dijous, 16 de març del 2023

(des)ordre


SUSANA SÁNCHEZ
Desordenar bibliotecas
epe
11|2|2023


Ordené hace días mis estanterías de libros con el absurdo criterio de: muertos y vivos. Los muertos en las dos primeras filas y los vivos en las dos últimas. Bien, no se imaginan qué placer morboso he encontrado en pescar a algún muerto en la estantería de los vivos y enviarlo a su sitio. Me preocupa.

Todo lector ordena la librería un par de veces o tres al año. Algunos seguramente más. Los libros aun así insisten en desordenarse. Los libros tienden al desorden por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Yo pensé que con lo de muertos y vivos iba a conseguir algo, un poco de seriedad por lo menos. Pero no, ellos siguen queriendo mezclarse y ordenarse a su antojo para que yo me vuelva loca buscándolos. Todo bien, me gusta estar loca. Y ya mismo me voy a quitar del morbo de enviar a la vida y a la muerte a unos y a otros. Si los muertos quieren estar vivos, que lo estén.

Una amiga lectora me dijo, me encanta ese placer culpable tuyo de perseguir muertos que quieren estar vivos. 

No te creas, le respondí, hago cosas raras, el otro día me encontré cogiendo el libro de cuentos de Truman Capote de la estantería de los vivos y diciendo, en voz alta, tú estás muerto. Con cierta saña. Ni Truman Capote se merece eso. 

Cuando llego a una casa ajena curioseo los libros de las estanterías. En el transporte público trato de ver las portadas de los libros que la gente lee. No es necesario que los libros estén en orden, tampoco en desorden, para revelar algo a su propietario. Pueden incluso estar en cajas apenas abiertas. De todos modos, algo se revelará, dijo Roberto Calasso en Cómo ordenar una biblioteca. ¿Será que simplemente soy una espía de lo ajeno? Busco, persigo, la revelación. 

HABLAR DE LIBROS

He llegado a tirar algo al suelo para conseguir ver la portada del libro que alguien sujeta abierto. ¿Lo visualizan? Me siento entre orgullosa y apesadumbrada. Entre activista cultural y chismosa. Si conozco el libro me dan ganas de montar una tertulia literaria allí mismo, en el vagón del metro, en el andén o en el ascensor. Se lee en soledad, sí, pero qué rico es hablar de libros. De cómo los leímos, de cómo nos cogieron por la pechera y nos arrastraron hasta el final, de dónde casi los perdimos, de dónde los volvimos a recuperar, de por qué casi los perdimos, de cómo los terminamos, de cómo se quedaron días, semanas, revotando en nuestra cabeza, de qué es lo que nos queda de ellos años después.

Y es que la lectura es un enigma tan grande como la escritura. Pero menos investigado. Cuántas revelaciones creemos encontrar al leer tras alguien un libro y registrar sus subrayados, cruces, dobles cruces y notas. No agregar a un libro huellas de la lectura es una prueba de indiferencia, o de mudo estupor, vuelve a apuntar Calasso. Siempre pensé que los libros quieren estar marcados, subrayados, doblados. Eso es estar vivos, significa que alguien pasó por ellos y quiso dejar constancia, eso es para mí respeto. Nada más aburrido que un libro inmaculado. Los libros sucios, por favor.

Mi última idea delirante es que sería chulo montar una oficinita a pie de calle, algo sencillo, una mesa, dos sillas, un termo de café, con un letrero que diga: "Se conversan libros". Lo mismo viene alguien. ¿Ustedes qué dicen?

 

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