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1986
9 de abril
Apabullante Musil. Emprendo la lectura de El hombre sin atributos por tercera vez en mi vida. La primera fue durante la mili: empecé a leerla en el campamento, y la acabé en la centralita de teléfonos donde hacía guardias en el Cuartel de Ingenieros de la calle Zapadores de Valencia. Leí mucho por aquellos meses, ya que eran frecuentes las guardias que yo apenas cumplía: a la centralita llamaban muchas mujeres solitarias que se excitaban con los soldados, los enredaban en conversaciones eróticas, y los incitaban a que se masturbaran mientras charlaban con ellas, retransmitiéndose mutuamente jadeos y palabras soeces, así que siempre había algún muchacho de la compañía dispuesto a hacerse cargo de la central durante mis guardias. Mientras él charlaba con sus interlocutoras, susurraba obscenidades, gemía y se masturbaba, yo podía leer en el cuartito de al lado tranquilamente tumbado en una colchoneta que utilizábamos durante las guardias nocturnas.
Una vez más, Musil consigue anonadarme. Cómo cala en los mecanismos esenciales: los personajes se llenan de contradictorios zigzags y la sociedad es un chiste con el que uno puede mearse de risa; o echarse a llorar: el chiste forma parte del sistema de reacciones ante la falta de sentido. Sus imágenes asocian elementos absolutamente dispares, y con ese método, que a veces roza el absurdo, consigue una correspondencia entre lo superficial y lo más hondo. Rompe tu lógica y descubre lo que aparece cuando uno se decide a utilizar otro sistema para ver las cosas.
Rafael Chirbes. Diarios. A ratos perdidos 1 y 2. Anagrama, 2021.
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