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dimarts, 14 de gener del 2025

l'home salvat pels llibres


SARA MUÑOZ
L'home salvat pels llibres
El PuntAvui
6|5|2025


Si s’inventés un premi per reconèixer la persona que passa més hores en aquella biblioteca, que ningú no dubti que el guanyaria de totes passades. Arriba cada matí, o per ser més exactes cada matí que la instal·lació obre les portes, i a primera hora ja apareix. La rutina es repeteix amb la precisió amb què qualsevol que ha passat per l’escola recita les taules de multiplicar. Primer diposita els seus estris personals en un racó del jardinet exterior, com qui deixa la jaqueta al guarda-robes, però sense perxes ni personal que el vigili. Després es dirigeix a la cadira que sap que no li pertany, perquè allà tot és col·lectiu i no hi ha res que dugui nom i cognoms, però ell li ha agafat estima, a aquell racó, així que procura plantar sempre les natges al mateix lloc. Potser li recorda un vell espai de treball, o de descans, que li proporcionava una certa calma i que formava part d’una vida endreçada que un dia, de cop i volta, va fer un gir aterrador i inesperat. A la biblioteca llegeix obres molt variades, o si més no es passeja per seccions molt divergents abans de fer la tria del dia. Mai recorre al servei de préstec per endur-se una obra a casa. A quina llar se l’hauria d’emportar? Hi ha gent que se’l mira, estranyada, i d’altra que es deu haver acostumat a la seva presència i ja no hi para atenció, malgrat que té un aspecte que no passa desapercebut i desprèn l’olor de la gent a qui la vida li ha fet la traveta i no s’ha pogut aixecar. La biblioteca és el seu cau. Allà s’estalvia el fred de l’hivern, les altes temperatures de l’estiu, i també pot fer ús del vàter. Quants cops li deuen haver negat l’entrada a un lavabo públic. Quan l’equipament tanca, recull les seves pertinences i torna al carrer, l’espai hostil on malviu durant les nits i on s’exposa a les agressions de la gent amb la qual difícilment coincidirà a la biblioteca. I espera pacient que l’equipament torni a obrir.


dissabte, 20 d’abril del 2024

la vida al carrer

 

«Vaig quedar-me a viure a l'estació de Sants. Podia fer-ho perquè sabia que no era una condemna, només havia de resistir uns dies, fins que la Trudi m'acollís. Així va ser com vaig descobrir que la vida al carrer també podia tenir rutina. Els matins i les tardes que no treballava recorria biblioteques. En valorava el silenci i la tranquil·litat. Llegia llibres, fullejava revistes, de tant en tant feia una capcinada en una butaca. Allà dins les hores eren dolces i toves com el pa. De bon matí els lavabos de les biblioteques solen estar nets i tranquils. Treia el necesser de la motxilla i em rentava la cara i les dents. Em tancava en un vàter. Em despullava i em passava una tovalloleta desodorant per les aixelles i una altra pel cony. M'escampava una mica de crema hidratant pel cos i si calia em rentava els cabells amb l'aigua d'una ampolla de litre i mig. La tassa del vàter em servia d'aigüera...»


Eva Baltasar. Ocàs i fascinació. Club editor, 2024. P. 62.


dijous, 2 de febrer del 2023

refugi



BELÉN LÓPEZ PEIRO
Refugio en los libros
El País
31|12|2022


Es lunes por la mañana y desde lejos veo que la Biblioteca Joan Miró está cerrada. La persiana cubre como un manto negro la entrada. En mi espalda pesa la mochila con la computadora y los libros. Me acerco todavía más. Hay alguien en la puerta. Un hombre de pelo blanco y barba crecida. Lleva una bolsa en la mano. Lo conozco. Los dos miramos el cartel con los horarios. Qué pena, niña, dice. Mejor me voy a casa. Y entonces se despide y se sienta en uno de los bancos del parque que rodea la biblioteca. Saca algo de la bolsa y come. Cruzo al café de enfrente. Estoy un par de horas, pero no logro concentrarme. Pienso en ese hombre. Tengo que haberlo visto antes. Salgo a dar otra vuelta al parque y lo descubro ahora recostado debajo de uno de los techos del edificio, en una de las esquinas, ahí donde monta su refugio junto a otras personas de la calle.

Hace algunos meses, en una entrevista a la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, hablamos de cómo se gestó su primer libro Nuestra piel muerta. Mencionó el máster al que asistió en Madrid, ahí donde vivió dos años, pero principalmente destacó las bibliotecas públicas. Dijo que eran un tesoro que no había en su país. Esto de pedir un libro y que lo busquen y lo presten por un mes, dos meses, tres.

Migré con pocos libros. Alrededor de veinte. Mucho menos de lo que hubiera deseado. Una vez en Barcelona, alquilé una habitación que no tenía luz. Tampoco cama. Ni privacidad. Pasaba los días en bares, parques, pero sobre todo en bibliotecas. Siguiendo el consejo de García Freire, lo primero que hice fue buscar la biblioteca pública más cercana y hacerme socia.

Cada mañana, esperaba en la puerta y veía pasar a la bibliotecaria y luego entraba, primera, cuando todavía estaban encendiendo las luces. Sabia con precisión los horarios de rutina. Imaginaba que podían contratarme para repetir el paso de baile. Por las mañanas dictaban clases de catalán o de tecnología. Los más jóvenes estudiaban en el piso de arriba, con más privacidad. En la planta baja, los que como yo prefieren el sol en la cara. Y no les importa compartir mesa de estudio. Lo más divertido: al mediodía, empezaba la música. Casi siempre, un disco de Fito Páez. El volumen subía de a poco, hasta que a la una y media ya era casi imposible leer o escribir y había que largarse. Entonces almorzaba en el bar de la esquina y dos horas después volvía. Durante un mes repetí la rutina. Y las caras empezaron a hacerse conocidas.

Una mañana, un hombre me pidió permiso para sentarse junto a mí. Saqué mi bolso de la silla y dije sí. Y se sentó. Al rato, empecé a sentir algo extraño. Un olor intenso. Fuerte, como a guardado. Volví la vista a él y entonces me di cuenta: el pantalón cubierto de tierra, la campera con agujeros; el pelo seco y canoso. Y una bolsa de plástico que apoyaba sobre la mesa, justo al lado del diario que estaba leyendo. No leía uno, leía tres a la vez. De principio a fin, no se salteaba ni una sola página. Como si fuera un libro.

Al tiempo pude encontrar un lugar mejor donde vivir. Conseguí un escritorio. Una pizarra. Una biblioteca pequeña. Aun así seguía pensando en ese hombre. Daba vueltas con la idea de volver a encontrarlo. A veces volvía a la biblioteca a buscar libros, pero prefería leerlos en mi casa. Estar tantos días vagando en la calle me había cansado: prefería el abrigo de un hogar. Hasta que un día decidí volver.

Es diciembre y me acerco a la bibliotecaria. Pregunto si tiene registro de cuánta gente de la calle viene a la biblioteca. Dice que no. Hay muchos, pero la mayoría no se registra. Al menos, conoce a tres hombres que cada día vienen a leer. Los describe. Conozco a cada uno de ellos. La interrumpo: ¿y qué leen? No sabe. Llegan y agarran lo que está a mano en las repisas.

Me siento en una mesa decidida a escribir esta columna. Pienso: ojalá venga. Un lugar no es refugio si no hay cierta permanencia. Pasa una hora. Dos horas. Me concentro en la página. Permiso, dice alguien, y es él. Se sienta en la mesa a leer. Lleva en sus manos tres diarios. Pienso en hablarle, pero no quiero molestar. Tiene la barba aún más crecida. Un pullover abrigado debajo de la campera. Lee los diarios en orden, de la primera a la última página. Las cosas no cambian. O sí. En un momento se para y devuelve los diarios, y luego se detiene sobre uno de los estantes de libros. Arriba dice Narrativa, poesia i teatre. Con los brazos hacia atrás, las manos enlazadas en la espalda, recorre las hileras. Se detiene y observa. Elige uno. Poemes del retorn. Lee un buen rato. Cuando se hace la hora de irnos, devuelve el libro, junta la bolsa y camina a la salida. Buenas tardes, niña, dice. Espero verte pronto.


dimecres, 5 de gener del 2022

sobre rodes


JUAN NAVARRO
Novelas y billetes sobre ruedas en Salamanca
El País
31|12|2021


Feliciana Moríñigo, de 86 años, camina por la plaza de Aldearrubia (Salamanca, 530 habitantes), con la bolsa roja del bibliobús, donde mensualmente toma y devuelve libros, cargada con varias novelas y unas manzanas. Una música como la del carrito de los helados de las películas precede al anhelado vehículo verde y blanco, al que sube la anciana. Ante ella, baldas con cientos de volúmenes. Abajo, junto a la rueda trasera, una novedad: un cajero automático. Moríñigo, para quien la banca electrónica y las tarjetas bancarias son prácticamente obra del demonio, recela de un aparato que la Diputación de Salamanca ha instalado con una consigna: proporcionar al medio rural aquello que no tiene. En este caso, libros y dinero en efectivo.

Un informe del Banco de España confirmó en verano lo que en Salamanca y en otras tantas provincias periféricas ya sabían: la ausencia de sucursales implica que 1,3 millones de personas necesitan buscarse la vida para no tener que depender de guardar billetes bajo el colchón.

[...]  Adaptar los cajeros a dos bibliobuses implicó 18.000 euros, a los que añaden otros 18.000 de mantenimiento anual en este programa piloto...


dijous, 30 de maig del 2019

més biblioteques que macdonald's


Susan Orlean: «En Estados Unidos hay más bibliotecas que McDonald’s»
Publicado por Jelena Arsić
Jot Down

Redactora de The New Yorker, sus artículos destacan por analizar aspectos de lo cotidiano en los que nadie ha reparado. Susan Orlean (Cleveland, 1955), autora de El ladrón de orquídeas, un reportaje llevado al cine y protagonizado por Meryl Streep, The Bullfighter Checks Her Makeup y Saturday Night, entre otros, ha presentado en Kosmopolis 2019 su último trabajo, La biblioteca en llamas (Temas de hoy, 2019). Un gran reportaje en el que investiga el incendio de la biblioteca municipal de Los Ángeles en 1987. Una crónica que sirve no solo para abordar las causas del incendio, sino también para mostrar la vida cotidiana en la biblioteca tanto de hoy como del pasado. Un pequeño universo apasionante.   

[...] Citas el caso del mánager de la biblioteca de LA, que aparte de gestionar el catálogo del centro, al final también está al frente del único lugar donde los sin techo pueden encontrar acceso libre a internet y un refugio.
Sí, no creo que cuando estudies la carrera de Bilbioteconomía, cuando aprendes cómo organizar una biblioteca, estés pensando en que tendrás que ver qué hacer cuando un homeless se esté duchado en el baño de la biblioteca. Hay un enfoque sobre lo que significa llevar una biblioteca como espacio público. Lidiar con esos problemas ocupa gran parte del trabajo diario de quien está a cargo, sobre todo en ciudades tan grandes. Te enfrentas al comportamiento de la gente, a la seguridad, al temor de los usuarios que no se sienten cómodos al lado de alguien que parece que está sucio. Otro tema son los chiches, es algo a lo que no les gusta dar publicidad, pero están fumigando la biblioteca constantemente porque la gente que entra trae chinches de los refugios. Lo llevan con toda la sutileza que pueden, porque no quieren que nadie deje de ir por esto, pero buena parte del presupuesto a lo que se va es a desinfectar chinches. También tienen que preparar a los empleados para tratar con personas que tienen enfermedades mentales. Las bibliotecas no deberían convertirse en refugios para indigentes, entiendo yo, pero se merecen nuestra gratitud, respeto y apoyo porque lo son en cierta parte. Y eso debería traducirse en aumentar sus presupuestos y sus empleados.

Aquí, l'entrevista completa.
Llegiu també ----> el dia que los angeles va perdre un milió de llibres.

dissabte, 27 d’abril del 2019

movierecord



JULIÁN MARQUINA
«The Public», la trepidante película que muestra la labor social de las bibliotecas públicas
[...] «The Public» trata sobre como los bibliotecarios del centro de Cincinnati, Stuart Goodson y Myra, se ven revolucionados en día habitual de invierno cuando personas sin hogar deciden refugiarse en su biblioteca para pasar la noche. Lo que comienza como una sentada pacífica se convierte rápidamente en un enfrentamiento con la policía y los medios de comunicación.
[...] Emilio Estévez ha creado, dirigido y actuado como protagonista en esta película grabada en tan solo 22 días, según cuenta en una entrevista concedida en salon.com. En ella también han actuado actores como Alec Baldwin, Jena Malone o Christian Slater, entre otros...

dissabte, 13 de gener del 2018

la scugnizzeria


LORENA PACHO
Una librería en el viejo bastión de la Camorra
El País
10|1|2018
Que una librería, una tienda especializada en miel y cerveza artesanal, una escuela de teatro o un parque infantil se perciban como el símbolo de una verdadera revolución solo se explica si pasa en Scampia, un barrio —gueto hasta hace poco— de la periferia de Nápoles que durante décadas fue bastión de la Camorra y que se convirtió en el mayor supermercado europeo de la droga, nido de criminalidad y paradigma de la degradación. Ahora quiere enseñar su otra cara. La que pide a gritos dejar de ser sinónimo de guerras de mafia, extorsión y omertá y que busca algo sencillo y a la vez complejo en una tierra aniquilada: normalidad.
Los columpios ocupan el lugar de una narcosala, un campo de fútbol el de 77.000 kilos de neumáticos abandonados y una escuela de educación ambiental sustituye a un vertedero incontrolado. De los 21 puntos de venta de estupefacientes solo quedan dos y en su lugar han surgido tiendas en las que se elaboran y venden productos de la zona.
"Antes había un punto de venta de drogas cada ochenta metros y hoy hay una revolución cada ochenta metros", explica el escritor Rosario La Rossa, que tras el asesinato en 2004 de su primo Antonio Landieri —lo mató una bala perdida de un ajuste de cuentas entre clanes— fundó el proyecto Voces de Scampia para denunciar y combatir a la mafia con alternativas.
Su particular aportación a la revolución es una librería que abrió hace tres meses y que es la primera que muchos han conocido en la zona. Han tenido que pasar 40 años de mafia y abandono para que en Scampia se vuelvan a vender libros. "Antes había que recorrer 10 kilómetros para poder comprarlos, no se vendían ni siquiera textos escolares. Era absurdo", dice y después pronuncia una frase significativa: "Había chicos que nunca habían leído un libro"
El local, que también es biblioteca e imprenta, está dedicado precisamente a ellos, para evitar que caigan en las redes de los clanes. Se llama la Scugnizzeria, que en dialecto napolitano quiere decir "tierra de golfillos" o "chicos de la calle". Para La Rossa se trata de "un síntoma de normalidad". En un entorno con cifras alarmantes de desempleo y delicuencia juvenil, donde comprar un arma o drogas era más fácil que conseguir un libro, ahora su lema es "trapicheamos con libros".
Además han impulsado el plan Un libro pendiente, para dejar ejemplares pagados, lo que ofrece una idea de lo que el pequeño negocio supone para el barrio en particular y la lucha contra las mafias en general.
Para sustentar el proyecto, las pasadas fiestas plantearon una "Navidad antimafia", con cestas navideñas que vendieron por todo el país y en las que productos Made in Scampia se mezclaban con libros y documentales que recogían las historias de las víctimas de la Camorra.
Al timón estaban jóvenes del barrio, menores de 30 años, que crecieron jugando a la pelota "donde se chutaban los toxicómanos", como recuerda La Rossa, y vivieron entre el reguero de muertos que dejó la guerra entre clanes. "Era lícito irse de un lugar así, pero nos quedamos y hemos demostrado que las buenas personas de este lugar pueden marcar la diferencia, sin ser héroes, siendo simplemente escritores, libreros, profesores de teatro o productores de miel.
Hoy el barrio se está convirtiendo en un modelo de cambio", asegura, y añade: "Lo que se ve en Gomorra [la serie sobre la mafia napolitana basada en el libro homónimo de Roberto Saviano] es la Scampia de hace diez años".




divendres, 29 de maig del 2015

serveis socials



Las bibliotecas son, ante todo, guaridas. Pero la extensión de esta característica no se limita a los libros, a las personas que se refugian allí de la lluvia o a las que buscan concentración y paz; se extiende también a las personas que no tienen casa, como vemos en esta serie de fotografías de Fritz Hoffmann.
A diferencia de los ya muchísimos vagabundos que tienen dispositivos para conectarse a internet aún hay algunos que consumen medios tradicionales y, de hecho, en mayor medida que las clases medias. Hoffmann documentó a varios indigentes que pasan sus días en bibliotecas públicas leyendo todo tipo de textos, ya sea para olvidar la inclemencia de las calles, para tomar otras perspectivas del mundo o simplemente para disfrutar el silencio.
“Ser indigente a menudo significa vivir fuera de la cuadrícula mainstream”, explica Hoffmann. “Estar desconectado de internet, el correo electrónico y los videos. Las bibliotecas públicas proporcionan a los indigentes una manera de conectarse, y muchos de ellos dicen que revisar los anaqueles y leer un libro alivia la agonía de vivir en la calle”.
Las bibliotecas podrían ser el último bastión de la democracia. Un hogar común –aunque sólo de día– donde nadie es nada más que un lector.

[Font: Pijamasurf. Vagabundos que leen y se refugian en bibliotecas públicas]