dimarts, 4 de març del 2025

llegir, tocar, escoltar


ALANA S. PORTERO
Llegir, tocar, escoltar
abril
Suplement literari de prensa ibérica
22|2|2025


La conversa entre lectors i lectores d'un mateix llibre sempre produeix resultats magnífics, és un formiguer d'idees entorn d'una mateixa història que, d'alguna manera, la transformen, l'estiren o la retorcen, sovint atorgant-li intencions que mai van estar sobre l'escriptori quan va ser escrita. Per a una escriptora és una experiència molt important prestar atenció al que els seus lectors han de dir de la seva obra, és una manera de conèixer-se a si mateixa i de valorar el mateix treball sota criteris que mai hagués imaginat poder aplicar a la seva literatura.

A més de la col·laboració dels lectors, el format en el qual es llegeix un llibre també contribueix a la seva percepció. ¿És igual llegir sobre paper que sobre pantalla? ¿És comparable la lectura amb l'escolta? ¿La lectura en braille, en què intervé el tacte, fa que els llibres s'experimentin d'una manera diferent del dels altres formats?

Una, com a irredempta stanislavskiana, sap que el gest precedeix l'emoció, i que no és el mateix llegir al metro que fer-ho a casa, sota una manta, un dia de pluja torrencial. El que ens envolta i com ens adaptem a això amb la nostra postura i altres decisions físiques, estètiques i sensorials, ens condiciona.

La setmana passada vaig tenir l'oportunitat de conversar amb una lectora condicionada per una severa discapacitat visual, em va explicar que havia disfrutat molt de la meva novel·la, però que la meva locució —ella naturalment llegeix utilitzant audiollibres— a l'estar interpretada en el sentit més estricte del terme, és a dir, amb cert treball actoral en la declamació, dirigia d'alguna manera la seva experiència i la portava de la mà de manera una mica paternalista pel text. I tenia raó.

Acostumo a escoltar audiollibres d'obres que ja he llegit en format normatiu, ho faig més com a relaxació que com a relectura, fa un mes que m'ajec amb la magnífica veu i interpretació de Miguel Ángel Jenner narrant El senyor dels anells, conec molt bé el text i disfruto de l'escolta gairebé de manera infantil, com un conte abans de dormir explicat per un gegant bo o un pare dolç. Però abans vaig tenir l'oportunitat de llegir per mi mateixa l'obra i el privilegi de permetre que l'emoció es col·loqués als llocs en els quals jo, com a lectora, li deixava espai.

Em pregunto si és possible una veritable edició inclusiva, si la intenció dramàtica que es posa, per exemple, a les locucions dels audiollibres, pot arribar a ser un gest paternalista des del món capaç que no respon exactament a les necessitats de lectors i lectores amb discapacitat. Tampoc nego que aquesta intenció no sigui ben rebuda, és una pregunta que han de contestar els que utilitzen aquest o altres formats, però que és obligació nostra posar a sobre de la taula.

Si somio amb una tarda de lectura en què llamps, pluja i trons, m'acompanyin des de l'altre costat de la finestra tancada de casa meva, ¿Amb què somia la lectora cega? ¿Quines són les condicions de lectura perfectes per a ella i com podem posar-li més fàcil aconseguir-les? Llegir és un acte d'intimitat meravellós i com a tal hauria de cuidar-se. Llegir és estar a soles amb una història, és no haver de donar explicacions de com es rep o què et passa en aquest intercanvi, llegir és un gest privat, càlid, tothom hauria de poder decidir com fer-ho, convocar l'emoció lliurement, amb els mínims obstacles possibles. Convé pensar-hi.

 

dilluns, 3 de març del 2025

com ser caitlin moran


EL LIBRERO
Cómo ser Caitlin Moran
La soga. Revista cultural
12|12|2015

 

Lo primero que me llamó la atención de Caitlin Moran (1975, Brighton, Reino Unido) es que sus dos libros publicados en castellano por la editorial Anagrama tenían títulos muy parecidos: Cómo ser mujer (How to Be a Woman) y Cómo se hace una chica (How to Build a Girl). Lo segundo, que en la portada de uno de ellos salía una fotografía de la propia escritora, rollo Amelie Nothomb pero sin el misticismo petardo de la autora belga: Moran lucía una incipiente sonrisa y un estrafalario look coronado por un mechón blanco de su melena cardada, con el que se asemejaba graciosamente a una mofeta rockera. Parecía una tía guay, pensé, aunque no tuviese mucha imaginación para los títulos.

Podría decir que, cuando me topé por vez primera con uno de sus libros, superé mis prejuicios lectores (que los tengo, y muchos) y me interesé por una obra que pregonaba desde su titulo, su portada y su contracubierta, un tema esencialmente femenino. Pero no. Ignoré ese Cómo ser mujer, al igual que ignoro el noventa y cinco por ciento de las novedades que están cogiendo polvo en las librerías o la infinidad de series televisivas que hay en parrilla. Por puro colapso mental. Funciono así: observo superficialmente y si una conjunción de astros o el efecto mariposa provocado por un oso panda balanceándose en un árbol de Sichuan hace que me fije en un libro, ¡aleluya! Si no, sigo con mi mirada perdida buscando no sé exactamente qué.

La realidad es que no me acordé más de la existencia de ese libro hasta pasados dos años, cuando me volví a encontrar con un nuevo título de Moran. Si el primero era un ensayo sobre el feminismo desde una perspectiva contemporánea, ahora se trataba de una novela protagonizada por una joven inglesa de clase obrera, procedente de una ciudad industrial de provincias (Wolverhampton), que se iba a Londres para hacerse periodista musical en un viaje vital que la convertiría en la chica que quería ser. Y aquello ya me interesó mucho más. Para empezar, porque el contexto de esa historia de aprendizaje eran los años noventa, década musical en la que forjé mi personalidad y cuyo trasfondo sociopolítico es especialmente interesante en el Reino Unido, y para seguir porque cualquier novela inglesa que prometa (como parecía indicar la sipnosis) referencias a nuestra cultura pop y a nuestros problemas existenciales cuenta sin duda con mi entusiasta aprobación. Siempre buscando un nuevo Nick Hornby con el que entender mejor la vida.

Así que puse en marcha mi infalible técnica de selección natural lectora con la novela de Moran: dar una oportunidad al primer párrafo y dejar que los dioses literarios me iluminen epifánicamente para saber si debo continuar o, por el contrario, tirar el libro por la ventana. Evidentemente, si estás ahora mismo leyendo esto es porque hice lo primero. Y ocurrió con ese indescriptible sentimiento de emoción que invade a un lector cuando ha encontrado su particular piedra filosofal. Leído el primer capítulo ya lo tenía claro: esta vez sí, había encontrado al nuevo Nick Hornby. Y era mujer.

Analizar el «fenómeno Caitlin Moran» desde una perspectiva no inglesa solo puede llevar a una visión incompleta. Moran es un personaje popular en Inglaterra y su figura es genuinamente británica. Su carácter, su humor, y por tanto, su forma de entender el mundo y de expresarse solo puede entenderse teniendo en cuenta ese contexto. Se trata de una periodista hecha a sí misma («todo lo aprendí del rock y de los libros»), como el alter ego de su novela, de clase obrera, sin estudios universitarios pero de carrera meteórica: entró con dieciséis años en Melody Maker y pronto se erigió como la más digna heredera de los cronistas deslenguados del rock and roll en la línea de Johnny Rotten o Julie Burchill; a esa misma edad publicó su primera novela (The Chronicles of Narmo) y a los dieciocho ya era presentadora de un programa musical en Channel 4. Además de locutora de radio y de haber inspirado una serie de la BBC (Raised by Wolves), en la actualidad sigue siendo columnista de televisión para The Times, habiendo recibido por su trabajo alguna de las distinciones más prestigiosas del gremio.  Además, sus publicaciones en inglés (cuatro títulos a día de hoy, y un quinto en marcha) la han convertido en superventas internacional, abriéndole las puertas también del cine, medio para el que está trabajando en la adaptación de su última novela junto a Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog Millonaire). Visto su precoz currículum, se podría afirmar de Caitlin Moran que es una triunfadora. Y lo es, pero realmente su éxito radica en haber conseguido el reconocimiento popular y profesional por medio de su natural forma de ser. Cómo ser ella misma, o lo que es lo mismo, cómo ser una mujer del siglo XXI.

A muchos lectores y, lo que es peor, lectoras, puede que la perspectiva de leer lo que a todas luces parece un manifiesto feminista (Cómo ser mujer) o literatura impregnada por ese espíritu (Cómo se hace una chica), les cause una pereza infinita. Porque nuestra cavernícola sociedad patriarcal ha conseguido ensuciar el término «feminista» hasta pervertirlo y porque, a la hora de leer, a casi nadie le apetece ser aleccionado, al menos de forma directa. Sin embargo, pensar que los escritos de Moran pecan de cualquiera de estas desventajas es fruto exclusivamente de la ignorancia ya comentada acerca de su figura. En Inglaterra saben lo que les espera con ella: la reivindicación malhablada, rocanrolera y extremadamente cómica de lo que debe ser el feminismo: es decir, la igualdad entre sexos a través de un comportamiento natural con uno mismo. «Cada mujer es una manera de ser feminista», defiende Moran firmemente.

Este punto de partida es el que tendría que motivar a cualquier mujer para acercarse a sus libros. Porque, como ella reconoce, el proceso de ser una misma emana de la certeza de que «una mujer no nace, se hace» (Simone de Beauvoir). Y ella está dispuesta a contar sus más estrafalarias meteduras de pata en ese viaje. Y lo hará con honestidad, optimismo y humor, haciendo, como el ya mentado Hornby, de la empatía su mejor arma como escritora. De ahí que el sexo, la música, el amor, la moda, la familia o el aborto sean algunos de los muchos temas que trata desde su personalísimo punto de vista pero con el que cualquiera puede identificarse. Y es que Moran huye de la intelectualidad y defiende sus posturas con gracia y una concisión con la que cualquier sesuda erudita soñaría. No la llaman «la reina inglesa de la hipérbole» por nada. Su discurso está comandado en todo momento por la bandera de la inclusión buenrollera, dejando el cinismo y la mala leche para otros. Y eso es una virtud incontestable que la redime de su aparente tendencia a la frivolidad. Además, desde un primer momento nos queda claro que no pretende competir con las líneas de pensamiento más académicas y serias: su objetivo principal es el iniciático, convencer al gran público de que es feminista aunque no lo sepa. Y eso incluye, por supuesto, a los hombres: «un feminista varón es uno de los productos finales más gloriosos de la evolución».

Porque si hay razones obvias y sobradas para que el público femenino se acerque a Moran, el lector masculino debería esgrimir estas mismas y de paso añadir que nunca le sobrará un poco de concienciación feminista. Que no se asuste el cromañón medio: en Moran no hay ni rastro de un feminismo panfletario y excluyente. Además, a su discurso de género integrador le añade otro tan interesante como el de clase, con el que reivindicar su identidad obrera y la capacidad de la cultura como el motor de cambio social más importante de nuestra época.

Así que hay que leer a Caitlin Moran. Todos. Para reconocer nuestra realidad, para aprender de nosotros mismos y de los demás, y para reírnos de buena gana. Saber cómo es Caitlin Moran es saber cómo es (o tendría que ser) la mujer en la sociedad actual. Y también el hombre. Porque no lo dudemos: todos somos Caitlin Moran. O deberíamos.

diumenge, 2 de març del 2025

jutges morals


Uno de los placeres de leer ávidamente es, qué duda cabe, la libertad que asumimos como jueces morales de la obra narrativa. ¿Qué pensamos de Hamlet? ¿Qué pensamos de Fabricio del Dongo, o de Madame Bovary? ¿Y de cómo trata D.H. Lawrence a Clifford Chatterley en comparación con Mellors? ¿Acaso Tolstói abandona a personajes como Sonia y Karenina? ¿Abandona Henry James a Charlotte Stant? Nos parece de lo más natural imaginarnos una relación en toda regla entre el autor y su personaje, igualito que si el personaje fuera a darse la vuelta y decirle al autor: «Me has tratado injustamente». ¿No le pasará factura a Mauriac un personaje tan incoherente como su Thérèse? Fanny Price, en Mansfield Park, ¿es de verdad tan mala, o es buena chica? Creemos que Swann amaba a Odette, pero ¿creemos también que Marcel amaba a Albertine? Así da sus primeros pasos como crítico todo lector, aunque creamos que este tipo de elucubraciones pequen de obtusas y pasadas de moda como método para ejercer la crítica literaria. Esta naturalidad a la hora de pensar en las historias y en las novelas puede mostrarnos lo fácil que es a veces leer la actitud moral del autor, aunque quiera ocultarla, en la actitud que exhibe ante sus personajes, eso que algunos críticos llaman «la posición» de los personajes. La literatura está empapada de moralidad, el lenguaje está empapado de moralidad, los personajes narrativos nadan en una atmósfera moral. Por supuesto, hay distintos tipos de atmósfera moral y de tono moral, y la narrativa del siglo XX ha explorado y dado a conocer muchas variedades. No estoy segura de que pueda haber un relato sin atmósfera moral. La práctica de cualquier arte es, desde luego, una disciplina moral en el sentido de que implica sobreponerse a la fantasía, a los propios excesos. Pero la literatura de ficción tiene una dimensión moral especial porque trata de la gente y, me atrevería a decir, de la lucha entre el bien y el mal, por muy a escondidas que lo haga, o de manera poco clara, bastante ambigua y secreta...

 Iris Murdoch. «El arte es la imitación de la naturaleza». A: La salvación por las palabras. ¿Puede la literatura curarnos de los males de la filosofía? Traducció de: Carlos Jiménez Arribas. Siruela, 2018. P. 85-86.

dissabte, 1 de març del 2025

el centre del món és una biblioteca


IGNACIO OROVIO
El centre del món és una biblioteca
La Vanguardia
16|2|2024

James Ellroy escriu novel·la negra i té una llengua negra. No li agrada Orson Welles, no li agrada Raymond Chandler, no li agrada Stephen King, les recomanacions de la televisió i internet en general i les d'Oprah Winfrey en particular són justament el que cal evitar, Marilyn Monroe, la protagonista de la seva última novel·la, era indecisa, estúpida i mandrosa i, quan dos homes del públic s'aixequen per anar-se'n poc abans que s'acabi l'acte, els anima: "Get out!". No somriu. Els dos subjectes prometen que compraran el llibre, que bon dia..."Buy it now!". La resta del públic riu...James Ellroy és al Hay Forum Festival de Sevilla, que anit tancava la tercera edició a la ciutat andalusa, amb unes postres —altre cop, Ellroy, en una xerrada amb la directora del Hay Festival España, Sheila Cremaschi— demà a Madrid.

A Sevilla, l'autor nord-americà va convocar ahir un club de lectura enorme amb una quarantena de fans. Ellroy no té pèls a la llengua, certament, però escoltar-lo és una delícia instructiva. El primer que diu és que no parlarà de Trump. Els lectors li pregunten per autors i influències, en llibres i cinema i, des del menyspreu per autors que per a molts són al cànon, llança un títol: Last seen wearing, de Hillary Waugh. No hi és en espanyol.

 Ellroy admira el lloc de la trobada, la fabulosa Biblioteca Pública Infanta Elena. "No soc escriptor de novel·la negra per l'assassinat irresolt de la meva mare quan jo tenia deu anys —és una clau que remarquen els seus biògrafs—, sinó perquè em vaig passar moltes hores a la biblioteca pública, d'on per descomptat robava llibres...i després els tornava", exposa. Per això, aquest prestigiós autor té una recepta per fer millor els nois i els joves: "Cal abandonar les pantalles i tornar al paper i la lletra impresa, deixar-se captivar altre cop per aquest món sencer que hi ha entre les dues cobertes d'un llibre".


divendres, 28 de febrer del 2025

lluny del mundanal soroll


EVA BAROJA
El placer de pasar páginas lejos del mundanal ruido
El País
19|2|2025


El silencio solo se rompe con el chisporroteo de la leña entre las llamas. Tres mujeres leen Los astronautas, de Laura Ferrero, frente a un ventanal que se abre al río Duero, a su paso por Quintanilla de Onésimo (Valladolid, 47.000 habitantes). Hace pocas horas, Carmina, Alejandra y Ana no se conocían de nada. Ahora comparten novela en el salón de un hotelito de la España vacía. Sin móviles, agobios o preocupaciones. Lejos del estrés y la rutina.

"Nunca había ido a ningún retiro, ni de yoga ni de ningún tipo, pero compartir un espacio para leer con gente distinta me llamaba la atención", explica Carmina, abogada con 15 años de experiencia. Su hermano se lo recomendó cuando estaba pasando por un momento de mucho estrés.

Alejandra se recuesta en un butacón burdeos. Ha cogido un avión y ha recorrido miles de kilómetros para llegar a este pueblo que destaca por sus vinos con denominación de origen Ribera del Duero. Tuvo que mudarse a Países Bajos cuando a su marido lo contrataron en la Agencia Espacial Internacional. Allí creó un club de lectura con otras españolas que la sorprendieron con esta experiencia por su cumpleaños. "Nunca me habían hecho un regalo así. Al final, es regalar tiempo", dice, entre susurros para no molestar a las demás. Junto a ellas, Ana subraya con un lápiz verde la novela. Lo primero que dijo al presentarse ante sus compañeros del retiro fue que es, ante todo, "una cuidadora". Primero de sus hijos y después de sus padres. Hoy, divorciada, quiere vivir su vida. "Me toca cuidarme a mí, por eso he venido", confiesa.
Las tres disfrutan de la lectura junto a la chimenea, pero otros prefieren ponerse el abrigo y salir fuera a leer. Eso sí, la gran mayoría deja el móvil en la habitación. Son un grupo de 17 desconocidos de entre 30 y 60 años que comparten un fin de semana en este retiro bautizado Remanso. El plan por el que han pasado escritores como Elvira Lindo, Sergio del Molino o Antonio Muñoz Molina es sencillo: leer, descansar y reflexionar sobre una novela con su autor.

El escenario suele ser un hotel rural. Hay unas horas destinadas a la lectura, pero también tiempo para paseos y comidas en los que el grupo puede conocerse. Ferrero, la escritora invitada, acaba de llegar desde Barcelona. Habitual en charlas, presentaciones y conferencias, es la primera vez que acude a una actividad de este tipo. "No veo mejor plan. Gente que dedica un fin de semana a leer tu libro...Como novelista no se puede pedir más", comenta.

Miguel Ángel Cayuela, el creador de este peculiar retiro, ha ido a buscarla en coche hasta la estación de tren de Valladolid. Educador de profesión, puso en marcha la iniciativa en la pandemia. "Me di cuenta de que la tecnología nos hace vivir de forma acelerada y de que cada vez leemos menos y peor. Era algo que yo mismo necesitaba", explica.

Disfrutar de un fin de semana de lectura cuesta entre 400 y 600 euros por persona, dependiendo del lugar, el hotel y si se comparte o no habitación. Está todo incluido: manutención (desayunos, comidas y cenas), alojamiento, actividades y, por supuesto, la novela.

La primera vez que Antonio y Henar fueron a este retiro también fue una terapia para ellos. Así que esta pareja de Bilbao, ingeniero y profesora de lengua, han repetido. "Al principio, pensábamos que igual era una secta o algo friki y teníamos miedo, pero fue una pasada", recuerda ella entre risas.

El domingo por la tarde, se despiden con la novela terminada y como si se conociesen de siempre. Sonrisas, abrazos e intercambios de teléfonos. Muchos prometen que intentarán leer más en su día a día y amenazan con volver.


dijous, 27 de febrer del 2025

carta oberta a la consellera de cultura


TONI SALA
Carta oberta a la consellera de Cultura
Ara
20|2|2025

Hble. Sra. Sònia Hernández. Vull, en part, felicitar-vos pel Pla Nacional del Llibre i la Lectura que s'està fent arreu del país. Si no haguéssim desatès la cultura (l'educació), ara no ens trobaríem esperant els bàrbars. He de parlar-vos, però, sobre les biblioteques, essencials en relació a la lectura. Alguns ajuntaments comencen a exterioritzar (privatitzar) els seus serveis, cosa que fàcilment pot enfonsar-les en dos dies, però vull centrar-me en els grups de lectura que acullen. Aquests grups deriven dels salons de lectura del XVIII i constitueixen una de les activitats més serioses i eficaces en la promoció lectora, amb gran èxit i cues d'espera. En aquests grups es formen els millors lectors del país, sense els quals no hi haurà ni bons escriptors, ni bons llibres: ni llibres, de fet. 
Per incompetència i desconeixement, alguns ajuntaments estan matant aquests grups que durant dècades han funcionat de manera impecable. Tant que han costat d'aixecar! L'explicació és la següent. Donada la corrupció general, l'Ajuntament ho treu a concurs públic —concurs amb un cost més alt que el mateix servei que es licita, però sent diner públic això no els preocupa—.  El més greu ve ara. Imaginem-nos, per dir-ho amb finesa, que ni l'alcalde ni el regidor de Cultura llegeixen gaire. Ni per curiositat s'atansen a una sola sessió del grup de lectura, ni saben què és. Com que no ho saben, el concurs que convoquen és delirant. La meitat de punts depèn de si el concursant fa un preu més barat (i no estem parlant d'asfaltar un carrer sinó d'una activitat formativa que es basa en l'aptitud i coneixements del conductor). El currículum (que hauria de ser el més valorat) compta una quarta part. La quarta part restant és si domines el llenguatge de signes (es pot parlar oralment i per signes alhora?) i tens un cotxe elèctric i consciència mediambiental. No vull pensar que uns requisits tan fora de lloc parlant de llibres acabin afavorint empreses privades que després subcontractin el servei, perquè això sí: el guanyador té dret a subcontractar després algú sense llenguatge de símbols, cotxe elèctric, ni, sobretot, cap mena d'aptitud (i els usuaris se l'hauran d'empassar). És demencial. Afegiu-hi la burocràcia arbitrària i desbocada i entendreu que el concurs quedi desert.
D'aquesta manera absurda, les biblioteques de Palafolls i Cabrera de Mar han tancat grups de lectura amb més de 15 anys de funcionament. Els lectors van lluitar molt: reunions amb l'alcalde, queixes, protestes, instàncies. Res a fer. N'hi ha per plorar.

 

dimecres, 26 de febrer del 2025

les preferències literàries


ENRIC IBORRA
Les preferències literàries
Al blog: La serp blanca
16|2|2025


Per què les nostres preferències literàries no coincideixen amb les d’altres lectors? No val a dir, d’entrada, que això és així perquè nosaltres preferim la bona literatura, i els altres, la dolenta. No tothom no considera com a dolents els mateixos llibres. Com a dolents o com a bons. Fins i tot, la unanimitat que envolta els soi-disant clàssics indiscutibles és només aparent. Se’ls fa la reverència de rigor —l’homenatge que la hipocresia ret a la virtut—, però la majoria no cau en el radicalisme de llegir-los. L’admiració és condicional: des de la distància. És difícil anar més enllà de constatar que les preferències literàries són diverses. Si de cas, s’imposa una conclusió equànime, que no compromet a res i que dispensa de pensar una mica: les preferències literàries són una qüestió de gustos irreductibles. Tants caps, tants barrets. Conclusió molt equànime, i molt còmoda. Però les preferències dels lectors, igual que el mèrit dels llibres, es poden analitzar i explicar.

No tothom cerca el mateix en un llibre, ni llegeix de la mateixa manera. Ni la mateixa quantitat, un aspecte que és més important del que es pensa. Hi ha lectors esporàdics, com n’hi ha d’habituals i de voraços. Els lectors voraços tenen preferències? En principi, estan disposats a llegir-ho tot, cosa que és impossible en la pràctica. Les preferències literàries es manifesten també d’una manera negativa: hi ha autors i llibres que ni ens agraden ni ens interessen. El lector experimentat sap detectar els seus llibres abans de llegir-los. Amb unes quantes cales en té prou per a saber si valen la pena. Però sovint les «preferències» negatives són, només, ignorància o falta de curiositat. Hi ha lectors que llegeixen tan poc que ni tan sols es pot dir que tinguen preferències.

Ara no m’indignaré santament enfront de la poca lectura. Siguem comprensius. A més de la tradicional aversió a la lletra impresa que caracteritza l’àrea hispànica, cal reconèixer que hi ha activitats més divertides que llegir, si més no per a la major part de la població. Tan divertides, i tan absorbents, que a penes deixen temps per a res més. Cap problema. Sí que planteja un problema, en canvi, un sector que llegeix poc o no gens: el que per la seua professió o activitat hauria de llegir, necessàriament. Pense en els professors, i no sols els de literatura. També en els escriptors, en els crítics, en els membres dels jurats dels premis literaris…La poca lectura, la falta de cultura literària, sol anar acompanyada d’una falta de qualsevol cultura. I això té uns efectes secundaris adversos que van molt més enllà de les preferències personals. Contribueixen a fer que el món literari siga convencional, poc exigent i baix de sostre.

Hi ha llibres que no m’agraden ni m’interessen, però comprenc que puguen agradar i interessar a uns altres. Però n’hi ha que no ho puc entendre de cap de les maneres. Sobretot, la literatura literària, inflada, pretensiosa, avorrida en últim terme, i en primer també. La que es caracteritza, en major o menor grau, com vaig comentar en una entrada anterior, pel didactisme, pel costumisme o per la imaginació gratuïta. O per totes tres característiques alhora. Em costa entendre que alguns lectors s’empassen, de bona fe, llibres d’un avorriment i d’una inutilitat incontestables. Com poden «agradar» a la gent determinats llibres? Digueu-me malpensat, però hi detecte una certa dosi d’hipocresia cultural. El doctor Johnson ho tindria ben clar: tothom menteix!

Com més va més m’adone que les meues preferències literàries a penes coincideixen amb les que són més habituals. Això, és clar, no em suposa cap inconvenient. Només, de vegades, un sentiment d’anacronisme, i d’aïllament, que procure espolsar-me de damunt tan bé com puc.

Flaubert va escriure en un pas de la seua correspondència que «le tempérament est pour beaucoup dans nos prédilections littéraires». Un dels millors assaigs del Diccionari per a ociosos de Fuster, Lectura, confirma l’asseveració de Flaubert. Fuster assenyalava que, contra el que es podria pensar, el lector tendeix a prolongar en els llibres les seues preferències vitals. No s’hi produeix cap mecanisme compensatori.


dimarts, 25 de febrer del 2025

art en tres moviments


JOSÉ MARÍA GUELBENZU
Arte en tres movimientos
Babelia | El País
23|6|2001


Difícilmente se encontrará en nuestra época un cuento tan bien contado como éste. Esa capacidad de despojar un asunto de todo artificio excepto del que se necesita para construir un relato esencial no la tiene casi nadie hoy día, pero Isak Dinesen la poseía en alto grado. Si Ehrengard es o no la cumbre de su arte lo decidirán, cada uno para sí, sus lectores. La figura de esta mujer excepcional es hoy razonablemente conocida gracias a la difusión que el cine dio a sus memorias africanas, pero a ningún lector atento escapa la calidad casi insuperable de sus relatos. En España se conocen buenas traducciones de Vengadoras angelicales (novela), Cuentos de invierno y Anécdotas del destino, así como de sus memorias Lejos de África y Sombras en la hierba (todo ello en Alfaguara); había una antigua edición de Caralt de Siete cuentos góticos y otra de los últimos cuentos en Barral Editores (Las Cariátides), pero ambas deben de ser inencontrables salvo en librerías de lance. Este último título fue el comienzo de la carrera literaria de la baronesa Blixen, su nombre real, que ya en la madurez, en 1931, perdida su granja africana y muerto su amante, regresa a Europa y empieza a escribir en la casa familiar de Rungstdlund; terminado su primer manuscrito, lo ofrece inútilmente a varios editores; por fin, y firmado con seudónimo masculino (Isak Dinesen) consigue que lo acepte un editor norteamericano.

Ehrengard está concebido en tres movimientos: uno de introducción, un segundo al que denomina "pastoral" y un tercero y último que considera un "rondó". Comienza con un hermoso juego de distancia; un narrador cuenta lo que le contó otro narrador. Con ello anticipa la depuración extrema a que va a someter a su historia; como bien dice la voz que nos habla, todo sucedió hace tanto tiempo que ya no existe ni el reino donde sucedió; y todo sucedió entre mil y un detalles y en un tiempo largo de los que el relato es... ¿un resumen?, ¿una selección? No. Es la elección de todos y cada uno de los elementos que el relato exige por sí mismo; lo cual quiere decir que nada de cuanto sucede en él deja de ser significativo, de ahí su esencialidad y su pureza.

El modo de solicitar la atención del lector —o del oyente— por parte de la autora es subyugante, pero marca con el lector la distancia necesaria para que éste no se entregue ni se pierda en él, sino que lo siga con atención; y con pasión. Su modo de hablar afirma la distancia, a la vez que atrae por la limpieza y transparencia con que está escrito. La complejidad del relato está en sí mismo, no en el modo de narrarlo pues la narración, lo que hace es asomarnos a un estanque de agua clara cuya sencillez contiene, precisamente, el misterio. No el enigma, sino el misterio; el cuento no es enigmático, es misterioso; pero lo es gracias a la transparencia de su lenguaje.

Aunque la autora no mueve sus piezas en una sola dirección, sí lo hace con una intención que es, a su vez, el corazón del relato. Los dos protagonistas del mismo son, en primer lugar, Herr Cazotte —un niño muy pobre que ha llegado a ser un artista eximio, un pintor que es, sobre todo, retratista, esto es: observador y extractor de la profundidad de las almas y, en consecuencia, alguien que se dedica al mundo como un artista de la vida—. En segundo lugar, la doncella Ehrengard, hija de guerreros, educada en la austeridad y el puritanismo; recta, leal y distante. Ahora veamos el sentido de la división en partes que Isak Dinesen hace del cuento: en la primera nos relata la anécdota central, la vida del príncipe Lothar y su encuentro final con Ludmilla, además de desplegar el abanico de cualidades de Herr Cazotte; la segunda, la "pastoral", se desarrolla en un castillo aislado y protegido en medio de un bosque; en esta parte, Cazotte, el artista, fija su mirada en Ehrengard tratando de ver su alma y, en su interés, advertimos que, de alguna manera, desea apoderarse de ella, pero del alma como puerta que conduce al cuerpo; es la rendición de esa alma, obtenida de tal modo que quede al descubierto ante él, bien armado, lo que busca. Entonces comienza un sutil acecho que culminará en una escena ante la cual no puede evitar reproducir a la doncella con sus pinturas, pues la cualidad final del alma que él buscaba se le muestra definitivamente a través del cuerpo; y como final de esta parte, ella reconoce este hecho. ¿Está, pues, vendida? ¿Y vencida?

Pero hablaba antes del corazón del relato. Bien. El asunto que late bajo este bellísimo texto es el de la relación entre el arte y la vida. ¿Puede el arte organizar la vida?, ¿puede dirigirla?, ¿puede confundirse con ella? El arte y la vida son dos realidades paralelas que, si a menudo se reflejan, jamás se confunden. El dilema entre el huevo y la gallina aquí no se da; primero fue la vida, pero, ¿puede el arte apoderarse de ella, rendirla y gobernarla? El encuentro entre estas dos realidades puede ser fecundo o destructor; ya verá el lector lo que propone —o mejor dicho— lo que muestra Dinesen. El asunto se convierte en cercano y apasionante según lo va tejiendo.

Hay en el "rondó" un auténtico final que recoge el resto del relato y lo mueve casi en tono de melodrama. Lo lleva a una escena final y, desde el momento en que esa escena se inicia, hay una demostración de cómo la construcción y el estilo son capaces de expresar una idea antes de que ésta pueda ser formulada por el lector, lo que es una experiencia de lectura ciertamente inolvidable y sólo propia de los grandes escritores: el paulatino desvanecimiento de Cazotte en el ambiente de la habitación hasta que el clímax alcanza la eclosión de sentido que porta la doncella Ehrengard es un prodigio de concepción y expresión. Después queda solo el relato, el portento, en el alma del lector; y un delicioso e inocente final, como no podía terminar de otro modo semejante pieza de la más alta literatura. En excelente traducción, por cierto.

dilluns, 24 de febrer del 2025

isak dinesen en la seva vellesa


La imagen verdadera de Isak Dinesen fue durante mucho tiempo la de una anciana espectral, elegante y teñida de enigma, hasta que el cine la suplantó, con excesivo romanticismo y algo de ñoñería, por la de una sufrida y colonial aristócrata. No es que la Baronesa Blixen no fuera romántica y aristocratizante, pero es más justo decir que jugaba a serlo, al menos desde que fue Isak Dinesen, esto es, desde que empezó a publicar, con ese y otros nombres, y regresó a Dinamarca tras sus largos y fracasados años en África. «En verdad llevamos máscaras según vamos envejeciendo, las máscaras de nuestra edad, y los jóvenes creen que somos como parecemos, lo cual no es el caso.»

Cuando en 1959 visitó por primera vez América, el país en el que sus libros habían tenido más éxito y consideración, su figura llegó precedida de rumores y misterios inacabables: ella es en realidad un hombre, él es en realidad una mujer, Isak Dinesen son dos, hermano y hermana, Isak Dinesen vivió en Boston en 1870, ella es en realidad parisina, él vive en Elsinore, ella pasa la mayor parte del tiempo en Londres, ella es una monja, él es muy hospitalario y recibe a jóvenes escritores, es difícil verla y vive como una reclusa, ella escribe en francés; no, en inglés; no, en danés; no, en...Cuando por fin se la vio, en las numerosas fiestas a que fue invitada y en las sesiones públicas y multitudinarias en las que relataba sus cuentos de viva voz sin ayudarse ni de un guión, se supo que era una anciana frágil y extravagante, llena de arrugas y con brazos como cerillas, vestida de negro, con turbantes en la cabeza, diamantes en las orejas y grandes cantidades de khôl alrededor de los ojos. Sin embargo, la leyenda continuó, aunque por cauces más concretos: según los americanos, sólo se alimentaba de ostras y de champagne, lo cual no era exacto, pues también admitía de vez en cuando gambas, espárragos, uvas y té. Cuando Isak Dinesen expresó su deseo de conocer a Marilyn Monroe, la novelista Carson McCullers pudo arreglar un encuentro, y, en un famoso almuerzo, las tres mujeres mencionadas compartieron la mesa con Arthur Miller, el marido por antonomasia, quien, sorprendido por las costumbres de la Baronesa, le preguntó qué médico le había impuesto semejante régimen de ostras y champagne. Cuentan que la mirada de desprecio de Isak Dinesen no se había visto nunca en aquel país: «¿Médico?», dijo. «Los médicos están horrorizados, pero a mí me encanta el champagne y me encantan las ostras y me sientan bien». Miller aún se atrevió a decir algo sobre las proteínas, y al parecer la nueva mirada de desprecio es seguro que no volverá a verse en suelo americano: «No sé nada de eso», fue la respuesta, «pero soy vieja y como lo que quiero». Con Marilyn Monroe la Baronesa se llevó mucho mejor.

Lo cierto es que Isak Dinesen vivía normalmente en Rungstedlund, la casa de su infancia danesa, y llevaba una vida muy sedentaria debido a sus múltiples males, entre los cuales nunca olvidaba el más antiguo y el que nada tenía que ver con la edad, la sífilis, que había contraído al año de su matrimonio con el Barón Bror Blixen, de quien se había divorciado en su día no sin grandes vacilaciones. Este marido era el hermano gemelo del hombre que ella había amado en su primera juventud, y quizá los vínculos por persona interpuesta sean los más difíciles de desatar.

Por causa de la sífilis hubo de renunciar a su vida sexual desde muy temprano, y al ver que para aquello no había posible ayuda de Dios, y considerando lo terrible que resultaba para una mujer joven verse privada del «derecho al amor», Isak Dinesen le prometió el alma al Diablo, y éste le prometió a cambio que cuanto ella experimentara a partir de entonces se convertiría en una historia. Eso fue al menos lo que le contó a un no-amante al que doblaba en edad y triplicaba en inteligencia, el poeta danés Thorkild Bjørnvig, con quien hizo un extraño pacto cuando ella tenía ya sesenta y cuatro años y a quien dominó y sometió de manera absoluta durante cuatro. A este no-amante le gustaba asustarlo con sus cambios bruscos, con sus calculados actos sorprendentes, con sus hechizos y sus opiniones desconcertantes pero siempre convincentes. En una ocasión lo asustó explicándole la índole de su ser:  «Tú eres mejor que yo, ese es el problema», le dijo. «La diferencia entre tú y yo es que tú posees un alma inmortal y yo no la tengo. Así sucede con las sirenas o las hadas del agua, tampoco ellas la tienen. Viven más tiempo que los que poseen un alma inmortal, pero cuando mueren desaparecen completamente y sin dejar ningún rastro. Pero ¿quién puede entretener y agradar y extasiar a la gente mejor que el hada acuática cuando está presente, cuando juega y hechiza y hace a la gente bailar más enloquecidamente de lo que nunca es posible? Pero mira, ella desaparecerá, y sólo deja tras de sí una línea de agua en el suelo.»

Cuando este poeta (al que ella instaba a dejar de lado a su mujer y su hijo para pasar largas temporadas «creando» en su casa de Rungstedlund) no se mostraba a la altura adecuada (y eso solía ser casi siempre), la Baronesa se indignaba y lo maltrataba, como asimismo hacía cuando él se atrevía a poner reparos a alguno de sus escritos. Pero Isak Dinesen no era nunca constante, y tras una descomunal reyerta era capaz de comportarse encantadoramente al siguiente encuentro, como si nada hubiera pasado, o aun de felicitar al no-amante por su sentido crítico insobornable. Eran muy propias de ella estas transformaciones, y el poeta Bjørnvig ha contado cómo una noche, por razones que a él mismo se le escaparon, Isak Dinesen montó en cólera y se convirtió en una furia gesticulante y decrépita, encogida por la ira, que lo dejó hundido y paralizado. Al rato, cuando el poeta ya se había acostado, la Baronesa se deslizó en su cuarto y se sentó al borde de su cama: pero ahora él la vio radiante, metamorfoseada, con la belleza de una joven de diecisiete años. Bien es verdad que el propio Bjørnvig confesó que, de no haber asistido a la transformación, no la habría creído posible.

La Baronesa, con todo, proporcionaba también, a su no-amante y a sus amigos, maravillosos ratos de placer y embeleso y trance. En una ocasión, y en medio de una velada dichosa, se levantó y salió de la habitación. Regresó al poco con un revólver, lo alzó y apuntó con él al poeta durante largo rato. Éste no se inmutó, según sus propias palabras, porque en aquel estado de felicidad la muerte no habría importado. Quizá no esté de más añadir que el poeta Bjørnvig no logró publicar nada durante los cuatro años de su arrebato.

Isak Dinesen decía no tener muy buena vista, pero era capaz de distinguir tréboles de cuatro hojas por el campo a una distancia inconcebible, y de ver la luna nueva cuando ésta era aún invisible. Cuando la descubría, tenía por costumbre saludarla con tres reverencias, y aseguraba que había que discernirla sin cristal de por medio, pues eso traía mala suerte. Tocaba el piano y la flauta, preferentemente Schubert con el primero y Haendel con la segunda, y al atardecer rememoraba con frecuencia poemas de Heine, su favorito, y a veces de Goethe, a quien detestaba pero recitaba. A Dostoyevski lo aborrecía, aunque lo admiraba, y era incondicional de Shakespeare. De Heine citaba a menudo estos versos: «Quisiste ser feliz, infinitamente feliz o infinitamente desdichado, corazón orgulloso, y ahora eres desdichado».

Sus ojos rodeados de khôl estaban llenos de secretos, según cuantos los miraron: nunca parpadeaban ni se apartaban de lo que estuvieran mirando. El padre de Isak Dinesen se había suicidado cuando ella tenía diez años, y ella había contado cuentos desde la infancia. Su hermana menor le imploraba a veces al acostarse con sueño: «¡Oh, Tania, esta noche no!» En su vejez, en cambio, sus anfitriones o sus invitados le rogaban que contara alguna historia. Ella se prestaba a veces, como quien hace un regalo. Todos los jueves cenaba con un niño al que había comprado un traje apropiado para la ocasión: era el hijo de su cocinera, a quien una noche había sorprendido escondido, acechante, espiándola mientras ella cenaba a solas. Gustaba de provocar, pero suave e irónicamente, como cuando ponía objeciones a la democracia absoluta, temiendo por la suerte de las élites: «Ya saben, debería haber siempre unos pocos versados en los clásicos». Decía gobernarse en su vida por las reglas de la tragedia clásica, y según ellas habría educado a los hijos que nunca tuvo.

Al final pasaba varios meses al año en una clínica, y el resto, como siempre, en Rungstedlund, donde murió quedamente, tras haber escuchado a Brahms durante la tarde, el 7 de septiembre de 1962. Fumó sin parar hasta el fin de sus días, que dejó a la edad de setenta y siete años, y fue enterrada al pie de una haya que ella misma había escogido, junto a la costa de Rungsted. Según Lawrence Durrell, habría lanzado una mirada amable e irónica a quien se hubiera atrevido a llorar su muerte. «En realidad tengo tres mil años y he cenado con Sócrates.»

Isak Dinesen hizo suyas estas palabras: «En el arte no hay misterio. Haz las cosas que puedas ver, ellas te mostrarán las que no puedes ver».


Javier Marías. «Isak Dinesen en la vejez». A: Vidas escritas. Alfaguara, 2012. P. 41.


El dinar organitzat per la Carson McCullers a casa seva, a South Nyack, el 5 de febrer de 1959.


Karen Blixen i Thorkild Bjørnvigs a Rungstedlund.


diumenge, 23 de febrer del 2025

deliciosa

 

Acabo de leer una de esas novelas que no pocos calificarían de deliciosa. Como si las novelas fueran un pastelillo o un rollito de sushi. Deliciosa. Una mezcla de delicia y de delicadeza que complica la aplicación del calificativo a platos tan contundentes como el lacón con grelos o La montaña mágica. Lo delicioso en la literatura se dice de las nouvelles. O de los haikus. O de esas construcciones que ayudan a los lectores a descubrir, entre la lágrima y la sonrisa, la felicidad que se esconde detrás de las cosas simples. De lo que está al alcance de la mano. Lo delicioso nos conecta con nuestro lado bueno...


Marta Sanz. «El amor en la guerra no es lo mismo que la guerra en el amor». A: Enciclopedia secreta. Lecturas en el espejo feminista. Contraseña, 2022. P. 554.


dissabte, 22 de febrer del 2025

la biblioteca d'isak dinesen a rungstedlund


«Després passem en un altre ambient, on es guarden els llibres de la seva biblioteca, que conserven als marges breus anotacions. No literàries, però, sinó de vida quotidiana. A la solapa d'El sol també s'aixeca, d'Ernest Hemingway, hi va deixar escrita una llista de queviures: truita, arròs, pasta...I segur que no era pas per desconsideració. L'escriptor nord-americà va ser company de safari del seu marit i el 1954, en rebre el premi Nobel, va dir públicament que hauria hagut de guanyar-lo ella. Això li va fer una il·lusió enorme i la va rescabalar de la decepció per la manca de reconeixement. També glossà Faulkner. En una de les dues edicions de Rèquiem per una monja hi apuntà una llista d'arbres per plantar al jardí. Dante i Virginia Woolf se'n van salvar. Karen tenia fascinació per tot el grup de Bloomsbury. Veig una edició francesa de Les mil i una nits i de L'arpa d'herba de Truman Capote, que Karen va conèixer durant una gira triomfal de conferències als Estats Units. També és preciós un volum il·lustrat, molt gastat, de Peter Pan. «Sabia perfectament anglès i francès», diu Tore [nota de la copista: un nebot de la Dinesen], «i també una mica l'alemany». A l'Àfrica va aprendre el suahili. Tenia una oïda excepcional per a les llengües. Va escriure alguns dels seus llibres en anglès i després els traduïa ella mateixa al danès. Però pràcticament els reescrivia. No hem trobat rastre de cap diccionari danès-anglès entre les seves coses». En una paret hi penja un quadre signat per René Bouché: un retrat de l'escriptora amb el famós barretet negre i les arracades de perles (com la va immortalitzar Cecil Beaton) que la mostra amb una expressió viva, molt suggeridora: les mans allargades, els ulls enormes i molt dolços, esbatanats, com diuen que els tenia sovint, el somriure amb prou feines esbossat al rostre ossut i clar i una posa un xic inclinada, com de persona que —citant el seu estimat Nietzsche— «diu que sí» al destí.»


Sandra Petrignani. L'escriptora viu aquí. Traducció de Carles Biosca. Viena, 2023. P. 176-177.

 


divendres, 21 de febrer del 2025

la reina de la nit


CÉSAR PÉREZ GRACIA
La reina de la noche
Heraldo de Aragón
14|6|2001
A: Críticas y reseñas de Ehrengard.



Isak Dinesen (1885-1962) posee una bien ganada fama de reina de la narración. No diré reina de los cuentos, porque en español existe una connotación extraña entre cuento y embuste, que arruina de un plumazo el vocablo y su concepto. Pero no me quiero enrollar antes de tiempo. De algo tiene que servir pertenecer a un gremio que ejerce su oficio crítico con respiración asistida.

Ehrengard, 1962, es un excepcional relato de Dinesen. A ver si consigo, por una vez y sin que sirva de precedente, analizar con el debido esmero una hermosa narración. En apenas ochenta páginas, se nos cuenta la historia de un niño aristocrático de nacimiento clandestino. La gracia de la fórmula que utiliza Madame Dinesen se basa en una rara habilidad para narrar en la cuerda floja. El personaje del pintor Herr Cazotte, pertenece al linaje de Thomas Mann bufo, es decir, de una comicidad cuyo registro tedesco no siempre hace gracia a todo el mundo. Dinesen se divierte enfocando la historia desde la retina zumbona del pintor tenorio, una especie de Alma-Tadema en el castillo de Rosenbad. Pero, claro, el arte de contar bien una historia ha de tener alguna carta oculta en la manga. En este caso, la perspectiva insólita o contrapunto narrativo surge con la presencia y figura de la hermética belleza de Ehrengard, una virgo luterana que pone a Herr Cazotte —bonito cruce onomástico— como a un sátiro en cuarentena. A partir del encontronazo la historia echa chispas. Isak Dinesen se limita a traducir esos chispazos en forma de frases de temblor y temperatura crecientes. Que no es flojo mérito.

El colofón o campanazo final se logra justo en el último par de páginas. No seré tan cenutrio de desvelarlo, pero sí puedo extenderme un verano sobre lo que yo avizoro —que obviamente no puede ser mucho— en la cocina de ese climax final. Dinesen nos hace copartícipes del pulso mudo y visual entre sus dos personajes de cámara, la leal e insobornable Ehrengard y el casanovesco artista Herr Cazotte.

La gran escritora danesa sabía que las palabras sobran cuando la emoción colma el vaso de la vida. En cuestión de sentimientos el silencio vale su peso en oro. Igual que en una buena película de Leo McCarey. Ya se sabe que lo mejor del cine hablado o sonoro sucede cuando se arcaiza en cine mudo. Pero me temo que soy un pésimo glosador del silencio.