-¿Cuál fue su primer contacto con la literatura de Sebald?
-La primera vez que llegó a mis manos un libro de Sebald fue a principios de los noventa, concretamente, Die Ausgewanderten (Los emigrados). En aquella época solía hacer informes de lectura para la editorial Alfaguara y mi juicio al respecto fue claro: era un libro interesante, curioso y muy bien escrito, pero del que, en español, no se vendería más de una veintena de ejemplares...
-¿Pensó entonces que le interesaría traducirlo?
-No, porque, sencillamente, su publicación no me parecía viable.
-Efectivamente, cuando Debate introduce a Sebald no tiene mayor repercusión. Hasta el cambio de siglo no cambia el contexto de recepción y su obra se torna "imprescindible". ¿A qué atribuye ese cambio?
-Se lo atribuyo a Susan Sontag. Ella hizo de Sebald un autor de culto, no sólo en los Estados Unidos sino en el mundo entero.
[...]
-¿Cómo le llegó el encargo de traducir Austerlitz? ¿Cómo definiría la experiencia de hacerlo?
-Me lo propuso la editorial Anagrama y me envió el libro. Lo leí e inmediatamente decidí que quería traducirlo. Todavía hoy Austerlitz me sigue pareciendo la obra más perfecta y característica de Sebald, la que hay que recomendar a quien quiera conocerlo. En cuanto a la experiencia de traducirla, fue muy satisfactoria, pero traducir a Sebald es un desafío también, en muchos sentidos. Además del problema de las numerosas investigaciones necesarias, estaba el de la prosa sebaldiana en sí, tan bernhardiana a veces que estaba seguro de que me acusarían de traducir a todo el mundo igual. Sin embargo, los traductores, que tantas veces cometemos delitos impunemente, estamos acostumbrados también a cargar con culpas que no son tales.
-¿En qué consistió exactamente esa investigación?
-Habría que hablar más bien de investigaciones, en plural. Sebald era un hombre tan culto y de tal variedad de intereses que traducirlo puede volver loco a quien no tenga cierto espíritu científico. Nada más empezar Austerlitz, lleva al lector al Nocturama del zoológico de Amberes (lo que no plantea muchas dificultades, porque distinguir entre jerbos, zarigüeyas, lirones y lémures está al alcance de cualquiera), pero enseguida compara el Nocturama con la vecina Central Station. Yo, por casualidad, conocía ambos lugares, y además las fotografías siempre ayudan. Sin embargo, un par de páginas más tarde estaba ya con fortificaciones militares, y la terminología no era nada habitual. Más que el Google ("San Google" para el traductor) me ayudó el Vocabulario Militar de 1849 del Brigadier D. Luis Corsini, para poder introducir con desparpajo términos como escarpa y falsabraga, glacis o revellín, etc. El traductor de Sebald puede encontrarse hablando de mariposas que llevan el bonito nombre de feosias trémulas, catocalas negras, vespertilias, partenias o hepiálidas, como si las conociera de toda la vida, o bien adentrarse en la cartografía lunar (Riccioli, Casini, Tobias Mayer...), y ¡ay de él si confunde, lo que no es difícil, a Hevelius con Helvéticus!
Entrevista a Miguel Sáenz, per Jorge Carrión. A: Dossier Sebald, Quimera, núm. 274, set. 2006, p.33-35.