. Núria Iceta, l’editora, va insistir perquè Fonalleras els revisés i els completés, a fi de convertir-los en un llibre. En va eliminar alguns, va retocar els altres i en va afegir de nous. La meitat són nous...



Escolteu també(D)escriure l'art: tot el que hi veu Josep M. Fonalleras. Ciutat Maragda. 23|1|2021.


divendres, 2 de juliol del 2021

passatge guillem agulló, 08500 vic

 


Petit passatge que va del carrer de Sant Pere a la plaça Santa Cecília,
al costat del teatre de l'Orfeó.


dijous, 1 de juliol del 2021