Tratar de ordenar la propia biblioteca cuando el número de volúmenes supera una cifra que pueda considerarse significativa —digamos 10.000 libros, porque por debajo de ese número no tiene sentido hablar de ello: es mejor dedicarse a la filatelia, que ocupa menos espacio— es como proponerse domesticar la vida: regular la alimentación, reducir los vicios, reajustar los gastos, seleccionar las amistades, jerarquizar los compromisos, emplear mejor el tiempo libre, organizar el garaje y el sótano...cosas así. Se puede intentar con una o dos estanterías durante un mes; durante un año como máximo una pared. Después, inevitablemente, todo vuelve a sumirse en el caos. Y está bien así.
Si existe un Dios de los libros (yo me lo inagino como el Bibliotecario que pintó Arcimboldo: un volumen enorme en folio en lugar de espalda y brazos, marcapáginas que hacen las veces de dedos, el rostro formado por libros pequeños, un lomo de libro por nariz y dos opúsculos en lugar de labios...y un abanico de páginas blancas, las páginas de un libro abierto, formando una tupida cabellera) pretenderá de sus adeptos furor, pasión y Babilonia, que rara vez coinciden con orden, disciplina y compostura. Poseer millares de libros no es una virtud, sino un pecado irresistible que supera incluso a la destrucción de un patrimonio y, a veces, a la de un matrimonio. No es casualidad que la parte más bella del Paraíso de los bibliófilos sea El infierno.
Cuando se vive con y para los libros el desorden es perfección. El orden absoluto siempre es casualidad. La sobrecarga, ligereza. Y el mejor criterio para poner en orden los libros es no tener ningún criterio. Es más: lo mejor de todo, desde determinado punto de vista, sería no tener ni siquiera un libro, porque así se elimina el problema antes de vernos obligados a afrontarlo. Sería muy bello únicamente soñarlos...
[...] Por lo demás, eso que llamamos desorden no es más que una forma compleja de orden, que está clarísimo en la mente del sujeto desordenante y se manifiesta según esquemas que no son previsibles desde el punto de vista matemático ni programables desde el lógico. A su manera, es algo perfecto. La vida misma, con sus tortuosas estratificaciones, es la más potente de las confusiones. Si nosotros nos permitimos el desorden, ¿por qué no lo aceptamos en nuestros libros?...
Luigi Mascheroni. Pròleg a: Massimo Gatta. El desorden de los libros. Traducció d'Amelia Pérez de Villar. Fórcola, 2021.
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