dijous, 24 d’octubre del 2024

interpretacions crítiques


Hay novelas que no solo piden a gritos eso que llamamos «interpretaciones críticas», sino que intentan activamente ayudar a dirigirlas. Probablemente sea un fenómeno comparable a esas piezas de música que simultáneamente exigen y definen los movimientos del oyente, como por ejemplo los valses. A menudo, también, las novelas que dirigen sus propias lecturas críticas se ocupan a nivel temático de lo que podemos considerar cuestiones elevadas o intelectuales: asuntos propios del arte, la ingeniería, la literatura de la Antigüedad, la filosofía, etcétera. Se trata de novelas que abren para sí mismas un intersticio entre la ficción a secas y una especie de extraña y cerebral roman à clef. Cuando no lo consiguen son bastante espantosas. Pero cuando sí lo consiguen, tal como yo afirmo que lo consigue La amante de Wittgenstein, de David Markson, ejercen la función tan crucial como efímera de recordarnos la capacidad ilimitada que tiene la ficción para alcanzarnos y conmovernos, para hacer que las cabezas palpiten como corazones, y para santificar los matrimonios entre el raciocinio y la emoción, entre la abstracción y la vida vivida, entre la búsqueda de una verdad trascendente y el agobio de las tareas diarias, matrimonios que, en nuestra feliz época de oclusión técnica y marketing de entretenimiento, cada vez da más la impresión de que solo se pueden consumar en la imaginación. Entre los libros que yo suelo asociar con este fenómeno de INTERPRÉTENME se cuentan algunos como Cándido, Cosmos, de Witold Gombrowicz, El juego de los abalorios, de Hesse, La náusea, de Sartre, o El extranjero, de Camus. Se trata de cinco obras geniales de una clase muy concreta: las que proclaman su genialidad a gritos.


David Foster Wallace. «La plenitud vacía: La amante de Wittgenstein, de David Markson». En cuerpo y en lo otro. Traducció de Javier Calvo. Mondadori, 2013. P. 82.

 

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