Dividid vuestras librerías por áreas culturales. Divididlas por nacionalidades: literatura italiana, francesa, alemana, hispano-americana. Separad los clásicos griegos y latinos de la poesía, la gráfica de la crítica, organizad el saber por materia escolástica (historia, filosofía, ciencia, arte, teatro, cine...¡qué aburrimiento!). Podéis quedaros con el orden alfabético, por autor, cronológico, cromático (qué horribles los anaqueles de Adelphi en tonos pastel, colocados los libros en degradado desde el verde inglés hasta el marfil...¡Y esas filas de azul Sellerio! O las cadavéricas de los Supercoralli de Einaudi...). Reagrupad vuestros libros según el formato o la editorial, que queda tan de revista de decoración, o por áreas semánticas, que queda muy de profesora democrática. O por altura (!), lo que os convertirá en enanos del sagrado arte del desorden libresco.
Pero a mí dejadme el perfecto desorden. Dejadme alternar cuidadosamente libros altos con otros más bajos, filas de libros en vertical con otras en horizontal; dejadme acumular mis libros sobre libros, junto a libros, bajo libros, nietzscheanamente, Más allá de los libros del bien y del mal, Barion Editor, 1924, ejemplar amarillento, un poco manchado...Dejadme mi único método que es no tener método, procediendo absolutamente al azar, apilando los libros unos sobre otros, según se adquieren (o se roban, cosa que ocurre a menudo), amontonándolos por estratos bibliogeológicos, rellenando huecos, nichos, intersticios y dobles fondos...(el verdadero bibliómano sufre, por naturaleza, de horror vacui) y entregándose, cuando se tiene que buscar un título, únicamente a la memoria, dote de la que andamos sobrados, a diferencia de la cultura. Sí, creemos en el desorden como la forma más alta de conocimiento alternativo.
El vacío, en la naturaleza, siempre acaba rellenándose. De volúmenes. Y las bibliotecas no se hacen: se aumentan. Los libros son plantas trepadoras de papel, que crecen a toda velocidad, agreden los muros, los tabiques, las columnas, las escaleras, los pasillos...Llenan todas las habitaciones y rincones disponibles, infestan todos los ambientes y germinan por desorden espontáneo, infringiendo toda frontera geopolítica, todo sentido cromático, toda exigencia de formato; mezclándose, confundiéndose y —sobre todo— perdiéndose. Al ser la biblioteca doméstica un sistema de entropía máxima, lo mínimo es no conseguir nunca encontrar un libro. Para eso están las librerías, donde va uno a comprarlos, y las bibliotecas públicas, donde va a sacarlo en préstamo. Pero para nosotros no sirve.
Nosotros, si acaso, tenemos tres reglas de oro: una, no prestar nunca un libro; dos, no leerlo, porque se destroza el canto y se estropean las páginas; y tres, no ordenar los libros jamás.
Por lo demás, las mentes más creativas tienen las bibliotecas más desordenadas. Que es otra manera de decir que tener una biblioteca en desorden también es un arte para el que se requiere mucho sentido estético, pocos principios éticos y —ça va sans dire— bastante espacio. Que es lo único que importa cuando se habla de libros.
Luigi Mascheroni. Pròleg a: Massimo Gatta. El desorden de los libros. Traducció d'Amelia Pérez de Villar. Fórcola, 2021.
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