TEREIXA CONSTENLA Amy Winehouse, lectora voraz El País 7|3|2025
La imagen de Amy Winehouse sujetando una copa pertenece a la iconografía irrenunciable de los dos mil. Nadie recuerda a la cantante con un libro en la mano. Sin embargo, los tuvo siempre. En las giras intercalaba a Charles Bukowski, el escritor que más diseccionó el alcoholismo y otros infiernos en su literatura, con novela negra, según recordó hace unas semanas uno de sus músicos en Oporto (Portugal), donde la librería Lello expone la biblioteca personal de la cantante y compositora británica, que en 2011 ingresó en el club maldito de los talentos excepcionales y atormentados que mueren a los 27 (véase Janis Joplin, Kurt Cobain o Jim Morrison).
Siendo como fue escrutada y perseguida, resulta difícil pensar que existen cosas ignoradas en la biografía de Amy Winehouse. Su afición por los libros podría ser una de ellas. A nadie parecía interesarle indagar en aquella faceta, pese a que ella misma había confesado en una entrevista a The Guardian en 2007 que nunca viajaba sin “un buen libro”, que leía de todo y que era fan de la novela gráfica. “Puedo pasar mucho tiempo en librerías solo curioseando”, afirmaba.
Años después de su muerte, cuando se inauguró la muestra Amy Winehouse: A Family Portrait en Londres, su hermano Alex recordaba que en su habitación juvenil había novelas rosa de Jackie Collins mientras que guardaba en el armario los libros de Dostoievski: "Amy se sentía un poco avergonzada por lo inteligente que era en realidad".
La colección adquirida por Lello por una cifra no desvelada —la valoración previa a la subasta de los 230 libros del lote oscilaba entre 80.000 y 90.000 euros— muestra a alguien que acaso buscó en los libros la complicidad que le faltó en su entorno.
[...] En la colección de la autora de Rehab, que acabaría siendo el himno autobiográfico de Back to Black, segundo y último disco, convivían Mijaíl Bulgákov, James Ellroy, Salinger, Chéjov, Arthur Miller, Scott Fitzgerald, Hillary Mantel y J.K. Rowling. Abunda la literatura beat y underground, quizás para explorar vidas desarraigadas que se saltaron a veces muchos límites.
Los dos centenares de títulos, que se exponen en la sala Gemma, un espacio acondicionado en el sótano donde los dueños de Lello muestran sus libros de coleccionista y el manifiesto en defensa de la lectura, no convierten a Winehouse en una bibliófila. Pero sí revelan una faceta ignorada por los tabloides, que encontraron un filón en las adicciones, las enfermedades y los desamores de la estrella. Sus excesos vendían más que su devoción por el cómic. Acumuló clásicos como V de Vendetta o Watchmen de Alan Moore, Epiléptico de David B. o Black Hole de Charles Burns. Leyó a Robert Crumb, Craig Thompson y Possy Simons, pero en su altar se situaron los hermanos Jaime Y Gilbert Hernández. Conservó hasta 17 obras de los estadounidenses.
[...] Amy Winehouse empleó a veces los libros como cuadernos, donde podía anotar su felicidad por una cita para ir un domingo al cine en Camden con un chico (llenó la página de corazones), escribir una sucesión de rimas tal vez para una nueva canción o apuntar la lista de invitados a una fiesta, que incluía al rockero Ozzy Osbourne y su hija Kelly, también cantante, con 20 acompañantes. La vida se cruzaba con las lecturas y a veces dejaba constancia.
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